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“La música es el único río en el que uno puede bañarse las veces que quiera”: Alberto Salcedo Ramos

Alto, de carácter fuerte, el cronista sabe hacerse escuchar. Sonríe con frecuencia y cada vez que lo hace, aplaude. Si lo confinaran en una isla desierta, preferiría la música a los libros.

Jhonwi Hurtado / Especial para El Espectador
30 de octubre de 2016 - 06:10 p. m.
El cronista Alberto Salcedo Ramos. / Elkin Londoño
El cronista Alberto Salcedo Ramos. / Elkin Londoño

Los olores son el tren que lo transportan a recuerdos de su infancia: a pasteles de cerdo con arroz, a almendros,  a  guayabas y tierra mojada; a esa tierra que la lluvia bañaba en Arenal, un pueblo de Bolívar, sin carreteras pavimentadas, donde el periódico llegaba con 24 horas de retraso y por eso preferían contarse historias entre ellos. Desde niño, fueron las palabras escritas quienes marcaron el camino de Alberto Salcedo Ramos: contador de historias, cronista que no busca que su trabajo sea “mesiánico”, pero que trata siempre de poner el ojo en el corazón de la sociedad.

¡Qué hubo pues ome Jhonwi! ; ¡Entonces qué pues John Harold! ; ¡Eavemaría Abelardo, tiempo sin verte! Con un acento paisa jocoso y fingido, Alberto saluda a todo aquel que se le acerca, sea para darle un abrazo o en busca de una dedicatoria en alguno de sus libros: La Eterna Parranda, El oro y la oscuridad, Botellas de Náufrago, entre otros. Colecciona anécdotas, sabe que en algún momento le han de servir para escribir una historia.

En el piso 11 de un hotel en Pereira, Alberto pide un café y apaga el celular. A su espalda se alcanza a ver, aunque diminuto, el único Bolívar desnudo de Colombia rodeado de árboles de mangos que se caen cuando la lluvia arrecia contra la ciudad.

Alto, de carácter fuerte, sabe hacerse escuchar. Sonríe con frecuencia y cada vez que lo hace, aplaude.  Tal vez para llevar el ritmo  con musicalidad. Si lo confinaran en una isla desierta, preferiría la música a los libros.  “Si son muy crueles y no me dejan elegir las dos opciones, entonces prefiero la música”.

Desde niño descubrió que su camino era escribir historias. En un pueblo donde la recreación era escaza, donde la luz eléctrica era interrumpida varias veces en el día, el niño “Albertico” con 9 años de edad, cierto día vio que un hombre que llevaba quesos a su familia (y dulce a los niños) no tenía esposa. Tampoco una señora que vivía en su casa tenía esposo y al mejor estilo del romanticismo, Albertico se dedicó a escribir cartas para ambos, firmando por ellos. Hoy después de más de 40 años, las dos personas están juntas. Había encontrado su destino.

“…Mi primer oficio es de lector, cuando no escribo estoy leyendo, pero la escritura es un arte ¿No?...” escribió Augusto Monterroso, y  Alberto Salcedo Ramos, aunque pareciera una obviedad, es un buen lector; recuerda que a los 16 años, mientras estaba de visita donde un amigo, se encontró con “Hamlet” esa tragedia del príncipe de Dinamarca que tanto reconocimiento le dio a William Shakespeare, lo atrapó. Tenía que regresar a casa y su amigo no pudo prestarle el libro, lo que generó una desazón en ese niño lector al que le habían herido sus ganas de devorar letras.

Alberto recuerda una entrevista en la que Hitchcock le dice a Francoise Truffat que el peor oficio del mundo sería ser ascensorista, pues escuchan una historia en el primer piso  y al séptimo piso, dejan de escucharla sin conocer el final: “Ni Hitchcock, ni ninguno de los contadores de historias que hemos poblado este planeta, sean exitosos como Hitchcock o insignificantes como nosotros los demás, nos resignamos a pasarnos la vida oyendo historias inconclusas. Ese síndrome de oír una historia inconclusa produce un vacío tremendo, que fue lo que yo sentí en la casa de mi amigo cuando me leí un fragmento de Hamlet y no lo pude terminar. Por eso le dije a mi abuelo que me lo regalara y me lo regaló” Señala Alberto Salcedo Ramos.

