Una pareja en procesión religiosa da rienda suelta a sus pasiones, una familia justifica el pecado con su pobreza y una mujer gatea en la noche hacia la cama del amado. Esas tres historias ponen de relieve la mirada campesina del erotismo como transgresión. Empecemos por Talpa. Una mujer va en procesión hacia la Virgen de Talpa con su marido enfermo. La acompaña su cuñado, que sabe lo que a Natalia le falta. “Sabía, por ejemplo, que sus piernas redondas, duras y calientes, como piedras al sol del mediodía, estaban solas desde hacía tiempo”. En el camino, y en la más impune violación de las reglas, esperan la noche para amarse: “… la carne de Natalia, la esposa de mi hermano Tanilo, se calentaba en seguida con el calor de la tierra. Luego aquellos dos calores juntos quemaban…”.
El segundo cuento se llama Es que somos muy pobres. El título suena a justificación. Una inundación arrasa con todo y está a punto de llevarse también el alma de Tacha, la hermana del que narra, porque el papá le había comprado una vaca como garantía para el futuro, pero se la llevó el agua.
La idea es que Tacha, de doce años, no repita los pasos de sus hermanas pirujas. “Según mi papá, ellas se habían echado a perder porque éramos muy pobres (…) Y tan luego que crecieron les dio por andar con hombres de lo peor, que les enseñaron cosas malas”.
Cuenta cómo las llamaban los hombres a chiflidos. “Iban cada rato por agua al río y a veces, cuando uno menos se lo esperaba, allí estaban en el corral, revolcándose en el suelo, todas encueradas y cada una con un hombre trepado encima”. El papá las echó y la mamá rezaba por ellas.
Sin la vaca, pierden la esperanza con Tacha, a quien ya no le ven más camino que hacerse piruja. “El sabor a podrido que viene de allá salpica la cara mojada de Tacha y los dos pechitos de ella se mueven de arriba abajo, sin parar, como si de repente comenzaran a hincharse para empezar a trabajar por su perdición”. Era como si al morir la vaca, muriera la inocencia de la niña.
En otro cuento llamado Macario, Felipa, la mujer que prepara la comida, se mete todas las noches a su cama, “acostándose encima de mí o echándose a un ladito”. Se aprovecha de la luna y, como dice el cura: “El camino de las cosas malas es oscuro”.
Tres historias de Rulfo recogen la fuerza erótica del campesinado mexicano en el que el sexo es procreación, y el goce, perdición y castigo. “Dios no perdona”, como diría la madre de Tacha.
* Subdirector de Noticias Caracol.