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Novela, homoestética y violencia

Está en librerías “Un mundo huérfano”, del colombiano Giuseppe Caputo, que dará mucho de qué hablar, no sólo por su mirada al amor de un padre y su hijo, sino porque aborda desde muy adentro el fenómeno de los ataques contra los homosexuales.

Gloria Esquivel*
31 de julio de 2016 - 02:00 a. m.
Giuseppe Caputo estudió literatura en Nueva York y es director de contenidos culturales de la Feria Internacional del Libro de Bogotá y de la Cámara Colombiana del Libro. / Cortesía Alfaguara
Giuseppe Caputo estudió literatura en Nueva York y es director de contenidos culturales de la Feria Internacional del Libro de Bogotá y de la Cámara Colombiana del Libro. / Cortesía Alfaguara

¿De qué se trata la novela?

La historia ocurre en una ciudad cuyo nombre no sabemos, construida a orillas de un mar. Tiene como vértebra una calle, la Calle de las Luces, que está llena de faroles al inicio y se va apagando más y más a medida que se acerca a la playa. Ahí, por la playa, está el barrio donde viven los protagonistas: un padre y un hijo que se enfrentan a una situación de adversidad económica.

¿Y por qué es huérfano ese mundo?

Ese mundo de los protagonistas está compuesto por lo que ellos mismos llaman tres inmensidades: la ciudad, el cielo y el mar. De la ciudad se sienten —o mejor dicho: se saben— excluidos. Hay, entonces, una orfandad social: la dinámica económica de la ciudad los ha expulsado a sus márgenes; los proyectos económicos del padre y el hijo fracasan una y otra vez, casi podríamos decir que ninguno de los dos tiene las competencias para insertarse en la dinámica capitalista y aunque esto, a su vez, los hace sujetos precarios sin haberes materiales, también los vuelve subversivos, pues sólo producen imaginación. Esa imaginación —ese intento de recursividad ante la pobreza— los va salvando al tiempo que los aísla y condena más. La orfandad social también se hace visible con las burlas que sufren el padre y el hijo porque personas del barrio piensan que son una pareja (“Miren a los tortolitos”, les gritan, por ejemplo) y muy especialmente la sufre el hijo, blanco permanente de ese tipo de violencias.

Todas las escenas ocurren de noche. ¿Por qué?

La noche tiene una tradición literaria muy rica. La noche nos lleva a la mística: a la “noche oscura del alma”, de San Juan de la Cruz. Pero la noche, por supuesto, también habla de fiesta. Hay muchas escenas de bar, de baile y de algarabía en Un mundo huérfano. Pienso que la noche refleja sentimientos y estados muy contrarios —de tristeza y de éxtasis, de contemplación luminosa y de oscuridad— y que, según nuestro estado de ánimo, la entendemos de una forma y otra. La noche es nuestro espejo.

La electricidad es elemento clave.

Sí. Con la noche se hace más visible la electricidad —o más exactamente, la luz eléctrica—. Pero esa luz no llega o no está presente de la misma forma a lo largo de la ciudad: es lo que decía antes cuando hablaba de la Calle de las Luces. La luz es mucha en las zonas ricas, y escasa en los barrios más marginados. La luz representa el poder, y la ausencia de ésta, la desposesión. Los protagonistas de la novela viven, además, bajo la inminencia de que les corten este servicio en cualquier momento: en una ciudad costera, como lo es la ciudad de la novela, que de alguna forma está inspirada en mi ciudad, Barranquilla.

¿Por qué contar la historia de un padre y un hijo?

La novela cuenta la historia de amor de un padre y un hijo. Uso ese término intencionadamente, historia de amor, porque no creo que deba reservarse para hablar del amor romántico. Y dicho esto, tampoco creo que lo romántico pase exclusivamente por lo que entendemos como “pareja”. La suya es una relación que oscila entre expresiones de cariño, cuidado y ternura —es, digamos, una relación muy física, llena de declaraciones de amor— y momentos de desesperación, aburrimiento, rabia, celos e incomodidad. Padre e hijo se tienen el uno al otro, pero quizás intuyen que su amor no basta, que ni el uno ni el otro son suficientes. Por eso es tan importante la red de afectos que construyen con personajes del barrio: Olguita, Ramón-Ramona, los Tres Peluquines, Luna…

¿Es una novela gay?

