El Magazín Cultural
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La obra "Labio de liebre" según Fabio Rubiano

La pieza en cuestión, plantea la dicotomía entre perdón y venganza, y difumina el límite entre víctimas y victimarios. Fragmento de la ponencia en el panel "Creación artística y conflicto" en la Cumbre del Arte y la Cultura por la Paz.

Fabio Rubiano
10 de abril de 2015 - 03:58 p. m.
Andrés Gómez / Fabio Rubiano en su papel de Salvo Castello en "Labio de liebre".
Andrés Gómez / Fabio Rubiano en su papel de Salvo Castello en "Labio de liebre".

Hablo desde el teatro. Y en el teatro, por lo menos en el que hacemos con el teatro Petra, el asesino más despiadado llora de amor, justifica con argumentos su quehacer, y, ante todo, insiste en que en aquello que hizo fue movido por una convicción férrea en crear un nuevo país.
 
En Labio de liebre, nuestra obra más reciente, las víctimas también tienen odios, a veces son injustas y están llenas de pasiones, como cualquier ser humano; o más bien, como cualquier personaje. No se desvirtúa a los criminales, como tampoco se celebra todo lo que haga la víctima. Nuestro trabajo no es sociológico, documental, antropológico, religioso. Creo que ni siquiera es político. Hay quienes hacen teatro político, teatro antropológico y teatro documental, y disfrutamos viéndolo. Para algunos muchas obras de teatro son un testimonio sociológico. 
 
Otros trabajan arduamente en comunidades religiosas para, por medio del teatro, hacer que el señor penetre el alma de la audiencia. Muchos aún defienden la catarsis que purifica a los espectadores y los lleva a seguir el buen ejemplo para no caer en la catástrofe del héroe trágico. Otros abominan la identificación con los protagonistas de la historia, exigen crítica y razón antes que emoción. Pocos, con valentía incomparable, van al corazón de las zonas de conflicto y con los mismos protagonistas y sobrevivientes de la barbarie dramatizan la realidad y reviven el horror de lo sucedido. Nosotros, como grupo, no somos capaces de asumir esa responsabilidad. Apenas podemos con el montaje de obras de teatro. Decir que hacemos más es mentir.
 
Con Labio de liebre nos han dicho muchas cosas: que tiene mucha fuerza política, que ilustra lo que sucede en este país, que muestra la verdad de las víctimas, que es laxa con el victimario. Alguien dijo que es el capítulo de una telenovela, otro dijo que hacemos mofa de un proceso de desmovilización. Una señora se sintió ofendida porque su hija es leporina, como Granados Sosa, un personaje de la obra del que muchos se burlan.
 
La mayoría se reía durante la obra. Una minoría aclaró con contundencia: “Yo no me reí. Me gustó, pero no me reí”. Muchos lloran cada noche, incluyéndonos, y según informes de personas que trabajan con víctimas e hicieron encuestas a la salida de la obra, la minoría vino a ver Labio de liebre no por un interés social en el conflicto, no por un interés político, no por un interés en el tema de la paz, sino porque le habían hablado bien de la obra. La mayoría dijo que después de ver la obra quería investigar más acerca del tema. Puede que la obra contenga y produzca todo eso, pero ante todo, antes que sociológica o documental, es una pieza de teatro, es un drama. Y cuando diga “drama” diré “tensión dramática”.
 
Nos gusta que en el teatro siempre haya tensiones, es nuestra primera regla al hacer ficción. Nuestra posición sobre la realidad no está primero. Primero está el drama. A mediados de los ochenta, cuando comenzamos a hacer teatro, teníamos mucho miedo de no decir lo correcto, de no estar en sintonía con aquello que era útil para la sociedad, de que la obra no fuera lo suficientemente necesaria, contundente y comprometida para crear conciencia, para generar reflexión. Para esa época la tensión dramática, las flexiones, el movimiento de la acción no eran lo primordial. Lo importante, lo relevante, era el compromiso con la realidad. Hoy nuestro compromiso es con la teatralidad. Comienzan los ejemplos:
 
