El Magazín Cultural

La pecera de Santiago Roncagliolo

Un paseo por el acuario del Parque Explora con el escritor peruano, que presentó la obra ‘Óscar y las mujeres’.

Ana Cristina Restrepo Jiménez
16 de septiembre de 2013 - 10:00 p. m.
Roncagliolo trató de escribir la novela tres veces antes de tener una versión final.  / Cortesía
Roncagliolo trató de escribir la novela tres veces antes de tener una versión final. / Cortesía

Con las manos en los bolsillos, Santiago Roncagliolo entra a la penumbra del acuario del Parque Explora. En la primera pecera observa un coroncoro que besa el cristal con su ventosa mientras despliega su aleta dorsal como un abanico. “Bonito traje”, murmura.

Camisa formal, de cuello y puños, pero remangada y por fuera del pantalón, caqui, perfectamente planchado… con una de las botas medio subida. A pesar de su apariencia impecable, olor a limpio y sonrisa fácil, al escritor peruano la corrección política parece no preocuparle.

Él no es un showman, como tantos ‘escritores de feria’. En público, Roncagliolo funciona como sus libros: es interesante y divertido. Atrapa sin trucos (a veces, un leve temblor en los labios delata asomos de nerviosismo). Cuando la multitud desaparece, es un ser cálido y muy curioso, es entrevistado y a la vez entrevistador.

Desde niño ha sido medio nómada. ¿A cuál lugar llama “hogar”?

Es muy difícil responder, porque las ciudades no son las mismas. Lima por suerte no es la misma, en los ochenta era una pesadilla. Yo tampoco soy el mismo. Lo que pasa es que mi vida está repartida por distintos sitios: en Barcelona me siento muy joven porque mis recuerdos son de tres o cuatro años; pero si voy a Madrid, son de hace diez años; y si es Lima, son de hace quince, y la gente me recuerda como era el tipo que era entonces. Y si voy a México son de hace treinta años, y de repente me salen canas y siento que envejezco rápidamente. Tengo más lugares a los que puedo querer, es como mi familia: una catástrofe de divorcios, recasamientos y hermanos que entran y salen y, sin embargo, eso te da más gente para querer. Es una pregunta bien ambigua: yo llamo hogar a Barcelona, allá están mi esposa y mis hijos, pero soy peruano, soy limeño: es mi identidad y allí pasé los años de mi adolescencia.

¿Por qué su padre, su familia, abandonó Lima?

Porque si eras periodista te expulsaban del país: allí, en Chile, en Argentina, en Uruguay, en muchos países de Suramérica, durante los años setenta. Colombia ha tenido una democracia bien sólida, que es lo raro, lo normal era lo de todos los demás. Mi padre había militado en el Partido Revolucionario, era periodista, y eso ya era más que suficiente para que te echaran. En México recibía personas de todas partes: habían tenido una buena experiencia con los exiliados de la Guerra Civil Española, así que cuando se empezaron a exiliar desde América les abrieron las puertas.

¿Leían mucho en su casa?

En mi casa se leía mucho, incluso obsesiva y exageradamente. A los ocho años, a mi padre le pareció que ya estaba bien de leer bobadas con dibujitos y tonterías, que ya era hora de leer novelas. Me llevó a una librería y me dijo que escogiera una novela de adultos, sin dibujitos. Vi un libro que en la portada tenía un tiburón persiguiendo a una mujer desnuda y pensé: yo quiero ese. Como mi papá era muy de izquierdas, lo llevó donde el librero y le preguntó qué era ese libro. Le respondió que era “revolucionario”. A mi papá le parecía que cualquier cosa revolucionaria estaba bien y me lo compró. Así que la primera novela que leí fue Tiburón, de Peter Benchley. Después leí muchas policiales de Agatha Christie, y una vez mi madre, que había estudiado literatura, me dijo que ya estaba bien de leer tonterías ¿¡otra vez!?, que era hora de leer literatura de verdad y me dio La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y su abuela desalmada. Yo tenía nueve años: no entendí nada. Pero había cosas fascinantes: me acuerdo de la imagen del ángel que cae todo lleno de barro en un patio, o de la Eréndira y las hordas de soldados que se metían a acostarse con ella, de la abuela horrible. Crecí desde entonces leyendo de todo, que es lo que sigo haciendo: leo cosas de cultura popular, de alta cultura. Y creo que escribo de manera natural libros que están en el medio, no me gusta escribir nada que sea muy elitista ni por fórmula.

¿Hubo algún contacto con otras formas del arte distintas a la literatura?

