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Pablo Montoya: todas las artes, un arte

Pablo Montoya, quien conversó con Jordi Savall y Rinaldo Alessandrini, estudió música en la Escuela Superior de Tunja mientras escribía sus primeros cuentos. Con el tiempo, la unión de música y literatura ha estado presenta en todas su obras.

Fernando Araújo Vélez
11 de enero de 2016 - 07:00 p. m.
El escritor colombiano Pablo Montoya  / Joaquín Sarmiento
El escritor colombiano Pablo Montoya / Joaquín Sarmiento

Era escritor mientras estudiaba música en la Escuela Superior de Tunja y recorría los pueblitos de Boyacá con algunas orquestas populares para ganarse unos cuantos pesos, y era músico mientras escribía sus primeros cuentos y las palabras, sus palabras, parecían surgir de los sonidos de su flauta traversa. Y los libros, aquellos primeros libros que leyó de Rafael Pombo y de Andersen y Flaubert, se mezclaban en sus maletas con la flauta traversa que le regaló su padre, mientras iba y volvía, o en las habitaciones sombrías que habitaba. Escribía con una melodía rondándolo y hacía música con imágenes y frases atacándolo. Y así iba por la vida, soñando con ganarse una beca para estudiar musicología en Moscú, e inventando situaciones y tratando de entender la vida para plasmarla en hojas; paseando perros o trabajando en bares, recordando cuando tuvo que salir de Barrancabermeja por las violencias de siempre, o soñando con escribir un cuento como aquel de Cortázar sobre Charlie Parker, El perseguidor.

Mucho tiempo después, con varios libros publicados y premios y homenajes, diría: “Inicié mis estudios de flauta traversa con el maestro Gabriel Uribe. Los continué con el maestro Óscar Álvarez en la Escuela Superior de Música de Tunja. Ambos, durante un tiempo, fueron importantes referentes de la flauta en Colombia. En Tunja estudié teoría musical con el maestro Jorge Zorro. Mis primeras publicaciones, en realidad, fueron las notas del programa de mano que hice para algunos conciertos del Festival Internacional de la Cultura realizados en Tunja”. Fue flautista de la Banda Sinfónica de Vientos de Boyacá, de la Orquesta Juvenil de Colombia y de la Orquesta Filarmónica de Medellín. Luego abandonó la flauta y, en París, se dedicó totalmente a la escritura y a los estudios literarios. Sin embargo, sus tesis de pregrado, maestría y doctorado se ocuparon de las relaciones entre música y literatura en Julio Cortázar y Alejo Carpentier. Escribió varios libros dedicados a la música: La Sinfónica y otros cuentos musicales (1997), Música de pájaros (2005), La música en la obra de Alejo Carpentier (2013) y Programa de mano (2014).

“No siento que ahora sea músico porque no toco ningún instrumento, pero el arte organizado de los sonidos me acompaña cada instante de mi vida. Prefiero definirme, más bien, como un melómano. Soy un lector apasionado de historias de la música, de biografías de compositores, de ensayos sobre música y su vínculo con otras artes. Creo, además, que la música es el arte supremo; pero, igualmente, pienso que no hay arte actualmente más peligroso y alienante”. Era y es músico y escritor y lector, y cada una de sus facetas se mezcla y se confunde con las otras, y cada una llama a la otra, y todas son una sola, pues de alguna forma el arte es todas las artes. Es música y en ella hay literatura, y en la literatura hay imágenes y ritmos y filosofía, y todas conviven y de todas surgen las historias y ese tratar de descifrar y de entender al ser humano, y en todas está el hombre y de todas se ha nutrido Pablo Montoya para vivir y para contar lo que ha vivido, aunque algunas de sus historias hayan ocurrido varios siglos atrás.

Él es y ha sido escribir a las dos, tres o cuatro de la mañana y en cualquier lugar, porque escribir lo salva del hastío, de la náusea, del olvido y la indiferencia, y es y ha sido hacer música a las mismas horas con su sacrificio, su cansancio también, sus pulsiones y el insomnio. Sus primeros pasos han sido un segundo paso, y luego esos pasos han sido miles de pasos que lo han llevado a una caminata sin fin, porque en el escribir o en la música no hay un fin, sino una infinita sucesión de puntos finales, y no hay más inspiración que la magia que surge de una frase o una melodía. Él es y ha sido literatura, música, y todo lo que se le acerque, con el perdón de quienes intentan agrupar la vida en reglas, manuales e incisos, en esencia, porque es vida.

Por Fernando Araújo Vélez

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