El Magazín Cultural

Paul McCartney: el rey del pop

El ex beatle cumplió 75 años el pasado 18 de junio y anunció su segundo concierto en Colombia para el próximo 24 de octubre en Medellín.

NICOLÁS PERNETT
22 de junio de 2017 - 02:00 a. m.
Paul McCartney: el rey del pop

Aunque en 1995 Michael Jackson se autoproclamó “King of pop” en el videoclip publicitario de su álbum History, la historia (la de verdad) se encargará de demostrar que el verdadero rey del pop en el último medio siglo ha sido Paul McCartney.

McCartney no es sólo un genio musical por derecho propio, sino el artista que más ha contribuido al crecimiento de la industria musical y el paradigma del músico dedicado a complacer a las masas. De este hecho dan cuenta los varios récords que ostenta: el músico de mayor éxito en ventas de la historia, el compositor de la canción con más versiones (Yesterday), el intérprete con más números uno en las listas de Estados Unidos, entre otros.

Arropado con su vestido de beatle o en su carrera como solista, ha creado un producto inconfundible (él mismo) y se ha encargado de venderlo interminablemente durante más de cincuenta y cinco años. Ha sido algo así como el equivalente de la Coca Cola para el mercado de la música pop. Y en el camino ha establecido algunas de las fórmulas musicales más imitadas por los compositores e intérpretes de todo el mundo.

A diferencia de músicos como Eric Clapton, Keith Richards o el propio John Lennon, para quienes la influencia determinante en su formación musical fue el blues y su derivación rocanrolera, McCartney creció fascinado sobre todo por las canciones de los musicales de Broadway y las melodías de los crooners de la posguerra. Por eso sus composiciones no se vieron reducidas a los doce compases y a los tres acordes propios del rock and roll. Tuvo una mirada más amplia que lo llevó a usar acordes menores, aumentados o disminuidos en sus canciones y, sobre todo, enriqueció como ninguno las melodías de su banda. McCartney ha sido el más grandioso “melody-maker” de la historia y los muchos compositores influidos por su obra han sabido mantener viva esta marca en el pop de las últimas décadas.

Gracias a McCartney, la melodía y la voz se hicieron los elementos predominantes en el estilo de los Beatles y, de paso, en todo el pop posterior a ellos. Su tipo de voz, aguda, casi femenina, empezó a ser además lo común en el pop y el rock. Mientras en las décadas anteriores a su éxito bajos y barítonos como Frank Sinatra, Bing Crosby y Elvis Presley habían monopolizado las ondas radiales, después de los Beatles el pop pareció consagrarse como un deporte practicado exclusivamente por tenores.

Se sabe que su talento para la creación de melodías inolvidables no ha estado acompañado por la habilidad para escribir letras que vayan más allá de los lugares comunes. Por eso es corriente que en muchas de sus canciones lo único que se necesite para seguir la melodía sean unos cuantos “doo doo doo” o algunos “la la la”. Pero eso no le debe de importar mucho. El otro gran compositor de los últimos cincuenta años, Bob Dylan, puede quedarse con el prestigio del Premio Nobel de Literatura y el honor de haber usado el inglés como ningún otro cantautor. La gloria de Paul McCartney ha sido que, desde un conductor de camión en la India hasta un médico en Colombia, todos conocen alguna de sus canciones y las disfrutan como si de cantos infantiles se tratara.

Pero McCartney no sólo fue bueno para escribir y cantar canciones de éxito (la mayoría de números uno de los Beatles fueron obra suya). Su sed de aplausos y adulación fue en gran medida el motor que llevó a los Beatles a ser tan populares. McCartney nunca se ha cansado de dar entrevista tras entrevista o de sonreír con su cara de bebé a las fanáticas. Fue él quien se aseguró de que los Beatles dieran la imagen de niños buenos que propulsó su éxito como una atracción limpia que podía ser disfrutada tanto por los adolescentes como por sus padres. McCartney ha sabido venderse como un trasgresor light, un bromista que desordena un poco la fiesta familiar antes de sentarse a rezar con los demás. Si se quiere vender muchos discos hay que saber ser solo discretamente revolucionario. Y las otras estrellas del pop no han hecho mucho más que seguir su ejemplo desde entonces para asegurar el éxito.

Una vez separado de los Beatles, en 1970, McCartney dejó correr desbocado su corazón pop sin el agrio ingenio de Lennon para controvertirlo. Formó una nueva banda (Wings) y se fue a recorrer el mundo cantando sus canciones de alegría y optimismo para una nueva camada de admiradores. Su éxito de 1976 Silly love songs lo decía sin ambages: si la gente quiere tontas canciones de amor, él se las podía ofrecer mejor que nadie. De lo que se trataba era de estar en la lista de éxitos a como diera lugar. Y cuando sus melódicas y dulzonas canciones de amor no alcanzaban, no había nada malo en seguir la tendencia del momento: si lo que dominaba en las listas era la música disco, podía componer canciones de pista de baile como Good night tonight; y si de lo que se trataba era de apelar a los sentimientos conservadores asociados a la navidad o al amor por el terruño, sus éxitos de 1978 y 1979, Mull of Kyntire y Wonderful Christmas time, hacían el trabajo sin ningún problema.