1. Mochar cabezas: a Jerónimo Sosa, campesino con ruana, uno de los personajes de nuestra obra, le cortan la cabeza. “Se la mochan”, como se acostumbra a decir en el campo. Su hermano, Granados Sosa, se burla de él. Granados tiene labio leporino, y su hermano Jerónimo siempre lo llamó “media jeta”. Ahora Granados le grita: “Yo por lo menos soy media jeta, no como usted, que es sin jeta completa”. Jerónimo da quejas. Dice: “Este verraco lo que quiere es tumbarme la cabeza para ponerse a jugar fútbol con ella, así como jugaron fútbol ellos con la cabeza mía”.
 
La noticia de la mochada de cabeza es famosa desde los años 50, donde se realizaba con machete, hasta los años recientes, donde el instrumento era la famosa motosierra. Lo hemos visto también en los informes de la cercana violencia mexicana, ya sea con imágenes de muchas cabezas en el platón de una camioneta, o de cuerpos sin cabeza puestos en orden estricto, como una instalación macabra de arte contemporáneo donde la sangre que emana de la parte mutilada y multiplicada por el número de cuerpos produce formas y texturas de un impacto atroz. Vemos, en la también reciente campaña mediática de ese Islam radical, cómo se corta en vivo, y no de un tajo y en un segundo, sino con paciencia, en tiempos que parecen interminables. Creo que muchos hemos visto ese video.
 
Necesitamos esa escena, mencionar aquello en la obra. No evadir esa práctica. En un sentido dramático ¿qué podríamos decir? Muchas cosas. Que es horroroso, que quien hace eso es un monstruo, que aquel que lo hizo no merece el perdón, que muchos claman que se haga lo mismo al culpable, que se perdió cualquier posibilidad de compasión, que la fractura moral del país es irreparable al permitir eso, que no debemos ser indiferentes, que todos somos culpables… Todas las opciones son válidas. Las posibilidades para revolver la conciencia son infinitas, pero todo ya se dijo. Mientras más se busca lo que se debe decir en esa escena, menos se encuentra. ¿Por qué? Porque no es en la realidad donde se halla la respuesta. Es en el teatro. Y cuando finalmente nos decidimos por un camino de ficción, apareció otra realidad. 
 
“Ellos jugaron fútbol con la cabeza mía”, grita Jerónimo Sosa, y después de una larga pausa su hermano pregunta: “¿Y cómo quedó el partido?”. El público ríe. No todo, ya lo dije. ¿Por qué se toma esa decisión? ¿Por qué ese texto? Porque decidimos pensar en los personajes que estaban en la obra, pensamos en esa particularidad. Son dos niños campesinos que se pelean, y en las peleas de hermanos se ofende sin compasión. Los que tienen hermanos saben de eso. No se trata aquí de dos víctimas más de una violencia referenciada hasta el cansancio que entran a repetir los lamentos conocidos y reconocidos. No: son dos personajes, dos hermanos. El concepto totalizante y estándar de víctima no los cobija en el universo dramático. Aquí son enemigos y se ofenden con todas las herramientas verbales que puedan tener a su favor. Ganaron los personajes.
 
El peligro, el gran riesgo, es que un hecho atroz como la mochada de una cabeza produzca risa. Pero el público no se está riendo del hecho, sino de la capacidad de los hermanos, del momento dramático. Lo otro ya lo saben de memoria. Y reforzar con el teatro lo que ya ha dicho la prensa, el video, los sociólogos, los antropólogos, los defensores de derechos humanos y las mismas víctimas no nos deja la sensación de estar haciendo teatro sino otra cosa que desconocemos. El teatro que hacemos no va a las generalidades reconocidas por todos, sino a las individualidades que se pasan por alto.
 
