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Periodismo: agua y aridez

El periodista Bill Gentile estuvo en Medellín durante el festival del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo y dictó el taller central “Videoperiodismo de mochila”.

Manuela Saldarriaga Hernández
08 de octubre de 2015 - 04:03 a. m.

El trópico se quedó con parte de su vida y el fusil con toda la de otros. Su archivo fotográfico, que demuestra lo dicho, lo ha donado a la biblioteca de la universidad en la que ahora dicta la cátedra de cine y artes visuales. Con muchos años en el ruedo –y cuántos fuera de su país- conversa con un español perfecto que combina la aspiración de la ‘s’ nicaragüense, de su primera mujer, y un soniquete cubano, casi imperceptible, de la segunda: Esther. Este hombre se desplaza con la pericia de un buen caminante, se ve en su cuerpo y en sus músculos que adivino bajo las prendas de un viajero habituado, y es justo lo que ha hecho por mucho tiempo. Andar.

Nació en Estados Unidos y es hijo de inmigrantes italianos, por eso su segunda lengua es también romance. El decano de la facultad en la que estudió Periodismo (Ohio University) era un viejo corresponsal extranjero que cubría la Segunda Guerra Mundial y que trabajó por mucho tiempo para la editorial McGraw-Hill en Latinoamérica, así que tenía buenos contactos en la región, como Jaime Plenn, director en Ciudad de México del periódico en inglés The News, en donde por suerte hizo su práctica (internship), pues no estaba dispuesto a cubrir accidentes de tránsito cerca de su perímetro. Fue en México, entonces, cuando empezó a soñar en otro idioma y donde ocurrió su despertar político. Pronto haría cobertura de guerra.

La primera historia que escribe, tal vez la más dulce, es sobre un mecanógrafo de una plaza que, en consecuencia, cobraba por pasar a máquina cartas de amor, entre otras cosas. Lo interesante era que ante la imposibilidad de ponerle un rostro a la voz de quien le dictaba, pues era ciego el copista (“la noticia”), las declaraciones del inadvertido podían llegar a ser tan descaradas como sensibleras, o es lo que supongo en picardía con el autor de tal artículo mientras me lo cuenta. Diez semanas más tarde debía regresar a Estados Unidos, sin embargo, se quedó un año, hasta el 77, y no regresó; empezó a trabajar para la United Press International (UPI) y no solo desde México, su área era Centroamérica y el Caribe. Hacía textos y fotografías para la agencia y las enviaba a Nueva York después de traducir y editar muchas de las noticias de los demás periodistas que salían del buró de la región: Panamá, Costa Rica, Honduras, Nicaragua…

En el 79 lo envían a una misión de exploración en El Salvador y entrevista a Óscar Romero, sacerdote y defensor de derechos humanos que murió asesinado, un año después de esta cita, durante la celebración de la misa, historia semejante a la de Antún Ramos, el sacerdote de la Masacre de Bojayá, Chocó (occidente colombiano) sucedida en 2002. Luego va a Managua y asiste a una de las noticias calientes de la Guerra Fría: El Frente Sandinista de Liberación Nacional declara la ofensiva frente al gobierno del régimen Somosista, en Nicaragua, que cuarenta años atrás estuvo apoyado por Estados Unidos, de hecho, lo hizo con todo movimiento en contra, la Contra, encargada de derribar la izquierda a toda costa. A propósito, publicó el libro ‘Nicaragua’ que reúne el material obtenido y este lo hizo merecedor del premio Overseas Press Club en la categoría de excelencia.

A las tres semanas de cubrir en la montaña -lucha rural y armada que involucró al campesinado-, conoce a su primera esposa y comprende el tamaño de su vocación que, como lo formula, surge de un deseo infantil: el querer descubrir qué pasa a su alrededor. Lo hace con un interés muy hondo, y de no ser así cómo arriesgar las piernas, los ojos, las manos... Decía Kapuscinski que es cualidad del hombre curioso irse a caminar por el mundo en busca de respuestas. Él estuvo presente, ya como reportero para la Revista Newsweek, en la invasión de USA en Panamá, en momentos de coyuntura en países como Cuba, Haití, Afganistán e Irak, o bien en la Guerra del Golfo Pérsico; también documentó historias sobre “las ruinas” sociales que dejó el genocidio en Ruanda luego del exterminio de los Tutsi por parte de los Hutus. Estuvo en el Círculo Ártico, en Angola y en el Sahara, al norte de África. ¿En qué portafolio se archivan estas respuestas? ¿En su mochila?

