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Se oye el rumor de un pregonar

La Guarachera del Caribe o La Reina de la Salsa, como se le conocía a la artista nacida en Cuba, murió el 16 de julio de 2003. Su voz, irrepetible, se conserva entre ritmo y sabor.

Juan Carlos Piedrahíta B.
15 de julio de 2013 - 10:00 p. m.
El son montuno, la guaracha, el bolero, la salsa y cientos de estilos sonoros de carácter universal desfilaron por la garganta de Celia Cruz, quien estuvo en actividad musical por más de 55 años.  / Archivo - El Espectador
El son montuno, la guaracha, el bolero, la salsa y cientos de estilos sonoros de carácter universal desfilaron por la garganta de Celia Cruz, quien estuvo en actividad musical por más de 55 años. / Archivo - El Espectador
Foto: AFP - LUCY NICHOLSON

La única duda que jamás existió alrededor de Celia Cruz fue sobre su talento. Cuestionar que su garganta era el eslabón perfecto entre la nostalgia del bolero y la sabrosura de las manifestaciones guajiras de Cuba, resulta tan innecesario como necio. Todo lo demás suscitó comentarios, pensamientos, incertidumbres y cientos de leyendas que bien pudieron haber sido aprovechadas por La Guarachera del Caribe o La Reina de la Salsa para ampliar su repertorio en más de 55 años de actividad artística.

Se insinuó en un momento que era calva y que por eso debía aparecer sobre el escenario con sus peinados estrambóticos y coloridos. Ella les sacó provecho a todos esos rumores para perfilar su estilo y para amarrar su canto a un concepto visual impactante, en el que no podían faltar las pelucas, las extensiones y demás aditamentos que siempre hicieron más vistosa su puesta en escena.

Para algunos, Celia Cruz, o mejor Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alfonso de la Santísima Trinidad, como era su nombre de pila, nació el 21 de octubre de 1925, mientras que otros aseguraban que llegó al mundo ese día pero cuatro años antes de lo divulgado de manera oficial. La artista, entre tanto, algo acostumbrada a los cálculos ajenos para establecer su edad real, tenía la facilidad para evacuar ese tipo de interrogantes y lo hacía con su tradicional “¡Azúcar!” y con su movimiento de cabeza.

Cuando se pensaba que los mitos a raíz de esta figura de la música latina —que comenzó su gusto por el canto cuando estaba al cuidado de sus hermanos (Dolores, Gladys y Bárbaro), a quienes tenía la misión de arrullar con sus tonadas— se habían agotado, surgió uno nuevo y casi tan difícil de probar como los anteriores.

Se dijo, entonces, que en 1990 Celia Cruz había solicitado una visita a Guantánamo, provincia al sudeste de Cuba en donde hay una base militar de Estados Unidos desde 1902. Ese hecho ponía en entredicho la consagración histórica del 15 de julio de 1960 como el último día en que Celia Cruz estuvo en contacto directo con el territorio cubano. En esa oportunidad salió rumbo a México como voz principal de la Sonora Matancera y no volvió a su nación por estar en desacuerdo con la Revolución Cubana. Sin embargo, en Guantánamo, dicen también, se agachó y en una bolsa plástica metió unos buenos puñados de tierra.

Como parte de la leyenda, se asegura además que les comentó a sus familiares que debían conservar el paquete, porque la instrucción era mezclar el contenido con la tierra que debía arropar su ataúd, sepultado en el Cementerio Woodlawn, en Nueva York. No se sabe muy bien si se cumplió su voluntad o no, como tampoco se ha podido establecer sí eran esos los deseos reales de Celia Cruz o si todo hace parte de la atmósfera que se construyó en su nombre.

Por ahora, y después de una década de su muerte, su voz sigue entonando “Se oye el rumor de un pregonar...”, en la canción Yerberito moderno; continúa vigente la expresión “pero no esperes, mi socio”, del tema Sopita en botella; y se mantienen intacto el grito “aunque tomando medidas, azúca“, de La negra tiene tumbao. Con Celia Cruz pasa lo que le sucede con los grandes, y es que cada día que pasa cantan mejor.

 

jpiedrahita@elespectador.com

Por Juan Carlos Piedrahíta B.

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