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Secuestros de película

La visita a Bogotá esta semana del primer ministro japonés, Shinzo Abe, no fue casualidad, nuestro país es tendencia en Oriente.

Gonzalo Robledo / Especial para El Espectador
03 de agosto de 2014 - 02:00 a. m.
Gonzalo Robledo (centro) con el director a su derecha y el protagonista Ryuta Sato, en Tailandia el día final del rodaje. / Archivo Particular
Gonzalo Robledo (centro) con el director a su derecha y el protagonista Ryuta Sato, en Tailandia el día final del rodaje. / Archivo Particular

A finales de 2012 una productora japonesa me contactó para supervisar la verosimilitud de un rodaje televisivo basado en una novela sobre seis turistas japoneses secuestrados por la guerrilla en un remoto país tropical de habla hispana. Aunque la narración original no identificaba a Colombia, el primer ayudante de dirección me confesó: “estamos estudiando todo lo que podemos sobre su país”.

La novela, titulada Los relatos de los rehenes, de Yoko Ogawa, utiliza el miedo ante el destino incierto de un secuestro como pretexto para que los rehenes se cuenten cada noche episodios íntimos y significativos de su vida pasada en Japón. Con excepción de algunos exteriores filmados en unos platanales de Tailandia, el rodaje tendría lugar en unos estudios en las afueras de Tokio y los pocos guerrilleros y soldados que aparecerían serían encarnados por actores semiprofesionales residentes en Tokio provenientes de Brasil, India, Estados Unidos y España.

Uno de ellos, experto en informática nacido en un pueblo de nombre impronunciable para nosotros a doce horas en bus desde Calcuta, podría pasar perfectamente por un muchacho costeño. El resto del elenco extranjero solo tenía en común el pelo negro y sería “colombianizado” por una maquilladora generosa a la hora de hacer rizos y oscurecer pieles tomando como referencia fotos de guerrilleros reales bajadas de internet.

Como solo uno de los actores hablaba español, mi trabajo incluyó enseñarles a pronunciar algunas frases para aumentar los toques realistas de la producción, cuyo lanzamiento fue pospuesto debido a una desafortunada coincidencia. En los días finales del rodaje, diez japoneses secuestrados en Argelia fueron asesinados y en deferencia a la memoria de las víctimas los productores decidieron prorrogar el estreno.

En marzo de este año la película se emitió en el canal Wowow y acaba de ganar el premio al mejor drama de 2014 que otorga la Japan Satellite Broadcasting Association. La experiencia sirvió para confirmar que la imagen de Colombia que tiene el promedio de los japoneses y que proyectan sus creadores de cultura sigue anclada en una reputación forjada a golpe de narcotráfico y secuestros: un lugar de paisajes prodigiosos y gente amable donde el precio de la vida humana fluctúa en función de la nacionalidad.

Además de libros básicos sobre turismo y geografía como 60 capítulos para entender Colombia, una de las lecturas obligadas del personal de la película fue el libro del hacendado japonés Shoro Shimura, protagonista de una historia de amor mal correspondido con el agro colombiano titulada Fui secuestrado dos veces por la guerrilla colombiana.

El segundo cautiverio de Shimura terminó gracias a la complicidad y a las monedas para pagar el bus que le regaló un niño guerrillero muy parecido al adolescente que en el drama ficticio de Ogawa presenta la ingenuidad y la intrínseca bondad de muchos jóvenes arrastrados a la subversión por la miseria.

Como no todos los secuestrados japoneses en Colombia han podido contar el final feliz de Shimura (ver caso de Chikao Muramatsu), el Ministerio de Asuntos Exteriores de Japón mantiene desde hace años una alerta de riesgo en forma de mapa en el que las zonas de mayor peligro, como Caquetá y Arauca, parecen denominadas con una frase que traducida literalmente suena a eufemismo: “recomendamos posponer su viaje”. Las partes menos peligrosas advierten: “tenga mucho cuidado”.

Pese a la alerta del ministerio japonés, un crucero nipón con casi setecientos estudiantes y profesores llamado Peace Boat atraca desde 2002 una o dos veces por año en Cartagena de Indias. Las visitas, sin embargo, no pernoctan, convirtiendo en una seria admonición el bien intencionado eslogan “El riesgo es que te quieras quedar”.

Por Gonzalo Robledo / Especial para El Espectador

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