El Magazín Cultural

"No quiero sobrevivir, quiero vivir"

Ganadora en los Globos de Oro como mejor película dramática, ‘12 años de esclavitud’ llega el 2 de marzo a los Premios Óscar con nueve nominaciones.

Andrea Ortega Jiménez*
28 de febrero de 2014 - 03:00 a. m.
 Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) trabajó en plantaciones en Louisiana durante 12 años hasta su liberación.
Solomon Northup (Chiwetel Ejiofor) trabajó en plantaciones en Louisiana durante 12 años hasta su liberación.

12 años de esclavitud se asocia inmediatamente con imágenes que se han visto en libros, documentales, reportajes y crónicas. Retratos oscuros, escalas de grises, contextos deplorables, sucios y, obviamente, protagonistas negros. Se podría asegurar que algunos aficionados entrarán al filme convencidos de toparse con una historia que ya conocen y que ahora es trabajada por Hollywood.

El punto está en que todos creen saber lo suficiente de la esclavitud porque no la vivieron, y además recuerdan los episodios con aspectos muy generales. Empezando porque a los estudiantes en los colegios y en las universidades les han hablado más de los nazis que de las condiciones de los negros en América. Por lo tanto se podría afirmar que el bagaje de este tema es tan banal y mediocre como pensar que antes de abolir la esclavitud todos los negros eran sirvientes.

Esta película va más allá de una historia de drama, maltrato y violencia hacia los esclavos. Aquí se muestra un contexto diferente, se puede apreciar el paisaje del cultivo del algodón con colores vivos y brillantes, se ven los hombres y mujeres negros con pantalones y camisas en buen estado e impecables, aparecen unos blancos que no son tan malos y unos negros que no son tan pobres, lo cual choca con lo que la gente regularmente ve. Se habla del tráfico de esclavos (un tema que pocos conocen), ese negocio que era más que rentable para la época que cualquier otro. Y es entonces donde esa clichesuda realidad desaparece para enriquecer a la gente con conocimientos sobre el tema.

Sin embargo, hay que resaltar que es una historia desgarradora, en la que el espectador no tiene otra salida que seguir viendo porque simplemente los ojos le lloran, las manos le sudan, los pies se ponen inquietos o el corazón, sin ser consciente, late demasiado fuerte. Y es después de finalizada la película cuando entiende que vivió esa historia como si hubiese estado presente.

La razón es que todos los protagonistas, en especial Lupita Nyong’o como Patsey y Chiwetel Ejiofor como Solomon Northup, sin tener que decir muchas palabras demostraron con sus expresiones corporales y faciales que su dolor estaba más impregnado en sus almas que en sus cuerpos. En una entrevista con Ellen DeGeneres, el actor principal confiesa que propuso que le pegaran para poder hacerlo lo más creíble, y sin lugar a dudas lo logró.

Los diálogos pasan a un segundo plano y aunque la frase “no quiero sobrevivir, quiero vivir” es clave en esta película, lastimosamente no siempre se puede cumplir. Por ejemplo, cuando tratan de ahorcar a Northup en un árbol, aunque se le va la respiración por momentos, trata de seguir tocando el piso con los pies, y aunque se resbala en el lodo insiste para seguir viviendo. O la escena en la que él debe dar latigazos a Patsey. Las dos son el reflejo de todo lo que pueden hacer y resistir los seres humanos en situaciones extremas, por anhelar, por ver a su familia, por cumplir sus sueños o simplemente porque se aferran a lo único que tienen: la vida.

Esta película retrata una realidad que, aunque no es vigente, jamás podrá ser pasajera. Vale la pena verla porque todo y todos hacen que los espectadores se involucren y vivan la historia. Los actores se entregaron tanto a la producción que alcanzaron a verse afectados por los hechos. Al hacer la escena de la violación, Michael Fassbender, que personifica a Edwin Epps, se desmayó al tratar de reconstruir ese momento dramático.

Y aunque a muchos les parezca una película demasiado fuerte, el director Steve McQueen en una de sus entrevistas para el diario El País asegura que sólo refleja una parte del dolor que se puede encontrar en el libro. Entonces, quienes no lo han leído, ¿qué más podrán imaginar?

 

* Estudiante de Comunicación Social de la Universidad Javeriana

Por Andrea Ortega Jiménez*

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