El Magazín Cultural

Nicolás “Colacho” Mendoza Díaz, todo un señor vallenato

Nicolás “Colacho” Mendoza Díaz siempre dijo: “Soy un hombre de pocas palabras, el acordeón habla por mí”. Perfil del músico que nació el 15 de abril de 1936 y murió el 27 de septiembre de 2003.

Félix Carrillo Hinojosa*
21 de mayo de 2017 - 05:51 p. m.
Nicolás “Colacho” Mendoza fue el acordeonero de personajes como Rafael Escalona, Jorge Oñate, Diomedes Díaz, Silvio Brito, Carlos Lleras Araújo, Ivo Díaz y Rafael Santos Díaz.  / Cortesía
Nicolás “Colacho” Mendoza fue el acordeonero de personajes como Rafael Escalona, Jorge Oñate, Diomedes Díaz, Silvio Brito, Carlos Lleras Araújo, Ivo Díaz y Rafael Santos Díaz. / Cortesía

En 1957 llegó a Valledupar. Venía de un pueblo guajiro conocido como Caracolí Sabanas de Manuela, corregimiento de San Juan del Cesar, donde nació el 15 de abril de 1935. Allí vivió su infancia cubierta de música, por parte de su padre Julio Mendoza Mejía y su hermano mayor Emiliano Mendoza Daza, quien falleció prematuramente.

Al lado de su madre, Juana Bautista; y sus hermanos Andrés, “Barón”, Rita y Rosa, salieron en el 48 para la Jagua del Pedregal donde capoteó su adolescencia. Allí veía a su padre ejercer la actividad de técnico de acordeón, al tiempo que desarrollaba su personalidad callada, tímida y humilde.

Esto lo hizo refugiarse en las notas de su acordeón de dos hileras, que le regaló su padre y que cayó seducido por sus dedos gigantes, que servían de puente para entrelazar la música criolla y los más expresivos acordes modernos. Esto generó en el joven de escasos 17 años la fortaleza necesaria para buscar nuevas rutas. Codazzi, Fundación y Patillal, fueron los primeros lugares que vieron su imagen menudita. Pero fue la denominada Capital Mundial del Vallenato, su sitio de mayor consolidación, donde llegó para quedarse. 

El hogar de don Roberto Pavajeau y doña Rita Molina, padres de “Yio”, Darío y “El Turco”, le dieron la bienvenida. En ella se estacionó y empezó a cubrirla de música, mientras desempeñaba las funciones de chofer del ya reconocido creador Rafael Calixto Escalona Martínez, en donde la música del mismo, creció y se extendió en los distintos rincones de la provincia, la voz y la música de “Colacho”, se levantaba como el más reconfortante regalo identificador, de una cultura musical que tomaba vuelo y empezaba a desplazar a otros foráneos géneros musicales.

No era raro verlo al lado de Simón Herrera en la caja, la guacharaca y el canto de “Tijito” Carrillo enfrentándose al más versado ejecutante del acordeón en el Café la bolsa, en la parranda de la elite vallenata o en el barrio más humilde. 

Cuando estos dejaron de acompañarlo, la presencia del hoy legendario Rodolfo Castilla Polo, se hizo insustituible junto a la guacharaca de Adán Montero.

Este trío musical logró nueve años más tarde, volver posible el sueño de independencia que atesoraban tantos valduparenses y migrantes. Porque a nadie debe extrañar que desde sus inicios la música vallenata se dedicó a abrir puertas donde era imposible entrar. Si bien es cierto que el verbo de tantos hombres y mujeres acuñaban la esperanza de lograr en derecho ese propósito, no lo es menos fundamental, que el acordeón y la voz de Nicolás Elías Mendoza Daza se fundieron en un solo coro, mientras el rebruje de la caja de Castilla Polo se entrelazaba en un círculo armónico con el repicar de la guacharaca de Adán Montero. Al tiempo que, los versos de Escalona, que como una radiografía, dibujaban lo más íntimo de la provincia, envuelta en personajes alegóricos que se parecían a los sitios y lenguajes populares, que identificaron a una ciudad como epicentro del folclor y el nacimiento de un departamento, como lo más pujante en el área caribeña, que tienen en su cultura musical, uno de sus mayores valores agregados.

Pero “Colacho”, el hombre, conjugaba como músico otras virtudes. Su personalidad fuerte y de una sola palabra, se soltó del cascaron proteccionista de Escalona y empezó a regar su música por todas partes. No tenía necesidad, de dejar de cantar la obra de su más admirado creador. Todo lo contrario. Para “Colacho” no era fundamental tener a Escalona susurrándole al oído sus misteriosas melodías. Él se las sabías toditas y en más de una ocasión le recordaba versos que quedaban el olvido.