Mi padre nunca escuchó mucha música, mi mamá sí; por supuesto, toda la trova cubana: Silvio Rodríguez, Pablo Milanés. “Yo pisaré las calles de Santiago ensangrentado”: ¡yo crecí escuchando una canción de pisar algo ensangrentado que tenía mi nombre!, pero mi madre también escuchaba The Beatles o algo de rock de los setenta. La música siempre me gustó: hice música antes de escribir, en la adolescencia. Tuve varios grupos de rock, fui bajista. Cuando tienes quince años, todo lo que quieres es conseguir chicas, pero todas se quieren ir con el cantante, con el guitarrista o con el baterista. Si dices que eres el bajista, te preguntan ¿queeé? Y cuando tú explicas que es como una guitarra pero con cuatro cuerdas y que es muy importante porque es la base rítmica… ¡ya se han largado con el baterista! Hay un monólogo de Patrick Süskind que se llama El contrabajo: es de un contrabajista y me sentí conmovidamente identificado con sus problemas de tener un instrumento que a nadie le importa, que no tiene solos. Pero bueno, me gustaba mucho.

¿Y la música en su vida?

Cuando entré a la universidad: ya había chicas (se ríe a carcajadas). Yo venía de un colegio de hombres, así que no era necesario montarte en el escenario y tratar de desplegar las plumas para conocer chicas. Fue un cambio de vida y dejé de tocar. Sentí que había cosas que me interesaban más en la universidad. Luego intenté retomarlo, después de uno o dos años, y me había vuelto malísimo. Podía tener un grupo, pero había descubierto que era muy malo, y que cuando escribes, a diferencia de cuando tocas, lo haces solo. Sólo lo enseñas (el escrito) cuando sabes si está bien o está mal. Cuando empecé a escribir, dejé de tocar.

Empieza a escribir y…

Cuando estaba en la universidad era impensable ser escritor: a comienzos de los noventa y para un chico peruano de mi edad, y seguramente para un colombiano, cualquier latinoamericano, había que ser un Nobel, escribir setecientas páginas, ser candidato a presidente. Una talla de ser humano que parecía inalcanzable. Así que empecé a escribir a escondidas, pensando siempre: bueno, esto es muy malo, pero es lo que necesito hacer. Gané un pequeño concurso de cuento, de una ONG para jóvenes, y pensé que por lo menos no debía avergonzarme. Seguí escribiendo y descubrí que me encanta. Escribí un libro de cuentos; luego mi primera novela, que batió el récord mundial de rechazos editoriales: fue rechazada por catorce editoriales en cuatro países y terminé por convencerme de que era una mierda de novela. No era yo un genio incomprendido. Pero después de haber escrito una novela ya tienes más claro cómo hacer la segunda… que fue rechazada con menos énfasis”.

Si le doy las canecas con lo que han desechado todos los escritores de la historia. ¿Con cuál basura se quedaría?

Con la de García Lorca. Hice un libro, El amante uruguayo, que fue una inmersión en García Lorca. No tiraba cosas porque le parecían buenas o malas, las tiraba porque le parecían demasiado peligrosas, en especial las que estaban relacionadas con su vida íntima y su sexualidad. Sería muy interesante ver esa ¿canica, dijiste? ¡Ese tacho!

Óscar es una caricatura divertida, excéntrica. ¿Cuál es la historia detrás de la obra?

Les doy muchas vueltas a las cosas dentro de mi cabeza, a veces durante años. La última novela, Óscar y las mujeres, la he pensado durante quince años. Y he tratado de escribirla tres veces porque no funcionaba lo que estaba haciendo. Es la historia de un guionista de telenovela: escribe historias perfectas pero su vida amorosa es un desastre. Ese contraste es divertido y también me permite hablar de la ficción y la realidad, un tema que a mí, como escritor, obviamente me interesa mucho.

Su prosa se mueve en diversos registros, géneros. ¿Cómo encontró el de ‘Óscar y las mujeres’?

Es difícil decirlo, porque justamente lo que me hace sentir cómodo es tener un reto creativo distinto cada vez. Óscar y las mujeres es la novela de alguien que se reconcilia con el mundo, un hombre que tiene que aprender a entender a los seres humanos, tiene que salir de su cabeza y tomar contacto con sus hijos, con su mujer, con sus amigos… si los tiene. Cada novela depende de lo que yo esté sintiendo y viviendo en el momento, por lo tanto no puedo repetirme. Lo que pienso es qué necesito para lo que quiero contar, se trata de lo que tienes o no tienes que hacer. Yo vivo cosas y decido qué escribir.

¿En algún personaje está usted?

Todos están hechos de lo peor de mí: de los miedos, de las partes ridículas, de lo que uno no admite en público. La literatura tiene esa parte a la vez exhibicionista y de protección de ti mismo y de tu intimidad: cuentas cosas que son tuyas, cuentas vidas y cosas que te han pasado, pero nadie sabe exactamente cuáles te has inventado. Te haces a un lado sin exhibirte, sin hacerte vulnerable, es lo más terapéutico de escribir.

Termina nuestro paseo por el acuario. Santiago Roncagliolo parte para una charla con el cronista Juan José Hoyos.

El escritor sale de la pecera en que suele convertirse una entrevista lejos del entorno natural del interrogado: un medio artificial, relativamente confortable, que permite la observación superficial y curiosa de una especie. Tal vez, para llegar al fondo, baste sumergirse en su obra literaria.

Por Ana Cristina Restrepo Jiménez

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