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Pretextos de fe en el Cementerio Central

El lugar es atractivo para quienes se proponen 'conocer' a Bogotá, no solo por su valor histórico y el recuerdo de las grandes personalidades que allí reposan, sino por historias que le dan otra perspectiva a temas como la vida después de la vida.

Javier Arias, Vanessa Cardona y Katheryn Martínez*
05 de abril de 2016 - 12:12 a. m.
Pretextos de fe en el Cementerio Central

Sin pedir permiso ni a vivos ni a muertos, una figura desfila de la nada rumbo al osario 666. Allí se detiene. Es una amazona que impone respeto. Su piel canela mantiene una lucha constante con el sol. Gracias a su delgadez, luce sumamente alta y esbelta, pero en sus brazos se forman algunos músculos inapropiados. Su cabello negro cae desafiante en un mechón fucsia. Su cola de caballo está tan tensa que su musculatura facial se rejuvenece forzadamente. Los pómulos salidos le confieren desdén y superioridad a su sonrisa. Su nariz es tan respingada y elaborada que pertenece a la arquitectura del lugar. Finalmente, su mirada es rapaz y audaz. Eso completa su letal feminidad.

Su nombre es Lasly Johana, pero prefiere llamarse La Pegui. Cada lunes visita a sus amantes: las almas más inesperadas del Cementerio Central. "Si estoy aquí es por mis almas", dice mientras menea su cola de caballo y se aprieta la cintura con sus alargadas manos. "A él –declara, mientras golpea con su puño el osario 666– le debo la vida".

Un cliente, antes de marcharse, le pagó una gran suma por sus servicios sexuales. Algo la preocupaba. Con esa extraña sensación, vislumbró por la ventana a un hombre. Aún no logra explicarse cómo sucedió, pero en su mente tres números se dibujaron: 666. "Era él –sonríe y mira el osario de don José Concha–. Escuché su voz dentro de mí y me dijo: 'Vete de ahí' ". Inmediatamente, La Pegui ató un par de sábanas a la pata de la cama y sujetándose de ellas se precipitó por la ventana. Tan pronto tocó el suelo, escuchó cómo varios hombres irrumpían violentamente en la habitación. "Le tengo mucha fe al 666 y por eso él me da su protección".

De repente se acerca rápidamente a otra de las tumbas. Dice que allí se encuentra "el cirujano holandés". Asegura que la ha ayudado a conseguir el dinero para sus múltiples operaciones. "Un día vine y le bailé, pidiéndole que me ayudara con mi operación". Confiesa que su petición fue aumentar la talla de sus pechos. "Al otro día, un cliente me dio todo el dinero que necesitaba para mi cirugía, todo gracias a la fe que deposité en mi cirujano". Lo que Lasly no sabe es que José Fernández Madrid fue un prócer de la independencia colombiana. La confusión se origina por el título de "Doctor", grabado en sus aposentos y que es entendido por algunos como "médico o cirujano".

Los ojos de esta titánica mujer se visten de un fuego especial cuando habla de sus queridas almas. Su devoción hacia ellas la salvó. La Pegui asegura que es una mujer nueva, completamente diferente a lo que alguna vez fue. "Yo estaba mal, era drogadicta y me prostituía de la peor forma". Sus ojos no se nublan cuando habla de esos días de su pasado; todo lo contrario, sonríe con orgullo y se contonea a su manera, como lo que es: la diva del cementerio.

"Putas, maricones, ladrones, drogadictos, travestis, lesbianas; somos los que más fe le tenemos a las almas de este cementerio y mucha gente se burla de nuestras creencias". Lasly jamás olvida una burla, una que le marcó la vida para siempre.

Dice haber olvidado todo lo sucedido. Solo recuerda que era uno de esos malos días en que andaba con la piedra afuera. De un momento a otro se encontró atacando a un hombre que se había burlado de ella. Lo atacó hasta matarlo. Cuenta esto con una espeluznante tranquilidad, mucho más aterradora que cualquier historia paranormal de la necrópolis. Lasly Johana, alias La Pegui, pagó diez años de cárcel por su brutal cometido.

"Luego de salir de la cárcel, quedé muy mal y le pedí a las almas que me ayudaran a dejar la drogadicción y las calles. Ellas me han sacado adelante. Dejé el vicio y se lo debo a ellas. A veces, cuando no vengo, siento que me va mal. Ellas me recargan de fuerza. Pero así como uno les pide, asimismo hay que cumplirles". Seguramente, la semana será muy buena para La Pegui, y ella abandona el Cementerio Central completamente segura de ello.

La exhumación del verdadero rostro

Ha pasado una semana y Lasly ha cambiado. Está distraída y parece de afán. No siente remordimiento alguno por su impuntualidad, ni siquiera por incumplirles a sus almas. Físicamente, también es distinta: su mentón se ve escarchado por la finura de un breve brote de vellos faciales.

En la tumba azul de Garavito abundan las flores del mismo color. Poco se ve porque hay mucha gente alrededor formando una especie de aquelarre que congrega a toda clase de personas. Realmente, pocos rezan. Es un diverso espacio social en el que travestis, prostitutas y pandilleros se apretujan para restregar sus billetes. Otros únicamente fuman marihuana, porque, según ellos, es una forma de rendirle homenaje a Garavito.

La Pegui sigue riendo a carcajadas con sus amigas, también amazonas como ella. Tan solo hablan de cosas efímeras e intercambian saludos con las colegas nocturnas que se van encontrando entre la multitud.

¿Dónde quedó la Lasly Johana devota, entregada y apasionada por las almas?, ¿dónde quedó el respeto que decía sentir hacia los difuntos que tanto le han dado? Ahora tan solo era un travesti más de los tantos que se reúnen en el cementerio.

José Concha regresa decepcionado a su rutina tormentosa en el osario 666. Hoy no recibió la visita consoladora de un travesti que se esfuerza por liberarlo de sus ataduras con el mal. José Fernández Madrid regresa a sus aposentos, aliviado de que ese día no fue tenido por cirujano ni por holandés. Garavito, con su olor a sahumerio barato, a marihuana y a billete de veinte mil, se alegra de que La Pegui no restregara sus senos en su tumba azul, como acostumbra hacer cada vez que se encuentra sola en la necrópolis.

Al salir del cementerio, tan solo se tiene la sensación de dejar atrás un sinfín de historias. Cada persona, a la larga, cree en lo que quiere creer. Cada quien busca pretextos para convencerse de que fumar marihuana es una forma de honrar a un muerto o de que un paisano con nombre local puede ser un respetado holandés con un título de cirujano otorgado en muerte. Cada quien necesita alimentar su fe y en silencio todos buscamos algo que nos sirva de flotador en los momentos más difíciles de la vida.

Dentro del Cementerio Central quedó enterrada la imagen de un travesti devoto y sincero, pero a veces la vida es tan dura que necesitamos creer en algo que nos haga sentir un poco de esperanza.

*Este artículo fue publicado por el periódico "Aula y asfalto", de la Universidad Central

Por Javier Arias, Vanessa Cardona y Katheryn Martínez*

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