Fue tanta la ocupación del gran acordeonero que ya no se le veía en Valledupar. Unas veces, le correspondió estar metido en los estudios de grabación para dejar en su voz o la de Isaac Carrillo Vega, en el sello Carrizal, las obras que hoy gozan de un respeto y admiración. Las otras, acompañando a Escalona en sus largas y grandes correrías. Él con tal de estar cerca a su admirado compositor y amigo, las horas se volvían días, estos meses y los años, caían envuelto en una alcahuetería musical, que dejó a más de un corazón destrozado como también unas inmensas trochas urbanizadoras, de las que hoy se recogen grandes resultados.

Pero al andariego músico le llegó el momento justo, que durante mucho tiempo buscó, para derrotar su soledad afectiva. Fue una morena, de ojos vivos y caminar alegre, que sonsacó al esquivo “Colacho” y lo llevó al altar el 25 de agosto de 1961. Fanny Zuleta logró cubrir de amor al acordeonero. Fue tanto el impacto en la vida de sus amigos y en especial, la de Escalona que éste, ante la inminente decisión, no tuvo más remedio que musicalizar en ritmo de merengue, El Matrimonio de Colacho.

“Entristecido quedó Escalona

porque Fanny se lleva a “Colacho”

mírenla vestía de blanco

con su velo y su corona”

Esto no fue impedimento para que el amor de “Colacho” se regara en distintas mujeres y quedaran siete hijos, que tienen el vivo reflejo de una excelente persona y gran acordeonero.

Después vino para el cantor, acordeonero, compositor y versificador Nicolás Elías Mendoza Daza, una continua conquista de éxitos. Rey del Festival de la Leyenda Vallenata en la categoría profesional, acompañado en la caja por Rodolfo Castilla Polo y en la guacharaca, Adán Montero. Esa noche de abril de 1969, “El hombre del sombrerito” como graciosamente se hacía llamar, les demostró a todos, pese al montaje de un reducido sector asistente a la plaza Alfonso López, que trató de abuchear su presentación, que “Colacho” no era ni fue, producto de la elite vallenata, de unos organizadores sectarios o de un jurado amañado. Porque en honor a la verdad, el teclado de su acordeón cayó vencido por el vendaval de notas, que solo un grande como él pudo exponer. Esa noche, los cuatros aires nuestros se desgranaban en un vaivén melódico confundidos en un solo de caja, guacharaca y acordeón.

Pero eso no quedó ahí. Su voz hizo un paro y se dedicó a musicalizar el sentir de tantas voces grandes de la música colombiana. Con todos ellos salió triunfador. Caso único en la historia del folclor vallenato que un acordeonero que viene de triunfar como rey vallenato y da el salto justo, para armonizar con otras voces. Él, logró conectar de manera armoniosa todo lo que había conquistado a través del tiempo, para que, en conjunto, con esos variados colores del canto vallenato, le pueda presentar a nuestro continente, pese a no estar físicamente, una importante hoja de vida al servicio de nuestra cultura musical.

Y así era “Colacho”. Un hombre serio, que no se dejó trastocar por el éxito y otras formas económicas, que desestabilizaron al artista vallenato. Su vida era amplia y dedicada al servicio de su actividad artística, sin egoísmo, uno de los males que ayuda a construir toda esa confrontación fraticida que en nuestro medio se levanta como un muro, que minimiza la salida a toda actividad humana.

Después de grabar con Alberto Fernández Mindiola y Pedro García Díaz y a pesar de ser rey vallenato en 1969, invitó a un nuevo cantante de 20 años en ese entonces, Tomás Alfonso Zuleta Díaz, quien acababa de ser rey aficionado en 1969, con su hermano Emiliano Alcides Zuleta Díaz, para que compartiera el set de grabación, con seis canciones que perfilaron una nueva voz para el folclor vallenato.

Después llegaron otras grandes como Jorge Oñate, Diomedes Díaz, Silvio Brito, Carlos Lleras Araújo, Ivo Díaz y Rafael Santos Díaz, quienes consideraron la ejecución del acordeonero, en el nivel justo como lo saben hacer “Los Maestros”, hecho que se ratificó al conquistar el Rey de Reyes en 1987, al lado de Pablo López y Virgilio Barrera, ejecutantes clásicos de la caja y guacharaca.

Nos quedan tantos recuerdos almacenados en el baúl sentimental, que todos tenemos guardo en la mejor parte de nuestra vida, que cada vez que nos toquen el potecito de la nostalgia, se abrirán nuevos párrafos en la que necesariamente el nombre de Nicolás Elías Mendoza Daza ocupará página especial.

No se le haga extraño, amigo lector, si alguien que usted no sabe quien es, que viene de un lugar lejano, le musite cerca de su oreja como quien cuenta una pena, un verso de Ivo Díaz:

“Quién es el que toca bonito,

“COLACHO”… Siempre…“ COLACHO”.

Escritor, periodista, compositor, productor musical y gestor cultural.

Por Félix Carrillo Hinojosa*

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