El Magazín Cultural

La poeta del delirio

Elvira Sastre convoca a cientos de personas en sus recitales de poesía que, acompañados por la música de Adriana Moragues, hablan del desamor.

Juliana Muñoz Toro
29 de abril de 2015 - 01:44 a. m.
La poesía de Sastre es para sus lectores un himno, una oración o incluso un mantra. / Cortesía Filbo
La poesía de Sastre es para sus lectores un himno, una oración o incluso un mantra. / Cortesía Filbo

La poesía suele habitar más en el silencio que en el fanatismo. La poesía, tal vez, es más la piel que se conmueve, discreta, que el llanto a viva voz. Por eso resultó impactante ver en los recitales de la poeta española Elvira Sastre, en la Feria del Libro, a varios jóvenes con camisetas estampadas con su imagen, llorando y repitiendo de memoria cada poema con los ojos cerrados.

La gente no cabía en la sala y aun muchos se quedaron por fuera con la esperanza de verla. Los ejemplares de sus publicaciones —que fueron una apuesta de pequeñas editoriales españolas— se agotaron la primera noche. “Nunca había visto algo así en un evento poético”, comentó Federico Díaz-Granados, el poeta colombiano que presentó a la joven la primera noche.

Sastre, de 22 años, es a la poesía lo que los Beatles al rock. Al menos en las pasiones que despierta en sus seguidores. “Cuando la empecé a leer estaba pasando por un rompimiento. Sentí reflejado en la poesía de ella todo lo que estaba sintiendo”, comentó Jorge Zúñiga, después de postear una foto de la silla en la que ella se iba a sentar. “Ya puedo morir tranquilo”, añadió en la publicación.

A la presentación de Sastre en la Filbo fue un grupo de venezolanos que habían viajado a Colombia solo para verla, pues es lo más cerca que había estado de su país. La madre de María José Vargas, una de sus mayores admiradoras y que vino desde Neiva con sus padres, contaba: “Todo su mundo gira en torno a ella. Escribe los poemas de Elvira en toda la casa, en las paredes, en la mesa. Tiene siempre un marcador y a donde va escribe un fragmento de los poemas de ella. Ahora todos en la familia vivimos a Elvira”. La hija agregó: “Sus libros de poesía son libros donde uno habita. Y yo llevo demasiado tiempo habitando en ellos. Nunca estoy sola cuando repito sus poemas”.

Esta atracción del público, en especial del joven, hacia Elvira Sastre quizá se deba a que sus poemas hablan del desamor, ese sentimiento tan democrático, el que llega a todos, siempre. Estos seguidores sienten que alguien ha escrito un himno para ellos, una oración, un mantra para no estar solos.

La poesía de Sastre es su misma voz, pero que suena mejor.

Voces como: “quiero que me pienses tanto/ que no sepas lo que es tenerme ausente”, “te sientas/ y lo primero que haces es avisarme:/ no llevo ropa interior/ pero a mi piel le viste una armadura”, “me hace feliz/ ser feliz sin ti”.

Sastre habla de lo cotidiano, pero visto por segunda vez, desde la nostalgia y la atracción: “Para mí, cualquier lugar es mi casa si eres tú quien abre la puerta”. Y a esto le agrega una dosis de erotismo que, más que mostrar, insinúa: “Hazme polvo. En la cama. En el suelo. De espaldas. Agachada. Sobre la mesa. Contra la pared. Aquí. Allí. Así. Hazme polvo y luego, sopla”.

Ella confiesa que ha escrito casi siempre después de que la han dejado o cuando ha experimentado malos momentos. “¿Qué le vamos a hacer? La vida es así”, les confiesa a los asistentes. Aunque no le gusta explicar sus poemas, para que no pierdan el significado que cada uno le quiera dar, cuenta que Yo no quiero ser recuerdo fue más bien creado para conquistar: “Yo no quiero hacerte daño,/ quiero llenar/ tu cuerpo de heridas/ para poder lamerte después,/ y que no te cures/ para que no te escueza”.

Su estilo es una nueva forma de expresar la poesía. Se trata de la entrega física del recital, un “me voy a quitar la ropa despacio: recógela”, en sus palabras. Lee sus poemas como si le estuviera hablándole a alguien al oído, y no con ese ritmo de antaño en que el poeta está en el umbral y el espectador en la tierra: “Te he olvidado,/ amor roto./ Pero no tengas miedo/ a que nadie te recuerde:/ la poesía jamás te olvidará”.

A esto se suma su éxito en redes sociales como Twitter, Youtube y su blog Relocos y Recuerdos: “son un gran escaparate, algo así como el interruptor que sube el volumen. Es mágico que uno escriba algo desde su casa en Madrid y al mismo tiempo alguien desde Bogotá lo lea, sin intermediarios”, comentó en una entrevista.

Pero quizá lo más llamativo en los encuentros con esta poeta es la música. Elvira Sastre ha compartido escenario con músicos de la talla de Joaquín Sabina y Jorge Drexler. Y, en especial, con la cantautora española Adriana Moragues, que hace más evidente la melodía de sus sonetos y que estimula otros sentidos en el público, como sucede con la canción “Tengo un plan”: “Y es que quiero conjugar contigo todos los verbos que acaben en arte. Perderé mi miedo si se trata de salvarte a ti”.

Sastre dice que “escribir es convertir lo incierto en verdad” y que necesita la poesía para deshacerse del ruido. De esa necesidad han resultado dos poemarios Cuarenta y tres maneras de soltarse el pelo y Baluarte, y una novela que aún está en proceso. Además de escritora, es traductora literaria y filóloga inglesa.

“Quiero (…) que no me elijas,/ pero que siempre regreses a mí para encontrarte”, “yo no quiero hacerte el amor, quiero deshacerte el desamor”, “quiero que me mires/ y adivines el futuro”.

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Por Juliana Muñoz Toro

 

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