2. “Esas cosas pasan”. Alegría de Sosa, madre de los dos personajes anteriores, se enfrenta verbalmente a quien la mató. No sólo a ella, sino a su familia, esposo e hijos. El diálogo entre ella y Salvo Castello es el siguiente:
 
Alegría: Nosotros queríamos estar ahí. Estar. Dejar que pasara el tiempo, la vida, pero vivos. Rezar, asustarnos con nuestros espíritus, darles de comer a las gallinas, en especial a Yirama; alimentar a Completo, el perro. Así, una vida normal.
 
Salvo: Eso no era vida. No sirve para nada.
 
Alegría: Pero era la que queríamos.
 
Salvo: Su marido se acostaba con su hija.
 
Alegría: Esas cosas pasan.
 
Salvo: Esas cosas no tienen porqué pasar.
 
Alegría: Que usted nos matara no tenía porqué pasar.
 
Salvo: Estaban con el terrorismo.
 
Alegría: Estábamos también con ustedes, estábamos con el que llegara armado, por miedo.
 
Salvo: Había que tomar partido.
 
Alegría: A los que tomaron partido también los mataron.
 
Salvo: Nosotros luchábamos por algo.
 
Alegría: ¿Sabe nosotros por qué luchábamos? Porque nos dejaran tranquilos, así, ignorantes de muchas cosas, pero con la sabiduría de otras. Con nuestros santos y nuestras vírgenes y nuestras veladoras. Muriéndonos de enfermedades que se podían curar fáciles. Tranquilos. Viviendo y muriendo cuando Dios decidiera.
 
Salvo: Todo lo hice por el bien de la comunidad.
 
Alegría: La mejor ayuda es dejar al otro vivir como quiera vivir.
 
Voy a detenerme en el punto en donde Salvo Castello le reclama a Alegría el permitir que su esposo abusara de su hija y de la respuesta de ella, “esas cosas pasan”. Esa frase fue definitiva para nosotros. Podría ser otra obra, pero no es de eso de lo que estamos hablando. Referenciamos a un personaje víctima, tal vez quien más dolores carga, pero su condición no la exime de ser injusta, tolerante con el abuso. Alguien, como lo hace Salvo Castello, la podría señalar por permitir que abusen de su hija. Ella ha dado antes la razón de su silencio: “Uno le debe respeto al marido”. Nuestro trabajo no es juzgarla ni determinar si lo que hizo está bien o está mal. Nadie en el grupo está de acuerdo con que un papá le meta mano a su hija, y mucho menos con que su mamá diga “esas cosas pasan”, pero el personaje no es ninguno de nosotros. Es Alegría de Sosa, y la escena no estaba concentrada en ese punto, sino en su discusión con Salvo, en un argumento más sólido, algo así como: “Pase lo que pase usted no tiene por qué venir a matarnos”.
 
Lo fácil habría sido poner un ambiente pastoril donde todos vivan felices y en armonía hasta que llegan fieras salvajes y los destruyen: fin de la historia. Podríamos argumentar que así no es la realidad. Y sí. Así no es. Labio de liebre narra algunos hechos atroces, pero no alcanzan a ser ni sombra de lo que la realidad provee. Por eso no nos interesan tanto los hechos atroces, el listado de maldades, sino las ambigüedades de la situación. Por ejemplo: alguien mata a alguien porque no está de acuerdo con el abuso; quien es abusada pide que maten al abusador; quien ordena quitar la vida está en contra del aborto. En este panorama de contradicciones ¿qué conciencia vamos a crear? ¿A partir de qué conciencia? ¿De cuál? ¿De la de quién? ¿De la nuestra? ¿De la de la víctima? ¿De la del asesino? ¿De la de quien odia? Sólo un principio nos rige, el de la vida. Pero incluso ante el “no matarás” no hay consenso. ¿Qué me respondería un intérprete radical de El Corán al leer los fragmentos contra los no creyentes judíos y cristianos? Algunos son muy gráficos contra la orden explícita de cortar cabezas y matar a los infieles, donde quiera que estén escondidos. No hay consenso. 
 
 
 
*Transcripción del fragmento

Por Fabio Rubiano

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