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Nada que hacer, Monsieur Baruch

Este texto surge de una convocatoria de para que sus lectores escriban sobre literatura.

Isabel Cristina Arenas
22 de marzo de 2013 - 10:30 p. m.
Julio Ramón Ribeyro.
Julio Ramón Ribeyro.

“Sin haber sido un fumador precoz, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis cigarrillos”: dice el escritor peruano Julio Ramón Ribeyro (Lima 1929-Lima 1994) en su cuento ‘Solo para fumadores’, que no está en el libro de esta reseña, pues sus relatos se disfrutan tanto que no es posible leer solo algunos.

Mientras casi todos los escritores de la generación de Ribeyro —los del Boom— publicaban novelas, él escribía cuentos, y de acuerdo con sus diarios, sufría por esto. No sabía que Cortázar y Borges también hacían relatos cortos, lo supo después, cuando ya era famoso, cuando los sufrimientos ya eran parte de su historia. Sobre esto y otros detalles se puede leer en el artículo ‘Diario de un diario’, del escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez. Al final de su carrera Ribeyro obtuvo el Premio Juan Rulfo de literatura (1994). Días después falleció.

“No creo que la felicidad sea un estado muy fructífero”, decía el autor en una entrevista en la televisión peruana. Pienso lo mismo y aunque prefiero evitar la “lucidez” creativa de los momentos duros y difíciles, sé que son necesarios para vivir y seguir escribiendo. Evito la nostalgia, sin embargo, a veces imaginar un poco o recordar es un masoquismo necesario.

Cómo me gustaría estar este martes, como muchos del año pasado, hablando sobre libros con Mauricio, Favián y Andrés. Les diría que por fin leí ‘Nada que hacer Monsieur Baruch’, que claro, me gustó el cuento que le da el nombre al libro, pero que me quedo con Los Cautivos, Solo para fumadores, La Insignia y Los Merengues. Le invitaría una cerveza a Favián en agradecimiento por presentarme a Ribeyro y regalarme el libro. Les diría a los tres que tengo una propuesta para nuestro extinto laboratorio de literatura y es que cambiemos una parte de la frase con la que se inicia el cuento Solo para fumadores y que desarrollemos uno nuevo con lo que se nos ocurra.

Algo así como esto: “Sin haber sido un lector, melómano, viajero ó cinéfilo precoz, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis libros, canciones, viajes, o películas”. Me gustaría que alguno hiciera el experimento con sus mujeres: “Sin haber sido un amante precoz, a partir de cierto momento mi historia se confunde con la historia de mis mujeres”, y creo que para esto invitaríamos al maestro Castillo, sería el adecuado. Por ahora, mientras no hay experimento, porque no hay laboratorio, porque todos estamos lejos, decidí pensar en cigarrillos y recordar a quienes sienten, sintieron o intentaron sentir el mismo placer que Julio Ramón Ribeyro al escribir y fumar, que para él era muy parecido. Sin moralismos.

Algunas cenizas: Fer pidiéndome que le consiga cajetillas de cigarrillos del mundo para su colección. Mi abuelo fumando el único cigarrillo del día, preguntándose cómo era que había logrado pasar de los doce años y tener ochenta. Laura pidiendo fuego para un cigarrillo en Rock City. Mi mamá intentando por milésima vez dejar de fumar y sintiéndose feliz de por lo menos intentarlo. Mi tía Rosa pidiéndole en secreto a mi mamá que le diera un cigarrillo, el último; y mi mamá en secreto dándole los últimos. Mi papá y sus Camel sin filtro. Carolina y sus Lucky. Fer, yo y los Lucky faltando a cualquier clase para leer la Revista Semana y la Cambio y discutir cuál de las dos era mejor. Mi abuela Isabel que no fumaba cantando “Fumando espero al hombre que yo quiero”. Félix, el hombre más solo que conozco, con su cigarrillo eterno marca Amigos; a veces cuando hablamos se cambia a un Ducado. Yo cantando “me gusta estar al lado del camino, fumando el humo mientras todo pasa”, en la puerta del aeropuerto de Las Vegas. La gente viendo la súper colección de cajetillas de cigarrillos de Fer; yo me quedo con la American Spirit amarilla que compramos en Arizona hace años. Mi tío Carlos y su corazón que ya no lo deja fumar. Mi abuela enrollando cigarrillos en la Colombiana de Tabacos. Yo, cazando cajetillas raras del mundo mientras trabajo en un bar de Barcelona en 2012.

Julio Ramón Ribeyro murió hace ya muchos años, yo dejé de fumar hace más de siete, la Revista Cambio ya no existe, ni el laboratorio de Literatura. Existen otras cosas, personas, lugares y ciudades, pero los mismos recuerdos. Fin de la nostalgia.

Por Isabel Cristina Arenas

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