Él y su equipaje, expresamente, lo comprometen con tal cualidad. Es un documentalista avezado y hace también las de consultor documental. Ha viajado tan solo con su equipo (una cámara con un micrófono) y denomina su encargo como videoperiodismo de mochila. En el contexto de Ruanda, por ejemplo, donde gran parte de la aniquilación fue con machete, que es lo propio de un territorio agrícola -“como el martillo para el carpintero”-, realizó un reportaje sobre las mujeres que habían sido violadas dos años antes, durante el genocidio. La violación entonces no era considerada como un delito de guerra ni como una transgresión a los derechos humanos, era visto como un incidente en medio de lo demás, hasta que este trabajo, que reflejaba el que muchas de estas mujeres violadas fueron contagiadas con sida y por esto a la mayoría se le apartó de la sociedad -por ‘sucias’- llegó al Tribunal Internacional de La Haya y se inició un proceso con las Naciones Unidas para que el abuso sexual en el conflicto empezara a ser calificado como un crimen.

En adelante comprendió que el periodismo es una espada de dos filos: por un lado permite introducirse hasta donde sea posible, bien en revoluciones, en cambios sociales o en hechos violentos, pero por otro, como manifiesta, representa también un naufragio hacia dentro: “parte del proceso de este oficio es sentarse por mucho rato y pensar en que el viaje que se hace al explorar el mundo es uno interior y cabe preguntarse ¿quién soy y para quién o qué hago lo que hago?”. Después de dedicar tantos años a la fotografía, a los relatos y a los videos documentales, Bill Gentile entiende que es una profesión semejante a la del bombero: ir detrás del último fuego para intentar extinguirlo. Así, consagrado a la docencia, aviva ahora el calor frente a líquidos e inagotables aprendices.

Gentile ofrece talleres en distintas regiones del mundo en donde comparte su experiencia vital y profesional. Estuvo en Medellín durante el Festival del Premio Gabriel García Márquez de Periodismo como maestro del taller central Videoperiodismo de mochila que contó con la participación de 15 periodistas de Colombia, Estados Unidos y Guatemala, todo esto promovido por la Fundación para el Nuevo Periodismo Iberoamericano FNPI. Una de las resultas es este esbozo y algunas otras preguntas que tal vez vengan a cuento.

¿Qué tal el haber cubierto para una audiencia norteamericana distintos conflictos con intervención norteamericana, justamente?

Creo que mi cobertura de Nicaragua, por ejemplo, y especialmente de El Salvador, va muy al contrario de la línea de política de Estados Unidos y he sido muy abierto en mi oposición, aunque no es mi trabajo expresar esta opinión. Mis fotografías, sobre todo las que he hecho en Centroamérica, son una cosa y mi opinión otra. Por supuesto se refleja en mi trabajo, es inevitable, o en entrevistas como esta, y es que el hecho de que mi país esté metido en tantos líos en el mundo es parte de la razón de que siga cubriendo estos conflictos. Yo voy a Afganistán no porque sea un amante de la guerra, todo lo contrario, voy en muchos casos -con muy poco pago- precisamente porque tengo una obligación como americano y porque tengo la oportunidad de participar en ese diálogo que es el periodismo, así que tomo parte en esa conversación precisamente porque mi país ha estado involucrado y es lo que me corresponde.

Considera entonces que la audiencia puede tener una actitud crítica con lo que usted ha documentado

Con el caso de Nicaragua creo que la gente de Estados Unidos sí puede tomar una postura crítica y puede decir: ¡qué daño estamos haciendo! Los videntes de mi trabajo tienen sobre todo una crítica de la política. Con la guerra de la Contra, que es sin duda el cuerpo fotográfico más completo que cualquier otra colección mía y sobre el hecho, y lo digo porque he tomado el riesgo de pasar tiempo en la montaña tanto con las fuerzas Sandinistas como con la Contra, es imposible no reconocer la crueldad del conflicto y quedar con la impresión de que la intervención de mi país ha sido algo positivo.

