El Magazín Cultural

Rock al Parque 23: vigencia de los festivales que vendrán

En esta edición del Festival se abrió el debate sobre la música y su relación con la política, poniendo de manifiesto lo poco que se sabe de, en este caso, Venezuela, más allá de lo que dicen los medios oficiales.

Andrés Gómez Morales
21 de julio de 2017 - 02:43 p. m.
Juan Zarama- El Espectador
Juan Zarama- El Espectador
Foto: Juan Zarama

El festival comienza con los anuncios de las bandas convocadas cada año. Ya es costumbre  esperar las reacciones entusiastas o aireadas del público que asiste o no al festival. Los que nunca asisten sostienen que cada vez es peor. Los incondicionales siguen ahí, dispuestos a soportar las largas filas, el clima indolente, los violentos filtros policiales; las decepciones, las expectativas rotas. “Rock al Parque es una rosca”, afirman los de las bandas que se presentan a las convocatorias y no son convocadas. El ruido que precede al festival gratuito más importante del continente hace parte del espectáculo, como el rumor hecho chiste de que “este año va a cerrar Iggy Pop”.

Esta vez antes del ruido, muchos no sabían quién era el músico venezolano Paul Gillman, antes de que un influyente empresario y fundador del festival lo sacara del cartel por ser beneficiario del chavismo y por apoyar el gobierno de Nicolás Maduro. Esta vez se abrió el debate sobre la música y su relación con la política, poniendo de manifiesto lo poco que se sabe del hermano país, más allá de lo que dicen los medios oficiales; también vimos cómo la intolerancia de algunos sectores se afirma,  para complacer el conformismo de quienes tienen como única ventana al mundo, las pantallas de los noticieros oficiales.  No vino Gillman, pero la expresión musical diversa característica del festival se impuso sobre la negación, gracias a bandas de la talla de los también venezolanos, Crema Paraiso. En cualquier caso, habría sido grato ver a Gillman homenajeando a su amigo Elkin Ramirez de Kraken, en lugar de escucharlo justificar la censura de su país.

Como es costumbre en su primer día, Rock al Parque, complació en su primer día a los asistentes más fieles con nombres internacionales como Lamb of God, Orbituary, Death Angel, Nervosa y los locales Darkness. Día del que sin duda ya habrán dado cuenta los especialistas del tradicional rock duro. De los siguientes días también se ha hablado, pero   vale la pena volver sobre las fusiones, la experimentación y el eclecticismo, que abarcaron sonidos indie,  hip hop,  free jazz,  post-rock, ska, blues en formatos de vanguardia; para conmemorar así, los festivales que vendrán y los que ya nadie recuerda.   

Este año el público fue dispuesto a dejarse sorprender con bandas poco conocidas, aunque   prometedoras y con trayectoria, dignas de los carteles de festivales como Estéreo Picnic o Lollapalloza. Los tres escenarios (Plaza, Bio, Eco), funcionaron de manera simultánea haciendo que el espectador titubeara, decidiera y se sorprendiera con la oferta de bandas. Así los chilenos de Cómo Asesinar a Felipes hicieron una presentación para los amantes del hip hop con scratches, beats, improvisación jazzística y rap callejero, acompañados tras bambalinas por Billy Gould, el bajista de Faith No More. Mientras tanto, Los Crema Paraiso de Venezuela fusionaban su funk electrónico con arreglos de música folclorica y sonidos pop del mundo, trascendiendo la política y la mala onda de los censores del festival.

A Los Caligaries de Argentina, les quedó pequeño el escenario Bio del Parque Simón Bolivar. Su puesta en escena circense, la cantidad de músicos en el escenario, el vestuario y la descarga ska en formato de big bang, sacudieron a un público fiel y apretujado que bailó, coreó cada canción como hincha futbolero. En contraste, al otro lado, en el escenario Eco, Zhoze de China se presentó con una propuesta introspectiva bien lograda, aunque difícil de clasificar dentro de los límites del rock. En el centro, rodeada por los timbres y texturas de  guitarra eléctrica, una suerte de lap steel tocado con un arco, traía melodías orientales arcaicas. La atmósfera ambient / art rock, no requirió de ningún componente lírico, la sonoridad se bastó por si sola para llevar a los asistentes a un viaje hipnótico más allá del tiempo real marcado por la guitarra y la batería.

El cierre del escenario Eco estuvo a cargo del súper grupo mexicano Titán, conformado por integrantes de la banda electrónica noventera vanguardista, Melamina Ponderosa; la parodia glam, Moderatto y Fobia. En su hora correspondiente crearon una atmósfera de fiesta rave con máquinas secuenciadoras, loops, sintetizadores; contando además con la deslumbrante presencia en los coros y en el baile de la actriz Casandra Church, quien saltó del escenario entregada al público con el estilo de Marilyn Manson o de la pálida cantante de Die Antwoord. Estuvieron más que entretenidos y performáticos, promocionando su más reciente trabajo discográfico: “Dama”.