(Esta apuesta por sacar la canción apropiada de acuerdo con el momento lo llevó a una situación realmente vergonzosa, cuando en 2001 lanzó la canción Freedom, un homenaje al ideal de libertad de Estados Unidos que había sido recientemente golpeado por el ataque a las Torres Gemelas. El mismo Paul se dio cuenta de que había ido demasiado lejos cuando los marines norteamericanos empezaron a entonar camino a sus intervenciones en Afganistán e Irak las líneas de la canción: “pelearé por mi derecho a vivir en libertad”. La idea de un ex beatle escribiendo un himno belicista era demasiado. McCartney no la volvió a tocar en vivo y la canción no ha sido incluida en ninguno de sus álbumes recopilatorios).

En los ochenta, después del asesinato de John Lennon y de la separación de Wings, McCartney quedó con la difícil tarea de volver a posicionarse en la cartelera del momento, esta vez como un solista cuarentón, algo que en ese momento parecía contradictorio con la idea de juventud asociada al pop. Durante un tiempo encarnó al baladista canoso e intentó experimentar con los sintetizadores y el sonido tecno de los ochenta. Pero finalmente encontró las dos fórmulas que lo ayudarían a mantenerse vigente hasta hoy: colaborar con las estrellas musicales del momento y exacerbar su condición de ex beatle.

Sin duda atraídos por su halo de leyenda viviente, las estrellas pop de cada nueva generación han colaborado gustosas con Paul McCartney en un negocio de doble beneficio: consagrar a un novato y actualizar a un dinosaurio. Desde Michael Jackson y Elvis Costello en los ochenta, hasta Dave Grohl, Rihanna y Kanye West en la última década, han colaborado con él. De esta manera Paul se ha asegurado no ser olvidado por las nuevas hordas de compradores. Después de participar en la canción Only one de Kanye West, en 2014, en Twitter incluso aparecieron mensajes de los fanáticos del rapero que decían: “No sé quién es este Paul McCartney, pero el trabajo con Kanye le va a dar una gran carrera”.

Su otra contundente estrategia para nunca dejar de sonar ha sido utilizar su vieja banda como el perfecto acto telonero de su carrera de solista. Hacer nuevas versiones de las canciones de los Beatles, reeditar el material del grupo cada cierto tiempo y no dejar pasar entrevista sin recordar cómo conoció a John Lennon o aprendió a tocar guitarra con George Harrison se han vuelto lugares comunes para McCartney, quien desde los noventa usa sus presentaciones como una especie de “revival show” para beatlemaníacos. McCartney ha fagocitado de tal manera el legado de los Beatles que en los últimos años ha llegado a incorporar canciones de Harrison y Lennon a su repertorio y ahora no sólo es el “Beatle McCartney”, sino que logró lo que siempre quiso: “ser los Beatles”.

Esto no quiere decir que no haya vuelto a hacer buena música y que sólo se haya dedicado a vivir de su gloria pasada. Desde su interesante experimentación electrónica del álbum McCartney II, de 1980, hasta el excelente Chaos and creation in the backyard, de 2005, ha alcanzado momentos que pueden competir con lo mejor de su época en los Beatles. Pero él sabe que para aparecer en la final del Factor X, en el entretiempo del Supertazón de 2005 o en la inauguración de los Juegos Olímpicos de 2012 es mejor volver a sacar su bajo Hoffner con forma de violín y su traje de beatle para entonar, una vez más, la larguísima coda (na na na na na na) de Hey Jude.

En los últimos años, también ha sabido montarse en las olas de cada nueva tecnología que ha aparecido: fue uno de los primeros artistas en transmitir uno de sus conciertos vía streaming, con su Live at the cavern de 1999. Y en 2008 escribió e interpretó gratuitamente la canción Hope for the future para el videojuego Destiny, sabiendo que la verdadera recompensa era llegar a una nueva generación de seguidores a través de la consola.

Después de haber transformado la forma de componer, grabar e interpretar la música popular del siglo XX, McCartney parece mantener intactas sus ansias por permanecer siempre vigente, siempre recordado, siempre nuevo (de hecho, su disco de 2013 se llama precisamente New). Y hasta el momento ha tenido éxito en su empresa. Pero siempre quiere más: un nuevo éxito, una nueva gira, un nuevo aplauso. Por eso sigue recorriendo el mundo llenando estadios, a pesar de sus 75 años.

A comienzos de 2015, McCartney intentó entrar a una de las fiestas privadas que se dieron en Los Ángeles después de la entrega de los Premios Grammy de ese año, pero fue detenido en la puerta por el guardia de seguridad, que no sabía quién era el anciano de aspecto juvenil que estaba frente a él. McCartney se dirigió entonces, entre ofendido y divertido, a sus acompañantes y les preguntó: “¿Cómo puedo llegar a ser más VIP? Tengo que conseguir otro éxito en las listas”. Este siempre ha sido su combustible y tal vez lo siga siendo hasta el día en que muera.

Por NICOLÁS PERNETT

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