Y en el caso de los conflictos sin participación de Estados Unidos…

Acabo de regresar de Ecuador, donde casi no conozco nada ni a nadie, donde hacía un trabajo sobre la religión y el medio ambiente y lo hago porque tengo el interés. Estados Unidos no tiene una gran participación en Ecuador, que yo sepa, de hecho los chinos son dueños de todo el petróleo, inclusive el que aún está bajo tierra.

¿A quién considera víctima?

Los civiles son las víctimas. Los soldados fueron civiles, tanto los de la Contra como los Sandinistas y tal vez con poca educación, pobres, no tuvieron el beneficio de viajar y crecer, y resultan metidos en un conflicto que no los va a beneficiar de ninguna forma.

¿Y en el caso de la mujer?

La participación de la mujer en la revolución de Nicaragua, por ejemplo, era muy importante; ellas pelearon al lado de los Sandinistas y hubo mujeres que tomaron puestos más importantes en la sociedad o en el gobierno. Para muchos su participación era vital para el proceso, he leído que el papel ahora es menos protagonista que durante ese tiempo, pero entonces era muy importante. En cuanto a otros conflictos, como en El Salvador, que no conozco tanto como el nicaragüense puesto que ahí vivía, sé que había mujeres combatientes pero desconozco lo que está pasando ahora, o cuando voy a Irak y Afganistán veo mujeres en el ejército americano o sé también de las mujeres iraquíes o afganas, pero desconozco su papel en lo cotidianidad, realmente.

¿Cuál es el mayor aporte suyo para el periodismo norteamericano?

Yo creo que ha sido lo de Nicaragua, realmente, porque trabajaron ahí cientos de periodistas y cientos de fotógrafos pero soy uno de los poquísimos que ha vivido la Revolución, pues viví durante siete años y tenía la capacidad física de ir a la montaña con los soldados, semanas, un mes, un día, dormir en el piso con ellos, beber de los nacimientos de agua, enfermarme, y la mayoría de los demás simplemente no querían o no podían. No pretendo ser el gran héroe del periodismo, porque no lo soy, pero estaba dispuesto a hacer todo esto.

¿Qué momento o fotografía le causó más escozor de este cubrimiento?

Probablemente la foto de la mujer que está dando pecho a su hijo al lado dl ataúd con el cadáver y posando para mí. Un amigo y yo veníamos de una emboscada, que también se ve en las piezas, y decimos “Muy bien, vámonos de aquí para mandar esta película a Nueva York” y sale un campesino que quiere mostrarnos algo, le decimos que está tarde y nos insiste, y entramos y vemos esto. Lo primero es la cobertura de los medios de América y Europa; lo segundo es lo que pasaba con quienes no son de allá y estaban allá; nosotros estábamos haciendo “carrera” –advierte el entrecomillado-, pero también estábamos siendo parte del proceso. Así, los abandonados de la sociedad, los desprotegidos, eran invisibles, nadie les hizo caso, ellos no tenían voz, nada. Cuando llegamos: aquí está la prensa internacional y de una entienden: aquí está la guerra, ¡miren lo que nos está pasando! Entonces los campesinos, que ninguno de ellos eran norteamericanos, nos enseñan eso. Nosotros sentimos que más que testigos, éramos cómplices.

¿En qué momento resolvió su ética periodística?

Si vemos que alguien corre peligro, ¿tiramos la cámara o lo capturamos? He escrito sobre ese incidente de Nicaragua, claro, con un veterano norteamericano de combate de Vietnam, que había peleado y ahora era fotógrafo de la AP, Patrick Hamilton, y caminábamos y vimos a un campesino, un miliciano Sandinista, con un hueco en el pecho por una bala que lo había atravesado, entonces entre los dos decíamos: o lo dejamos aquí y va a morir, porque teníamos que regresar a Ocotal (municipio de Nueva Segovia) y luego devolvernos a la montaña, o dejarlo morir. Si en el camino nos paraba la Contra, porque paraban a mucha gente, nos van a matar a los tres. En fin, decidimos guindar una hamaca en un jeep y arriesgarnos. Por suerte no nos pasó nada y un día después regresamos a la montaña. Eso forma parte de la ética: si hay alguien ahí que puede ayudar, eres periodista, haz tu trabajo. Pero si no hay nadie para ayudar, hay que dejar la cámara.
 

Por Manuela Saldarriaga Hernández

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