Hay quienes ven en el cronista un salvaguarda de la memoria, ese que cuenta  historias que son el rostro de muchos seres anónimos, el que nos muestra la verdad escondida detrás de la verdad abierta de muchos personajes que no se muestran  tal y como son; para Alberto Salcedo Ramos, aunque la crónica sirva para construir memoria, no siempre tiene que verse así. No se puede ver el oficio como el salvador del mundo y menos en un mundo que en ocasiones no lo merece: “ a veces me llevo la desazón de que cuento una historia que conmueve a la gente, pero en el fondo no sirve para nada, porque salen a votar un plebiscito donde nos jugamos la vida, y votan NO para que continúe la guerra: entonces digo ¿Pa´ qué dárselas de mesiánico en un país donde la gente, al final va a terminar apoyando la guerra?. Termina uno como una especie de autista que se miente a sí mismo y en el fondo uno ejecuta una tarea que no sirve pa´ nada”.  Señala Alberto mientras le da el último sorbo al café.

Va pasando el tiempo, la lluvia empieza a golpear el techo del piso 11 del hotel.  Miro a Alberto y me pregunto qué recuerdos son los más recurrentes en un hombre que se la pasa recordando, que vive de recordar y de plasmar eso en el papel.

En la crónica “La palabra de Juan Sierra”….  Encontré la frase “Los recuerdos son el único recurso que le queda a los hombres para bañarse en el mismo río” frente a esto, le pregunto a Alberto en qué río quisiera volver a bañarse. No duda en responder que en el río de las canciones de la infancia: “La música es el único río en el que uno se puede bañar todas las veces que quiera y siempre es el mismo aunque esté renovado. Uno no se puede bañar en el mismo río como nos enseñó Heráclito, salvo que oiga canciones de la infancia. Yo recuerdo una frase de Nietzsche que dice: “Solo creería en un dios que supiera bailar”.  Yo soy muy musical, me gusta la música, no entiendo la vida sin música. Los grandes momentos de mi vida, los puedo fijar en la memoria, gracias a que han tenido una banda sonora”.
Y ha sido esa banda sonora la que han llevado a que en muchas de sus crónicas, el lector sienta que está viviendo lo que lee: se ha podido sentir en los velorios donde “Chivolito” cuenta chistes en Soledad, pueblo de la Costa Caribe de Colombia, o ha sentido el estrés de viajar por horas y horas en el bus de los jugadores de Chía F.C un equipo de la primera B Colombia, en el  “El último de la tabla”,  gracias a esas bandas sonoras pudimos sentir  la derrota victoriosa de Víctor Regino, el boxeador que protagoniza “Retrato de un perdedor”. Sí, todos ellos “perdedores”, los sin nombre. Alberto Salcedo Ramos, lleva muchos años fijándose en estos personajes, en aquellos que han tenido sus altibajos, tan altos como bajos, como Diomedes Díaz o Pambelé.

— ¿Por qué escribir sobre perdedores?

Una vez le pregunté eso mismo a Gay Talese en una cena en Bogotá, y él me dio una respuesta inolvidable, me dijo: es que todos somos perdedores, solo es cuestión de tiempo. No te podría dar una mejor respuesta que esa.

Hablando de perdedores, en Colombia  con el resultado del plebiscito, los periodistas perdimos una oportunidad de contar una Colombia que no se conoce, una Colombia que ha estado inmersa en la selva, una Colombia ajena. Alberto recuerda la metáfora: la política y los salchichones se parecen en que es mejor no saber cómo se hacen y finaliza diciendo: “Yo creo que con lo que pasó en el plebiscito sale a flote más que nunca ese concepto. Fue una cocina en la cual se utilizó grasa podrida, una cocina en la cual se utilizaron materiales innobles, una cocina en la cual se utilizaron elementos tóxicos para el pueblo colombiano.

Por Jhonwi Hurtado / Especial para El Espectador

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