El Magazín Cultural
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¿Otra vez arroz?

Aunque la película tiene una buena factura, el relato cae en las trampas fáciles de las historias de narcos. Otra más.

Anita de Hoyos
24 de septiembre de 2012 - 10:00 p. m.
Juanita Acosta y Manolo Cardona, en una de las imágenes de la película ‘El cartel de los sapos’, que se estrenará esta semana en Colombia. /Cortesía
Juanita Acosta y Manolo Cardona, en una de las imágenes de la película ‘El cartel de los sapos’, que se estrenará esta semana en Colombia. /Cortesía

Antes, primero estaba el libro. Y si el libro era un bestseller, se hacía la película. Y si la película funcionaba, se hacía la serie de televisión. Ahora, primero viene la serie de televisión, después el libro, después una segunda parte de la serie de televisión y más tarde una tercera y una cuarta. Y después, la competencia pone al aire otras series parecidas. Y cuando los televidentes están al borde del vómito con tanta repetición, Telemundo produce su versión, Mundo Fox estrena la suya y Univisión anuncia que no se va a quedar atrás. Y entonces, sólo entonces, aparece la película.

Este retraso le da un aire de trasnocho al estreno de El cartel de los sapos. Antes de ver la película, pensamos que otra vez arroz y que el tiempo había castigado su tema, quitándole vigencia. Y no. La buena noticia es que la película tiene lo suyo. Los productores tuvieron el carácter para soñarse una cinta de acción con buena factura y lo lograron. La puesta es decorosa, la banda sonora funciona, los parlamentos se entienden, el hilo narrativo es claro, la fotografía cumple y la producción es eficaz. Mención especial merecen los diálogos y las actuaciones, que son sobresalientes. Manolo Cardona da una tremenda exhibición de presencia escénica y Juanita Acosta demuestra que aprendió. Las interpretaciones de Diego Cadavid, Róbinson Díaz y Andrés Parra son sencillamente too much. Y para completar: ahora sí hay una historia de amor. Con tantos goles de ventaja, los que pusieron el billete pueden dormir tranquilos. Coronaron.

Hasta aquí las buenas noticias. La cinta no es mala, ya lo dijimos. Al contrario, es una película entretenida para ver un domingo en el home movie. Un producto sin pretensiones, que no produce conflicto. Pero lo que se ve fácil, se olvida fácil. El cartel de los sapos es tan simple que termina atentando contra sí mismo. Desde luego, no se trata de exigirle a una película de acción que entre en honduras filosóficas o sociológicas. Pero un poco de sorpresa en su trama no vendría mal. Menos telenovela también ayudaría. Es una lástima, pero al replicar la estructura de la serie de televisión, la película cae en las mismas debilidades que explican los malos resultados de El cartel 2 y Las muñecas de la mafia. No todo pueden ser tiros y obviedad. Al renunciar al dramatismo, al negarse a construir un héroe problemático e irse por el camino fácil de la bala, El cartel desperdicia la oportunidad de convertirse en una película importante y se condena a imitar el producto que Hollywood lleva años mostrando en nuestras pantallas.

Por eso es rara la nominación que se hizo del Cartel para los premios Oscar. Estamos mandando a competir a Hollywood algo que los gringos llevan décadas haciendo mejor que nosotros. Con el respeto que merece una tarea bien hecha, no creemos que El cartel tenga la novedad ni la contundencia para quedar entre las primeras cinco películas extranjeras. Y sí tiene el inconveniente de prolongar nuestra imagen de narcosociedad. Es obvio que el narcotráfico tiene presencia en Colombia hace cuarenta años y que eso no se puede ignorar. Pero asumir esta tragedia con la ligereza con la que la asume El cartel, es un resbalón. La película aguanta este abuso porque es un producto con intenciones comerciales, pero uno esperaría una mirada más estratégica de los miembros de la Academia.

Vamos por partes. En primer lugar, hay que decir que esta elección es sólo una propuesta que se le hace a la Academia gringa. Fueron decenas de profesionales del cine colombiano los que escogieron al Cartel como la cinta que mejor podía representar a nuestro país en los premios de la Academia gringa. Muy amablemente y con mucha paciencia, Laura García —presidenta de la Academia Colombiana de Cine— trató de explicarnos que la elección no sólo se fundamentaba en su calidad internacional, sino en el “carácter incluyente” que tenía la Academia colombiana. La calidad internacional del Cartel es clara y con eso no hay lío, pero lo del “carácter incluyente” nunca lo entendimos. El cartel es un producto “incluido” desde su origen. Los hermanos Cardona y sus socios nunca han sido discriminados por hacer una película con un protagonista traqueto. Al contrario. El éxito de esta película es precisamente su protagonista traqueto, protagonista que tiene estatura suficiente para caminar solo y no necesita que la Academia colombiana lo lance en Los Ángeles, confirmando que somos un país de narcos. Desde luego que el trabajo de los Cardona merece apoyo y aplauso, pero colocarlo como nuestra insignia es un despropósito.

Hay otras películas, otras miradas, otros trabajos que posiblemente son “menores”, pero tienen el mérito de arriesgar más y de ser apuestas más dignas en el largo plazo. Hay alternativas que hubieran servido para marcar nuestra distancia con el pasado y reflejar con más justeza lo que somos y lo que aspiramos a ser.

Entre otras cosas, porque El cartel es el discurso justificatorio de un narco. Su historia surge de las “confesiones” de Andrés López, un traqueto que después de sapear a sus cómplices con la DEA, tuvo la buena idea de seguir vendiendo sus sapeadas como libro y como serie de televisión. Y al hacerlo, López contó la interpretación de los hechos que le servía, lavando sus delitos y volviéndose un héroe. Así nació Martín González, el protagonista de El cartel, un narco “yo no fui” y “me porto juicioso” interpretado por el actor más carismático de Colombia. Manolo Cardona, que conoce su oficio, le prestó a Martín González su mirada soñadora de muchacho de excelentes sentimientos y encarnó a un personaje cero vicioso que jamás mató a nadie y vivió enamorado de la misma mujer durante veinte años, sin jamás serle infiel, ni maltratarla. Un tipo perfecto que sólo tenía un pequeño inconveniente: comerciaba con perico. Jajajá.

Sí. Es de risa, porque todos tenemos claro que el mundo narco es el reino de la testosterona. Esa es la realidad. Los traquetos son un combo de guerreros que desprecian la vida. Entonces, no son considerados, ni corteses, ni de buenos sentimientos, porque eso es de bironchas. Todo narco mata y lo hace con alegre ferocidad. Y todo narco rumbea y culea como un conejo cada vez que puede. Y no se enamora, se encoña. Y el encoñe no dura, porque siempre hay una perra buena teta haciendo fila para quitarle el puesto a la vigente. Entonces, Martín González es una mentira que escasamente aguanta en la tele, donde el público es como es, pero se queda corto en una película seria y es una rueda de molino que no se tragarán los tiburones de la Academia gringa, que ya pasaron por las pruebas ácidas de El padrino y Goodfellas, donde había una dramaturgia que ponía en cuestión a sus personajes, mostrándolos como seres peligrosos. Nada que ver con ese ángel de telenovela que nos propone El cartel.

Por Anita de Hoyos

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