El Magazín Cultural
Publicidad

“La pintura es una Filosofía”

El pintor colombiano Santiago Cárdenas es uno de los invitados en Referentes de ARTBO 2015.

Camila Builes
28 de septiembre de 2015 - 02:49 p. m.
Santiago Cárdenas en su taller, al norte de Bogotá.  / Luis Ángel - El Espectador
Santiago Cárdenas en su taller, al norte de Bogotá. / Luis Ángel - El Espectador

Mi papá era jefe de redacción de El Tiempo, también trabajó en El Espectador y en un periódico que se llamaba La Razón. En esa época -la época de la guerra (1946, 1947)- no había juguetes, pero había periódicos, muchos periódicos en toda la casa. Entonces mi padre nos enseñó a mi hermano Juan y a mí a hacer los muñecos de periódico que son en forma de cadeneta y esas cadenetas nos servían de ejército. Juan, mi hermano, ponía el ejército de él a un lado de la habitación y yo al otro, nos disparábamos bolitas de papel y el que terminara con más soldados rotos era el perdedor”.

Diez años después Santiago Cárdenas fue al ejército real, al de Estados Unidos, cuando lo obligaron a prestar servicio en una base militar en un pueblo árido del que no recuerda el nombre, o prefiere no recordar. Los soldados de papel se transformaron en seres articulados, con cascos metálicos, rostros desesperados, cartas de mujeres escondidas en el bolsillo de la camisa que queda en la tapa del corazón. El enemigo ya no era Juan su hermano; era otro, a quien no conocía, no odiaba, sentía que luchaba una guerra que no le pertenecía, siendo –peor aún– de un país por el que él no habría ido a la guerra jamás. La muerte lo perforó. Escondió sus heridas que venían de la misma fuente de su dolor.

“Nunca quise volver a estar en el ejército, lo terminé odiando y a la guerra. El ejército tuvo un efecto totalmente contraproducente en mí, porque en vez de hacerme más valiente lo único que hizo era aumentar las ganas que tenía de salir corriendo y seguir siendo artista, entonces volví a entrar a estudiar arte y saqué mi maestría y después vine a Colombia que para mí era toda una aventura. Era sólo una visita. Me quedé. Me encantó, me fascinó Colombia, yo ya era medio gringuito, había estado casi 20 años allá, hablaba trabado el español y me fui quedando, conocí a la que es hoy en día mi esposa, ella me estaba haciendo quedar, y nos casamos y eso me hizo quedar definitivamente”.

Santiago Cárdenas Arroyo nació en Bogotá, en 1937. Estudió Artes Plásticas en Rhode Island School of Design; en Cummington Art School, en Massachussets y en Yale University, donde obtuvo su máster en Fine Arts.

“Quería estudiar algo que tuviera que ver con arte, porque a mi familia le parecía que esa no era una manera digna de ganarse la vida y tenía que escoger algo más lucrativo y serio, entonces escogí la arquitectura que también me encantaba”.

“Dibujé desde siempre”, señala Cárdenas en el taller de su casa en el norte de Bogotá. Podría atreverme a decir una cifra de los pinceles que tiene en su taller, cualquier número sonaría pequeño. Hay cinco mesas, encima de una de ellas hay un muñeco de madera articulado en posición de yoga, le pregunto por qué está así y me dice que le gusta verlo y pensar que es él quien descansa. Detrás de donde está sentado hay una de sus obras “Tablero”. La pintura de un tablero verde con borrones que ocultan lo que había escrito antes con tiza blanca. De los tableros que había en mi escuela cuando tenía siete años, de los tableros que ya no hay.

“Mi obra es totalmente autobiográfica, creo que uno no se puede separar de su obra. Por ejemplo, este cuadro, que es una pizarra, tiene mucho que ver con mi época de estudiante en el colegio. Todos los cuadros tienen que ver con uno de los momentos más significativos de mi vida”.

Recordar viene del latín recordari, formado por re (de nuevo) y cordis (corazón), significa volver a pasar por el corazón. A Cárdenas le gusta recordar. A veces se queda todo un día sentado en la mitad del taller en silencio. A veces la nostalgia se toma la memoria y arremete sin piedad y a uno -por lo general- no le queda otro remedio que recordar aunque duela, para que duela. Se queda mirando unas moticas de algodón que tiene cerca del óleo podrido de tiempo en una mesa larga café.

“Mi papá tenía una gran biblioteca en casa y entre los libros había algunos de arte, en esa época no había tantas posibilidades de conseguir libros como ahora, te estoy hablando de hace 60 años, había uno en especial que a mí me encantaba. Yo llegaba del colegio, tiraba el morral en la sala y corría hacia la biblioteca a hojear ese libro y pensaba ‘Yo quiero pintar como Velásquez’. Cuando vivía en Nueva York recuerdo que visité el Museo Metropolitano y me quedé atónito: había un cuadro enorme de una pintora francesa que se llamaba Rosa Bonheur y pintó una obra que se llamaba “La feria de los caballos”. Era enorme, qué cantidad de caballos, yo me quedé ahí, habitado por la obra. Y además me parecía que una mujer que hubiera podido pintar ese cuadro era magnífica. En Colombia las mujeres siempre son menospreciadas. Desde ahí tuve mucha relación con las mujeres pintoras. Una tía mía fue pintora, estudió en Nueva York, ella se llama Marina Cárdenas es hermana de mi papá. Traté de crear un mundo de heroínas. Yo veo que la gente ahora entra a los museos y camina, pasa por los cuadros y salen en una hora y dicen que vieron la exposición. ¡Mentira! Lo que hacen es mirar, no observar. Yo me he quedado más de 5 horas frente a un Van Gogh extasiado, preguntándome cómo hizo para crear algo así de supremo”.

Me contó que los profesores en la universidad no lo dejaban hacer realismo “Ya todo está hecho, eso no es ser un artista”, le decían los profesores. Él se obstinó, dibujó. “Yo quiero que con mi obra las personas se queden paradas frente al cuadro y se cuestionen acerca de eso que es una pintura y se ve tan real: ¿en qué sentido son reales ellas mismas?”.
 

Por Camila Builes

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar