El Magazín Cultural

¿Profesión o vocación?

Dicen que existe el mal de África, un estado emocional que experimentan las personas cuando visitan el continente y les incita a regresar constantemente.

María José Pinzón Mendoza
05 de julio de 2017 - 09:08 p. m.
Maria José ha dedicado gran parte de su vida a las misiones.  / Cortesía
Maria José ha dedicado gran parte de su vida a las misiones. / Cortesía

“Una supuesta dolencia que hace que el continente se meta en el corazón y apriete cuando estás lejos” es la definición que más me gusta. Yo padezco el mal africano. Fue exactamente en el Cuerno de África, hace diez años, donde empecé a sentir los síntomas, donde comprendí que mi vida podría tener una misión.

¿Profesión o vocación? No dejé de preguntarme desde ese primer viaje. Quería entender aquella necesidad vital y profundo fervor que sucumbió mi conciencia cuando puse los pies en Etiopía. Una profesión se elige, se medita, sea cual sea, por gusto, necesidad, ingresos, familia, ubicación u otras razones, mientras que una vocación es un llamado que arde en el alma y no puede ser apagado nunca. He llegado a pensar que el mal de África lo que hace es inflamar la llama, despertar enardecidamente la vocación.

Hace 10 años decidí dedicar mi vida a acompañar a las personas que sufren la pobreza extrema, a unos pocos de entre los 400 millones que la padecen en África, casi la mitad de la población total del continente. “En Sudán del Sur casi un millón y medio de niños pueden morir este año. En Somalia, 6 millones de personas necesitan ayuda alimentaria. Ahora solo cabe una rápida intervención para evitar la catástrofe”, leí hace unos días en el editorial “Drama silenciado” de la revista española Mundo Negro. Según UNICEF, en 13 años morirán 69 millones de niños y otros 167 millones vivirán en la pobreza extrema.

Así a primeras parecen cifras infladas, o por lo menos muy difíciles de asimilar. A quién se le ocurre que en pleno 2017 pudiéramos estar viviendo esta desgracia, pero después hago un recuento de lo que mis ojos han visto y caigo en cuenta de que es una realidad insoportable. Hace tres semanas regresé de una misión en Senegal donde conocí a los niños talibés, quienes, además de vivir en la completa miseria, están obligados a mendigar día y noche para sus maestros, los marabús.

Hace un año conocí, en la selva ecuatorial, al sur de Camerún, a los pigmeos baka, una etnia discriminada y marginada; no se les considera humanos, no tienen sus derechos básicos cubiertos y se han ido alcoholizando para sobrellevar esta cruel situación. En Etiopía, Nigeria, Guinea y Uganda, entre otros países africanos, he compartido con niños y niñas que, a decir verdad, no sé si hoy estén vivos.

Mientras escribo estas palabras, desde mi oficina en Madrid, reviso el portal humanitario de las Naciones Unidas, reliefweb, para saber qué está pasando en el mundo. Hay graves inundaciones en Sri Lanka y Burkina Faso, ébola en la República Democrática del Congo, sequía y hambruna en Kenia y Sudán del Sur, pandemias en Niger, Burundi y Guinea Conacky. “Tengo que ir ya”, pienso, “África nos necesita”, y entonces empiezo a planear mi próxima misión.

Por María José Pinzón Mendoza

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