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Rodolfo Walsh y el periodismo militante

La historia del escritor argentino Rodolfo Walsh sintetiza parte de lo que ocurrió con el golpe de estado de los militares a María Estela Martínez de Perón, el 24 de marzo de 1976.

Ángela Martín Laiton
24 de marzo de 2016 - 03:29 a. m.

Terror es no saber de dónde viene el miedo”.

Rodolfo Walsh

 

Corre junio del año 1956 en el club Capablanca de La Plata (Argentina). Mientras se juega al ajedrez en ese tipo de reuniones clásicas de ocio e intelectualidad, alguien menciona: “Hay un fusilado que vive”. Al entonces corrector de la editorial Hachette le queda rondando esta idea en la cabeza durante mucho tiempo. Hubo un allanamiento y detención de civiles. Se rumoraba que estaban implicados en una rebelión militar de Juan José Valle contra el gobierno del general Pedro Eugenio Aramburu. Luego viene la masacre.

Para ese entonces, Rodolfo Jorge Walsh contaba con 29 años. Era hijo de migrantes irlandeses que se habían asentado en la Argentina. Estaba vinculado con la editorial desde los 17 años y ya contaba con algunas publicaciones literarias. Había pasado por muchos oficios que le gustaba recordar con cariño, cuando las falacias de la academia intentaban definirlo como intelectual.

No sabía bien en ese momento qué era lo que lo llamaba a investigar aquella historia de personas fusiladas por entes militares. Hasta entonces había publicado algunas obras que ya le habían valido premios y reconocimiento. Sin embargo, más allá de la esencia de escritor, Walsh estaba interesado por asuntos más reales de la cotidianidad, sobre la realidad y su contexto que en principio lo llamarían al periodismo investigativo y, después, a la militancia política.

“Pero después sé. Miro esa cara, el agujero en la mejilla, el agujero más grande en la garganta, la boca quebrada y los ojos opacos donde se ha quedado flotando una sombra de muerte. Me siento insultado”, describe Walsh, después de entrevistarse con un sobreviviente que le daría parte de la historia de Operación Masacre, obra en la que puso tanto empeño, recluyéndose en una isla de Tigre con el único propósito de terminarla. Tiempo después, Leonidas Barletta denunció a través de Propósitos y con el pedido de Walsh, la masacre de José León Suárez y el crimen contra el sobreviviente Juan Carlos Livraga.

Operación Masacre es una novela de no ficción que se anticiparía al trabajo de Truman Capote en A sangre fría, aunque esta última se haya llevado todos los honores como la pionera en el género. Suponemos que esto sucede dada la “centralidad” del país del que proviene Capote, sin la intención de demeritar la grandeza de la obra de un escritor de su talla. Más allá de olvidos, en Argentina quedó para siempre el extraordinario trabajo de Rodolfo Walsh algunos años antes. Walsh incursionó en este tipo de obra literaria, llamada por algunos “periodismo investigativo”, y forjó allí sus primeras formas de lucha política, como él mismo lo mencionó: “Operación Masacre cambió mi vida. Haciéndola descubrí, además de mis perplejidades íntimas, que existía un amenazante mundo exterior”.

Surge en sus próximos años de vida una militancia política adherida a la izquierda latinoamericana a través de algunas organizaciones guerrilleras en la Argentina. Se relaciona con varios periodistas militantes que le darían lugar a un periodismo entregado a las luchas políticas a través de diferentes revistas y periódicos del continente. Es quizá una de las facetas más importantes de su vida y que con mucha injusticia y falta de memoria se le ha arrebatado. Rodolfo Walsh no creía en el periodismo objetivista, ni en el distanciamiento del periodista con una realidad que lo acecha desde antes de iniciar cualquier labor profesional. Es acertado y crítico en afirmar que el periodismo es hijo de su tiempo y que el periodista se debe también a la militancia que lo lleve a luchar por un mundo mejor.

Se lo vio trabajando en Cuba, donde fundó con otros reconocidos personajes como Gabriel García Márquez la agencia Prensa Latina. Era el jefe de Servicios Especiales en el Departamento de Informaciones y desde ese país se atrevió, sin conocimiento previo, a ejercer el oficio de criptógrafo, que arrojaría la información para impedir la invasión a Bahía Cochinos que preparaba la CIA.

Luego llegó el terror de la dictadura en 1976. Fundó Ancla (Agencia de Noticias Clandestina) y desde allí trabajó incansablemente por destruir el silencio en medio del horror. El primer año de represión le quitó la vida a una de sus hijas, que también militaba en Montoneros, de quien con mucho dolor escribió: “Su lúcida muerte es una síntesis de su corta, hermosa vida. No vivió para ella, vivió para otros, y esos otros son millones. Su muerte sí, su muerte fue gloriosamente suya, y en ese orgullo me afirmo y soy quien renace de ella”.

Un año después publica “Carta abierta de un escritor a la Junta Militar”, en la que difunde y señala las tenebrosas cifras que hasta ahora arrojaban el Plan Cóndor y la dictadura de Videla. En medio de este acto de valentía critica no solo los crímenes de Estado materializados en asesinatos sistemáticos y desapariciones, sino la pobreza y el hambre generalizadas por la dictadura y los quiebres económicos que esta ya había generado en el país. El 25 de marzo de 1977, después de publicada la carta, fue emboscado en una calle de Buenos Aires, herido de muerte, llevado a la ESMA y desaparecido, dejando al periodismo la insignia de saber que se puede estar comprometido con la vida, la verdad y la justicia aun en un las peores condiciones, desde la clandestinidad y con la represión acechando.

“Reproduzca esta información, hágala circular por los medios a su alcance: a mano, a máquina, a mimeógrafo, oralmente. Mande copias a sus amigos: nueve de cada diez las estarán esperando. Millones quieren ser informados. El terror se basa en la incomunicación. Rompa el aislamiento. Vuelva a sentir la satisfacción moral de un acto de libertad. Derrote el terror. Haga circular esta información”.

Por Ángela Martín Laiton

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