El Magazín Cultural

“No me interesa un cine que no dé cachetadas”: Gael García

El mexicano escribió y dirigió algunos episodios de “Aquí en la tierra”, la nueva serie de Fox que se estrena en 2018 y se está grabando en México.

CAMILA bUILES
20 de junio de 2017 - 02:30 a. m.
Gael García es el director y productor de la serie que lanzará Fox Premium en 2018: “Aquí en la tierra”.  / Cortesía
Gael García es el director y productor de la serie que lanzará Fox Premium en 2018: “Aquí en la tierra”. / Cortesía
Foto: Rosa Hadit

En 2008, Gael García estrenó su primera película como director: Déficit. Una cinta hecha a los trancazos, con poquísimo dinero y sin aspiraciones de convertirse en una épica. A Déficit la antecedió una tragedia: la responsabilidad de ser una película grande. “Era una película que no podía sobrevivir como un ejercicio porque se estrenó en Cannes. Tenía que ser una cinnnnta. Era una carga desafortunada para algo que era un ejercicio entre amigos. Que era un chiste”, cuenta García en una de las habitaciones de una casa antigua en Ciudad de México. Detrás de él hay una foto de Pancho Villa, esa cara que es una herida abierta; al lado de esa imagen, dos meseros con moño y pantalón negro.

Estamos ahí por Aquí en la tierra, la serie que lanza Fox el próximo año y que se comenzó a grabar hace unas semanas en el país azteca. Fue escrita y producida por Gael García, quien, además, dirige el primer capítulo e interpreta el papel del Pájaro.

La locación del primer capítulo de la serie es una casa colonial cerca al Paseo de la Reforma. Llena de esculturas que vigilan las salas copadas de terciopelo rojo y con muebles isabelinos. Esas primeras escenas desencadenan la trama que, en boca de García, “no es una denuncia, pero sí un espaldarazo para que la gente se pregunte por qué permitimos lo que pasa en la política de nuestros países”.

Va así: Carlos y Adán son amigos, hermanos. Crecieron juntos a pesar de que Carlos era el hijo del patrón del papá de Adán. Hasta ahí no hay nada comprometedor. La cosa va bien hasta que matan a alguien: el tronco en el camino del papá de Carlos. Un político tramposo, sucio y rastrero. Sí, esta historia es la secuela de Déficit.

¿Cómo nació la idea de “Acá en la tierra”?

Déficit fue una película que, si la hubiéramos hecho cuando existían estas plataformas digitales, la habríamos vuelto serie. Ahí nacieron estos dos personajes: Carlos y Adán; en la película se llamaban Adán y Cristóbal. Son dos chicos que nacen juntos y que crecen en esta condición que tenemos en Latinoamérica, donde uno es el hijo del patrón y el otro el hijo del que trabaja. Crecen juntos y se separan por cuestiones complicadas. Nos intrigaban mucho esas relaciones. ¿Por qué la gente se separa? ¿Qué pasa si antes eran hermanos?

En estos diez años, ¿qué cambió en su perspectiva como director?

En ese entonces fue un aprendizaje brutal. Algo que hice en esa pieza y jamás volvería hacer es ser el protagonista y el director. Salía en todos los planos de la película. No lo disfruté para nada. Para hacer algo así uno tiene que ser un Woody Allen.

¿Qué diferencias hay entre la televisión y el cine en esta época en que las brechas cada vez son más cortas?

Hace cinco años me propusieron hacer Mozart: una serie vía streaming acerca de música clásica. Nadie sabía eso con qué se comía. Estamos en un momento muy interesante. Ahora la televisión se hace cada vez más parecida al cine: la misma calidad, el mismo poder. Sin embargo, las series tienen una necesidad, un ímpetu dramático. El cine es más poético. El cine es poesía. Hoy en día, una buena película no tiene que ser una buena historia. Una buena película es toda una experiencia. En cambio, una serie tiene ese armatoste que necesita una línea narrativa novelesca que evoluciona y va llevando. Y como actor, la gran diferencia es la relación que se tiene con los personajes. Yo, por ejemplo, a Rodrigo (el papel que interpreta en Mozart) lo tengo en mi corazón. Si ahorita tengo que interpretar a Rodrigo sé qué pizza pediría, sé dónde se estacionaría si manejara. Lo entiendo muy bien y me pertenece; eso es algo que en el cine no pasa. A veces, al final del rodaje, dices como “Ah, de eso iba este tipo. Ya sé. Volvamos a empezar”. Te quedas con esa cosita. En el cine es una especie de Frankenstein lo que se arma, uno puede tener una propiedad de lo que se está haciendo, pero al final es un manejo de la sintaxis que queda fuera de tus manos. En las series, los actores se vuelven dueños de los personajes. Son cocreadores. No es que esto pase siempre, pero es lo que he vivido.

¿Por qué seguir haciendo lo que hace?

Porque el acto fraternal es lo que me mantiene vivo. La voluntad es lo único que uno no puede cañear. Yo he dejado de hacer muchas cosas porque no van con mi filosofía y aunque duela hay que ser corajudos. Lo vimos en No y Neruda, interpretando papeles políticos. Esta serie está cargada de ese tema.

¿Qué relación tiene con la política?

Todas las películas son políticas. La salida fácil es que todo lo vivo y complejo conlleva una dimensión política. Vivimos en un continente muy politizado. Tengo un genuino interés. Me tocó vivir una época de cuando no se hacían películas a cuando se comenzaron hacer, y ese auge no sólo se concretó en cuestión de cifras —eso siempre hay que dejarlo afuera—; trascendió en otra cosa, en una discusión. Hay películas que se volvieron instigadoras de una discusión: es el cine que nos toca hacer. Para mí, por mi interés y porque también es mi manera de entender el mundo, es el único cine que me interesa. La dimensión política es algo que tiene que estar. La política es ese ejercicio desarrollador de encuentros. La política es pasión humana, 100 % patológica. Mira el ejemplo de Estados Unidos. No me interesa un cine que no nos dé cachetadas.

Por CAMILA bUILES

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