El Magazín Cultural

Obsesión, la palabra del juego

El director de la cinta, el argentino Hernán Goldfrid, dice que se obstinó tanto con contar la historia como el protagonista con descubrir quién había asesinado a una muchacha en la Facultad de Derecho de Buenos Aires.

Fernando Araújo Vélez / Enviado especial Cartagena
26 de febrero de 2013 - 05:00 p. m.
La cinta es protagonizada por Alberto Ammann y Ricardo Darín.  / Ficci
La cinta es protagonizada por Alberto Ammann y Ricardo Darín. / Ficci

Recorrió la Facultad de Derecho de Buenos Aires de arriba abajo, de izquierda a derecha, escalón por escalón y aula por aula durante días y meses. Buscó rincones, razones, detalles. Habló con los estudiantes y los profesores, con la gente de la seguridad, con los empleados y los curiosos. Caminó cada calle del barrio La Recoleta e imaginó cada uno de los apartamentos de la zona. Escudriñó a los transeúntes y memorizó ropas, andares, gestos, miradas. Se entrevistó con médicos forenses, con enfermeras, con investigadores de la Policía y detectives. Conversó con psiquiatras y se devoró decenas de películas, thrillers que le marcaban un camino, que le señalaban un indicio. Buscó. Indagó. Vivió. Recordó. Construyó un mundo y se metió en él, para después recrearlo en imágenes y ofrecérselo al anónimo que lo vería desde la butaca de un teatro con un título lacerante: Tesis sobre un homicidio.

Al final, sonrió. Un jean, zapatillas, una camiseta, el pelo largo y revuelto. Sonrió, y de una y mil formas comenzó a desandar el camino recorrido. Su infancia en La Paz, “porque mi padre llegó a Bolivia desde su tierra, Polonia, y se instaló allá, para luego irse a Buenos Aires”. Sus juguetes, siempre sobre el cine, siempre desde el cine: “El primero fue un E.T. al que se le iluminaban los dedos”. Las películas: “Spielberg, Spielberg como director o como productor. A mí me marcó para toda la vida Steven Spielberg, y sus filmes son parte de mí: E.T., Flash Gordon, Volver al futuro”. Cuando cumplió ocho años, se lo llevaron a vivir a Buenos Aires. Eran los últimos 80, el comienzo del VHS, la posibilidad de ver cine todo el día y todos los días. “Hernán Goldfrid”, se presentaba, jugando, y mentalmente añadía un pomposo “director de cine”.

“Después, mi hermano, Adrián, me habló de una escuela con especialización en fotografía y video en el barrio de Núñez, cerca del estadio de River Plate, y ahí empecé en serio con el cine. Cuando me gradué, me matriculé en la Escuela Nacional de Cine de Buenos Aires”. Los estudios, el cine, River Plate, el arte. “Me fui nutriendo de todo, de vida, de gente, de arte”. Trabajó de lo que se necesitara en dos programas de televisión, Los simuladores y Hermanos y detectives, bajo la dirección de Damián Szifrón, y luego en su primera película, Tiempo de valientes. “Yo me encargaba de la continuidad”. Años más tarde, en 2009, estrenó su primera cinta, Música en espera, la historia de un músico que debía entregar una obra para una película, pero no se le ocurría nada.

Un día marcó el teléfono de un banco para refinanciar una deuda, y en la línea, entre mensaje y mensaje, fue surgiendo el tema que necesitaba. Después conoció a una tal Paula (interpretada por Natalia Oreiro), que estaba embarazada, y ella le dijo a la mamá (Norma Aleandro) que él era su novio. “Un enredo, me encantan los enredos”. La película rompió algunos récords de taquilla. Goldfrid se había transformado en un personaje. Reseñas, entrevistas, invitaciones, fotos. Entonces leyó una novela, Tesis sobre un homicidio, de Diego Paszkowsky, y conversó con el productor de Música en espera, Diego Dubcovsky, con los guionistas Julieta Steinberg y Patricio Vega, y acordó con ellos realizar una película sobre la tesis del libro. Goldfrid comenzó a recorrer el mundo que mostraría en su película.

La facultad, las calles, los personajes y demás. Necesitaba impregnarse de la obsesión del protagonista, un profesor de derecho que terminaba jugando en serio al papel de detective para descubrir quién había asesinado a una muchacha. Él creyó que había sido uno de sus alumnos, y el alumno lo buscaba a él, lo desafiaba. “Haber contado para ese rol con Ricardo Darín fue algo que no tiene palabras. Él le dio el alma a la película”. Darín fue el profesor Bermúdez, y el profesor Bermúdez fue investigador, cómplice, enemigo y referente. En un punto, su exesposa le preguntó si lo que pretendía era hacer justicia o demostrar que tenía la razón. Él nunca pudo responder. La vanidad, salir vencedor del duelo al que lo había arrastrado su alumno, eran más fuertes que la verdad.

Por Fernando Araújo Vélez / Enviado especial Cartagena

 

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