El Magazín Cultural

Se busca escritor de historias juveniles

Hace algunos días publiqué en la sección de recomendaciones una entusiasta invitación a ver Merlí, una serie catalana que se ocupa del carácter del mismo nombre, y que trata sobre un profesor de filosofía de una escuela de bachillerato. Acerca de la recomendación he tenido un nutrido número de comentarios aplaudiendo la serie y al personaje.

Mauricio Navas Talero
22 de febrero de 2017 - 04:29 a. m.

Merlí se ocupa de la relación entre los “adultos, adultos” (30 y más) y los “adultos jóvenes” (15 a 25). El espacio es una secundaria y el tiempo es el contemporáneo. Y por las características de los corresponsales de mi página que han reportado agrado con la recomendación, es notable el hecho de que son múltiples en sus edades. Los hay muy mayores y también jóvenes muy jóvenes. ¡Ahhh, qué buen misterio este! Desentrañar la razón y por qué una temática negada a la televisión colombiana se logre edificar en éxito para Netflix. Puede uno especular con que los adolescentes catalanes son más atractivos, y mira la serie y reconoce de inmediato que no. Son ni más ni menos que los que aquí tenemos. Sus devenires, miedos, anhelos y conflictos se parecen, finalmente son seres de este planeta que por cuenta de la tecnología ya han salvado la distancia del océano y viven en la aldea global. Y, entonces, ¿por qué existe Merlí y se sostiene bello y digno en contraste con la televisión colombiana, en donde las series para los “jóvenes, jóvenes” son precarias y silenciosas?

Merlí es escrito desde la sensibilidad, el reconocimiento y el respeto por la juventud. Los escritores de Merlí no se parapetan en el palco de la adultez a mirar a los jóvenes como engendros polimorfos que no han alcanzado la gloria de la mayoría de edad y que por eso son un atado de conflictos y vicios que, seguramente, se les quitarán, o habrán aprendido a administrarlos, cuando lleguen a la edad de los escritores.

Merlí seguramente es escrito por padres, madres, maestros y sobre todo por desprevenidos que no se sentaron en su trono de petulancia a juzgar y condenar a los mal llamados adolescentes, sino que se alistaron en las filas del respeto y el afecto para plasmar el retrato de una realidad áspera y dolorosa para los que están comenzando a vivir y para quienes, los “sabios mayores de edad”, casi nunca tienen un minuto de afecto o escucha sino, en cambio, horas enteras de juicio y lora que, probado está, no le sirven a nadie, ni a los padres, ni a los maestros, ni a los hijos, ni al rating.

Por Mauricio Navas Talero

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