Antes de que Macaco de España cerrara el escenario Bio con música del mundo y Elkin Robinson de Providencia, llegara con una genuina muestra de música isleña, tuvo lugar la presentación de uno de las mejores sorpresas del festival, a cargo de los argentinos, Sigg Raga. Grupo poco conocido en nuestro país, pero que cuenta con veinte años de trayectoria. Reconocidos dentro de la escena reggae por utilizar el steady rock jamaiquino como parte esencial de su base rítmica, logran fusionar el jazz, el bossa nova, la samba pop; utilizando potentes recursos escénicos en el maquillaje y el vestuario. Los integrantes vestidos de arlquines y cubiertos de pintura plateada, recordaron las presentaciones de Klaus Nomi y David Bowie en los años setenta. Las canciones de su más reciente trabajo, “Las promesas de Thamar”, trajeron a cuento episodios sonoros dignos de Spinetta, Serú Girán o Virus, con voces evocativas de la tradición brasilera como las de Milton Nascimiento o Seu Jorge; sin que por ello perdieran su propio estilo. 

 El lunes festivo abrió en el escenario Plaza con la descarga punk de las chicas de Sin Pudor, ganadoras de la convocatoria distrital. Le dieron paso a 2 Minutos quienes estuvieron a la medida del gran público con sus canciones cortas y contundentes, provocando el pogo de manera instantánea. Lejos, en el escenario Eco, la atmósfera era distinta. Allí, desde su procesador, Lucrecia Dalt, experimentó con sonidos sintetizados, a  veces, armónicos, pero la mayoría del tiempo sumergidos en la atonalidad; envolviendo a los presentes en texturas electrónicas cadenciosas, interrumpidas por líneas de fuga, trazando la ruta de posibles canciones pop que nunca llegaron, ni llegaran a ver la luz. Un preludio de lo que vendría con Salt Cathedral, otra de las muestra de lo que hacen los músicos colombianos en el extranjero.

En el mismo escenario Eco, el dúo francés Catfish irrumpió con una potente base rítmica bluesera en un contrapunto de batería partida en dos: mientras la cantante Amandine Guinchard se encargó de la base y los thombs, Damien Félix golpeaba el redoblante y le daba a  la guitarra el efecto slide. La crudeza del sonido, amortiguada por el teclado midi y la voz, le dieron forma a canciones de blues, indie-folk y rock and roll. Sin duda, una presentación para enmarcar en las memorias del festival. Por su parte,  otro dúo, Salt Cathedral, encarnó un sonido limpio y sofisticado —cercano al de Björk o Moloko— gracias a la habilidad vocal de Juliana Ronderos y el cálido respaldo acústico en la guitarra de Nicolás Losada.

Como la primera vez que se presentó en otras versiones de Rock al Parque, Panteón Rococó hizo vibrar al público, a pesar de los problemas técnicos, afirmando el espacio que tiene ganado el ska, en escenarios que convocan diferentes gustos y tendencias. Al otro lado, en el escenario Bio, Montaña conectó con la traza dejada por el paisaje sonoro de Zhaoze el día anterior. La banda bogotana utilizó los instrumentos a la manera de una paleta de texturas sonoras, dejando de lado la concepción tradicional de banda de rock, donde predomina el riff y la sección rítmica, para darle lugar al timbre a la textura y al cromatismo. En la presentación, Montaña, selló sus filiaciones con el post-rock de Tame Impala o Mogwai, siendo una de las mejores propuestas locales del festival junto a Ismael Ayende, quienes además incorporan elementos de la música andina y letras.

La banda argentina Los Espíritus, apareció en el escenario Bio a la hora prevista, sin aspavientos, con la tranquilidad de quienes empiezan a tocar cuando el público lleva más de dos días en frecuencia con la música. La banda, liderada por dos guitarristas enfundados en camisas hawaianas, Maxi Prietto y Santiago Moraes, hizo un despliegue de neo psicodelia en clave de blues, poniendo a la audiencia en el umbral de otro mundo. Adornando con misticismo la temática urbana y cruda de sus letras, la percusión acompañó el tejido de tres guitarras, sostenidas en este mundo gracias al bajo y la batería, haciendo, así, gravitar cada canción  en una variación del mismo viaje cósmico, planteado en sus dos últimos álbumes: “Agua Ardiente” y “Gratitud”. Unas veces Prietto en la voz, otras Moraes, lograron trascender el espacio que separa ambos trabajos, dejando una traza coherente que promete  seguir sonando más allá del underground de donde emergieron.

Los Tres de Chile hicieron los suyo en el escenario Plaza, preparando el final. Aún suenan como hace veinte años, cuando sus discos “La espada y la pared” y “Fome”, inauguraban el   rock alternativo en Latinoamérica.  Al cierre, los asistentes tuvieron  para escoger entre la presentación de Mon Laferte  o la de Draco Rosa (conmemorando el aniversario veintiuno de su disco “Vagabundo”). Draco Rosa resurgió de las cenizas, apoyado en una potente banda y su voz de ultratumba, actualizando los temas que lo convirtieron en artista de culto.

El festival dejó ver un amplio espectro de lo que está pasando en el panorama sonoro actual, fuera de la escena main stream y de las fórmulas de producir hits de temporada.  Como siempre, sirvió de vitrina para las nuevas propuestas nacionales e internacionales y como punto de encuentro imprescindible para las distintas generaciones de jóvenes que tienen como un referente el rock en todas sus variaciones. El balance general confirma la vigencia de Rock al Parque por encima de los prejuicios de quienes quieren decretar su fin. Hubo más grupos, no se mencionaron por razones evidentes. Otro de los encantos del festival es la promesa de regresar por lo que no fue posible ver.        

Por Andrés Gómez Morales

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