El Magazín Cultural

Neruda, su otro yo

Hay que hacer caso, por esta vez, a la frase promocional del afiche de la película de Larraín: “Olvida lo que sabes”. Es mejor así.

Óscar Molina V. /@Oscar0925
18 de febrero de 2017 - 03:12 p. m.
Neruda, su otro yo

Olvida al hombre calvo de boina oscura, perfil taciturno y abrigo hinchado que parecería haber escrito apenas veinte poemas de amor y una canción desesperada. Olvida al poeta colgado de su pipa y adherido al resplandor elemental de los paisajes. Olvida al Nobel y ese olor a cirio de ciertos discursos suyos. Deshazte del molde, de la estampa, del mito. A partir de esta antibiografía detectivesca y comiquísima, Neruda dejará de ser, para muchos, ese apellido astronómico que comprime una biografía unilateral, idealizada, sin astillas, y englobará la vida dislocada —¿acaso existe alguna que no lo sea? — de un “hijo del pueblo” que, por desgracia y por fortuna , no lo fue del todo.

“Neruda es inasible, es imposible encasillarlo. Puedes hacer 100 películas y nunca podrías lograrlo. Fue un hombre que creó un microcosmos de una complejidad extrema y profunda”, ha reconocido el director chileno Pablo Larraín, cuya firma autoral también consta en las ovacionadas No, El Club y Jackie. Consciente de que para esculpir su retrato personal del escritor debía recurrir sin melosería y sin complejos a la poesía, Larraín consigue un relato de un lirismo visual y auditivo (por la banda sonora de Federico Jusid) memorable. Ambientada en el Chile de 1948, Neruda narra con finos y continuos relevos entre realidad y ficción el acecho al poeta después de que éste, siendo senador, fuera desterrado por acusar al gobierno de traicionar a los comunistas. El presidente Gabriel González Videla, molesto por semejante majadería, ordena la captura del “comunista más importante del mundo” y entonces comienza una persecución salvaje a cargo de un detective que, a su manera, también lo es: Óscar Peluchonneau.

Peluchonneau, interpretado por el magnético Gael García Bernal, no es un policía ordinario. Él, de trajes marrón, sombrero de ala media y bigotito atildado, está convencido de  eso. Confía en su olfato, en su resolución, en la agudeza de su mirada para llegar a los resquicios entre líneas. Mientras Peluchonneau descifra las pistas literarias que el mismo poeta le va dejando, Neruda
—encarnado por un soberbio Luis Gnecco— escribe desde la clandestinidad su Canto general, ese descomunal rezo épico en honor al continente americano y sus escaras. La obra viaja en sobres sellados y llega, entre otros destinos, a París, a la manos de Picasso, su amigo y defensor. Neruda, de hecho, goza de la camaradería de muchos intelectuales y, en especial, de su esposa Delia (Mercedes Morán: divina). Ella, una refinada pintora argentino-chilena, es la compañera que lo escucha cuando recita con ese tono litúrgico sus versos inéditos, la hormiguita que se encarga de la mugre de todos los días, la madre que lo acuna cada vez que vuelve empapado en champán y perfume de puta.

“Yo quiero saber si es que cuando llegue el comunismo todos van a ser iguales a él (Neruda) o van ser iguales a mí”, pregunta en voz alta una lectora del poeta que se acerca hasta la mesa fastuosa que él y sus protectores comparten. “A mí, que le he limpiado la mierda a los burgueses desde que tengo 11 años”, remata la mujer casi borracha y Neruda contesta: “Van a ser todos iguales a mí. Vamos a comer en la cama y fornicar en la cocina”. El guión de Guillermo Calderón está minado de puyas hilarantes de ese estilo y también de tributos justos a la literatura. Porque Neruda es,  además y por sobre todo, la celebración de la ficción como un demiurgo fascinante, temible y protector, que influye en quienes leen y, por lo tanto, escriben. “En esta ficción –le dice en un momento Delia a Peluchonneau– todos giramos alrededor del protagonista”. Todos: personajes, espectadores y Larraín, un cineasta forjado en las brasas vivas de la lectura.

Por Óscar Molina V. /@Oscar0925

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