Al no existir un término como “novela heterosexual”, y al preguntar, entonces, si una novela es gay, se da por sentado que lo heterosexual es lo universal y que lo gay, entonces, no puede ser universal sino un fragmentico de experiencia. ¿Con la pregunta se pretende saber si es una novela escrita por un gay, una novela con personajes gais, una novela que, en teoría, sólo podría interesar a un público lector gay? Hechas estas preguntas, sí quiero decir que prefiero hablar de estéticas queer (término inglés para designar a quienes no son heterosexuales). Homoestéticas, como las llamaba el crítico Leo Bersani, aclarando que esa idea de estética no pasa necesariamente por la identificación del deseo con la identidad. Es decir, creo que puede haber novelas queer con personajes que no son parte o no se consideran parte de la comunidad LGBTI, ya sea porque son heterosexuales o, aún mejor, porque no entran o no quieren entrar en ninguna clasificación.

El hecho de que una novela tenga un personaje gay no la hace queer por defecto. El espacio queer es un espacio que da pie para que estos modos de vida puedan desarrollarse. Ejemplos en Un mundo huérfano: la discoteca, el bar, el sauna gay.

¿De qué manera trata la violencia hacia la comunidad LGBTI? ¿Tiene la novela una postura política?

La sigla LGBTI no aparece en la novela. Tampoco las palabras representadas por cada letra: lesbiana, gay, bisexual, transgenerista, intersexual. Tampoco las palabras homosexualidad u homofobia. La novela ocurre en dos tiempos simultáneos: un tiempo anterior y un tiempo posterior a la aparición de esa sigla, ambos ocurriendo al unísono.

Hay una matanza que se lleva a cabo en un espacio queer: un espacio a donde los hombres van a bailar en paz con otros hombres, sintiéndose a salvo de cualquier violencia. Ese espacio deja de ser un espacio seguro cuando ocurre la matanza y los agresores, anónimos, escriben en una pared: “Sigan bailando, mariposas”.

Esa gran violencia está acompañada, nutrida, soportada a lo largo de la novela por unas violencias simbólicas, violencias que pasan por el lenguaje y que demuestran que todo tiene que ver con todo y que todo está relacionado con todo. Es el caso de los policías que se burlan del protagonista mientras están recogiendo los cuerpos de quienes fueron asesinados (los cuerpos de las mariposas). Es una violencia que llega a ese espacio queer desde el exterior, pero que también está en su interior, de manera muy enraizada. Eso se ve en las burlas que los propios hombres que frecuentan esos espacios queer hacen de los hombres más afeminados, los que ellos mismos llaman “mariposas”. La novela tiene una postura política frente a esta violencia (la masacre en Orlando, por ejemplo), claro que sí: es crítica de la homofobia dirigida a la comunidad gay como es crítica de la homofobia de los propios gais y crítica de la escena gay.

¿Fue intencional contraponer la creación artística a la matanza?

Sí. A veces pienso que lo contrario de una matanza —lo contrario de la violencia— es la creación. Esto se ha dicho mucho. En Hombre y superhombre, por ejemplo, Bernard Shaw habla de la creación y de la matanza como contrarios. Pero también pienso que es posible hablar de una “destrucción creadora”. Es decir, la violencia puede deshacer el mundo, pero también lo rehace. Ahí estamos ante un desafío: cuando la violencia y la creación dejan de ser realidades que recíprocamente se excluyen.

¿Por qué acumular escenas de sexo en el capítulo “La ruleta”?

Es una búsqueda e indagación de lo que los hombres quieren —una etnografía del deseo—, pero también una búsqueda de lo que el propio protagonista quiere. Un deseo de experiencia. Hay definitivamente una acumulación de experiencias sexuales, una detrás de la otra, y esa acumulación pasa por el reconocimiento, primero, de que el sexo no siempre es placentero y que puede ser, no sólo doloroso o asqueante, sino también miedoso y aburrido, y segundo, por la aceptación de esa realidad sin sentimientos de vergüenza.

¿Reivindica la comunidad LGBTI?

Diría que sí, aclarando también que no hubo una intención militante o activista a la hora de escribirla. Hay, sí, unas vidas que rechazan la convención, de manera explícita o involuntaria, y creo que eso ya de por sí es revindicativo de la lucha LGBTI.

¿Cuál es el papel del escritor en la lucha por los derechos LGBTI?

No hablaría de papel, pues un escritor tiene todo el derecho de escribir para escribir. Pero sí creo que, voluntaria o involuntariamente, un escritor puede visibilizar narrativas, estilos de vida ajenos a lo convencional, que pueden inspirar a otros a hacer una vida propia y distinta.

¿Tiene algo de autobiográfico?

Sí, como todo. Para mí, la escritura es un diálogo con la tradición y la memoria personal.

¿De qué manera está Barranquilla?

Está presente en el mar, que trae regalos como trae basura. En la recursividad de los personajes ante la adversidad, en su humor extravagante. En lo dicharachero de los personajes y en la violencia que se camufla en lo dicharachero. En la desigualdad.

* Periodista, escritora, traductora y poeta.

Por Gloria Esquivel*

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