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La nave de Tobías

Dibujante e ilustrador de libros, revistas y portadas de discos, Tobías Divad Nauj vive inmerso en su obra, que surge de los sueños y se complementa con la realidad.

Camila Builes
13 de febrero de 2015 - 02:34 a. m.
Una de las obras de Tobías Divad Nauj, cuya razón de ser se encuentra en el primer párrafo de la nota adjunta. / Cortesía
Una de las obras de Tobías Divad Nauj, cuya razón de ser se encuentra en el primer párrafo de la nota adjunta. / Cortesía

Tiene un ojo en la mano izquierda. Es un ojo azul. La mano lo sostiene con ímpetu genuino, como quien empuña una piedra antes de lanzarla al enemigo, o quizá como la mano que empuña la moneda del deseo en la fuente mágica. Una serpiente se acerca al ojo para provocar de nuevo la ingesta del fruto prohibido, su lengua noche casi lo alcanza, mientras su cuerpo se funde con el verde del Nepal que entre los hombros va naciendo en desierto rico de sol, como alucinógeno curativo de miedos y desdichas pasadas y subterráneas, con sus puntas coloradas y superficies dolorosas. ¿Quién eres? Pregunta el búho de la cabeza con su rostro descolgado. El cuerpo es el todo. Florece porque nada podía ser más importante para él que fluir entre hierro y raíces y al mismo tiempo, de una manera difícilmente comprensible, estaba como por debajo de su placer, alcanzaba la vida, al menos en el camino, por eso se adhería desesperadamente y lo prolongaba, era como un despertar y conocer su verdadero nombre, su verdadera edad, su rostro delante del espejo sucio y después, cuando la vida iba marchitando, recaía en una zona siempre un poco crepuscular que encantaba al sol temeroso de perfecciones.

***

Silencio. Una, dos, luego tres veces inhala y exhala. De fondo está Pink Floyd con The Great Gig in the Sky. Tobías Divad Nauj cierra los ojos como buscando algo dentro del paraje mental.

“Antes de dibujar pienso en la hoja en blanco. No en la física, en la mental”, dice parpadeando varias veces.

La obra ya está en su cabeza: los trazos y las líneas, los colores, las formas, todo detrás de los párpados, esperando a que los dedos dispongan el tiempo para que fluya entre pálidos pliegues lo que ha de ser vida para un cuento, ensayo o texto periodístico.

Tobías Divad Nauj creció en Manrique, uno de los barrios de Medellín, donde a principios de los noventa resonaban entre tiendas de abarrotes la salsa del Gran Combo de Puerto Rico y La Fania, acompañadas del crujir de las motos y buses que bajaban desde lo alto del barrio hasta una ciudad joven que entre moles de cemento y coros arrabaleros lloraba al Gardel que había perdido.

“Nací y crecí en Manrique: barrio de tangos, salsa y pillos. Un barrio que no puedo dejar por más que quiera”. Un barrio que no puede dejar porque sus calles, aunque ya diferentes a las de su infancia, ocultan bajo el pavimento los pasos de viejas amistades. “Acá tengo mis amigos, como fantasmas”. Sonríe.

Hubo tiempo para trasegares lejanos y complejos, para otros más simples: momentos efímeros y deseos que se escapaban entre los cambios de épocas, de tiempos. Desde los coros de una iglesia gótica donde aprendió a tocar el órgano eléctrico hasta las muertes propias y necesarias. No hay fragmentos en él ni en su obra. De a poco va saliendo su figura a la luz: cabello oscuro, casi anochecer; le recubre el rostro una barba que oculta su edad, o la muestra más, quién sabe... No toma café desde que entendió que acentuaba su temblor esencial. En las manos, como ramas de árbol de olivo, se enlazan los dedos. Ondulados y tenues. Y ahí el lápiz, el universo se simplifica y entra en un objeto simple que sin dejar de ser humano se convierte en eterno.

El discurso se hace único, las imágenes se hicieron únicas: la mirada de la sexualidad, de la muerte, de los sueños, está sumida en una línea oficial que no admite resquicios para la duda, al menos para la duda foránea porque dentro de él subyacen preguntas trascendentales, tan lejanas a los demás pero que en la obra misma se disipan en códigos. Es en este contexto donde se mueve la obra de Tobías Divad, de donde surge ese simbolismo lúcido y transgresor, ilustraciones que quizá son la consecuencia de una rebelión interna contra todo lo vivido.

Ha ilustrado diferentes textos de la Revista de la Universidad de Antioquia, portadas de cedés, ensayos académicos, algunos relatos del periódico Universo Centro y obras literarias, entre ellas un libro de cuentos de Rafael Chaparro Madiedo: Un poco triste pero más feliz que los demás, para Tropo Editores en España, 2013. Sus dibujos mezclan el enaltecimiento de la libertad, la oposición y crítica a la separación del ser, con una composición introspectiva del individuo. El momento determinante para la obra de Divad se encuentra cuando descubre en su habitación una pequeña nave con dioramas y animales disecados que convierte en su refugio, en el escenario perfecto para que cobren vida todas sus creaciones. El mundo exterior se convierte, entonces, en un lugar nebuloso y es sustituido por un universo onírico que funciona como caldo de cultivo para desenmascarar los fantasmas que lo desasosiegan. Mariposas en las paredes, su gato Porro mirando sigiloso, una mesa de trabajo y el tiempo, se detienen en la habitación.

“Se puede decir que mi dibujo es lento, caminado. Pero al iniciar debo escuchar a ese narrador interno que me va contando la imagen de a pasos, para lanzarme sin miedo al papel. Pocas veces hago bocetos; cuando comienzo a dibujar, la mayoría de veces ya sé qué quiero obtener”.

En la nave de Tobías, su nave, se produce un viaje que va desde el flamenco hasta las ruinas de Borges, se cruza a veces con los abrazos de Eduardo Galeano, hasta desembocar en mantras o los pianos de Bach. Es un constante viaje a la creación, es el viaje y el fin, como lo dijo alguna vez Alfredo Molano Bravo, “la creación es el movimiento de la vida. Por eso todo esfuerzo encaminado a conocer debe aspirar a crear, no a descubrir. Crear es, al fin y al cabo, un acto ético”.

Muchos guías que nombrar en este camino dibujado, sobre todo mujeres que han marcado la historia del ilustrador paisa. Tres maestras: Imelda Francois, Judy Pérez y Diana Montoya, que crearon en el artista nuevos cimientos para sostener la visión del mundo. “Me han tocado espiritualmente. Cuando me refiero a lo espiritual, a lo sacro, hablo del arte en sí, de la representación que tiene el acto creativo para mí, que es un momento de comunión con el todo”.

Bajo sus ojos, sombras oscuras advierten noches sin dormir. “No puedo dormir cuando voy a dibujar. La imagen se instala en mi cabeza y no puedo hacer otra cosa que no sea plasmarla en el papel”.

Las creaciones de Tobías Divad Nauj nos enfrentan a esa intuición humana de que tras el placer se esconde la desesperación; tras la dulzura, mezquindad; tras la ingenuidad, violencia; tras el amor, un largo periplo en soledad. Nos permite confrontarnos con una libertad ajena a los convencionalismos. Con un subconsciente del que nunca seremos capaces de despojarnos. Los dedos toman el lápiz, mira la hoja. No se mueve una partícula de polvo y todo se hizo color.

“Sean tercos a la hora de crear, no se fragmenten y sacrifiquen sin miedo cada vez que sea necesario”.

 

camilahenaob@gmail.com

Por Camila Builes

 

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