El Magazín Cultural

¿Para qué sirven los premios?

Se celebró en Punta del Este (Uruguay), la tercera edición de los Premios Platino del Cine Iberoamericano, el encuentro de las figuras más importantes de la industria fílmica en Hispanoamérica.

Camila Builes
24 de julio de 2016 - 09:37 p. m.
El actor y director argentino Ricardo Darín ha protagonizado películas como “El secreto de sus ojos”, “El hijo de la novia”, “Un cuento chino”, “Tesis sobre un homicidio” y “Relatos salvajes”. / Efe
El actor y director argentino Ricardo Darín ha protagonizado películas como “El secreto de sus ojos”, “El hijo de la novia”, “Un cuento chino”, “Tesis sobre un homicidio” y “Relatos salvajes”. / Efe
Foto: EFE - Juan Ignacio Mazzoni

—Mi hijo piensa que su papá es muy importante.

—¿Por qué?

—No sé. Creo que es porque viajo mucho. O porque hago cine. O porque no sabe qué significa ser importante. No soy nada.

La conversación siguió así durante unos minutos. El hombre, que viajaba con una botella de vino debajo del asiento delantero, oprimió play en una nota de voz: “Sos mi héroe, pa. Sos un hombre importante”. Haciendo cara de asombro mezclado con vergüenza, le decía a quien parecía ser una gran amiga: “Y si no soy nada, ¿cómo hago para que el pibe no se dé cuenta de que no soy importante?”. La mujer lo miró raro, con furia, conmiseración. El mensaje del niño causó un efecto demoledor: le puso a su padre un bulto de responsabilidad inimaginable sobre la espalda. Para ser importante, primero el hombre atormentado tendría que descubrir —como si fuera posible— qué es eso de ser importante. ¿Qué es la importancia?

El avión comenzó su despegue y el hombre apagó su celular. Se recostó en su asiento y durmió las dos horas que hay de Santiago de Chile a Montevideo. Cuando despertó sólo quedábamos cinco personas en la nave. Abrió los ojos y encendió el móvil. Llamó a su hijo. Le colgó en menos de un minuto. Su amiga ya se había bajado. Al final del pasillo las azafatas sonreían mecánicamente. “Gracias”, les dijo, y la voz le salió como si tuviera la garganta llena de piedras. Luego desapareció. Cuando no quedaba rastro de él, una de las mujeres que terminaban de salir le dijo a un hombre viejo que iba a su lado: “¿Viste quién salió? El productor chileno, el de El club. Es muy importante”.

De Montevideo a Punta del Este hay una hora y media. El camino es una línea gris que rompe un telar verde. Nada de curvas. Recto. Tampoco hay montañas: según el conductor del carro, el punto más alto de Uruguay no mide más de seiscientos metros. Tiene razón, el sitio más elevado del país es el cerro Catedral, de 514 metros de altitud sobre el nivel del mar, en la sierra Carapé. Por el invierno las amplias llanuras se cubren de un verde oliva, los árboles son chamizas, fantasmas de olmos y pinos. La mayoría de casas que hay sobre la vía son de un solo nivel, grandes jardines las preceden. Cada quince o veinte minutos pasan personas en bicicleta. Punta del Este es una colección de casas de verano. Invierno es la época perfecta para caminar a la orilla del mar. Presenciar atardeceres rosados, tomar mate. Hoteles vacíos, calles desiertas: el paraíso de los solitarios. Desde mi habitación, en el piso séptimo de un rascacielos, contemplé edificios sumidos en la bruma, monolitos de cristal que parecían honrar a los ídolos del porvenir. Allá abajo, el tráfico avanzaba en silencio. Un mundo misteriosamente amortiguado.

Una camada de más de doscientos periodistas se instalaron en una de las salas del hotel Mantra. La tercera edición de los Premios Platino del Cine Iberoamericano se llevó a cabo en el centro de convenciones de la ciudad uruguaya. Desde España hasta Argentina, vinieron a cubrir lo que se espera sean los premios más importantes del cine de habla hispana. En su tercera edición, el invitado de honor es Ricardo Darín: “Creo que hay historias que nos ayudan a caminar: esa sensación hermosa que podemos experimentar cuando salimos de una buena película, que sentimos que todo es posible, que todo depende de nosotros, que nos empuja hacia adelante, que en vez de aplastarnos nos eleva, sólo se debe a las buenas películas”. Habló de lo importante: “Nuestra labor en este camino es saber cuáles son las relaciones y los lazos afectivos que vamos estableciendo con los demás. A lo mejor está ahí la clave de saber dónde podemos depositar y dejar para los otros nuestros tesoros”.

Los invitados se saludan entre sí: la mayoría se conocen por películas que hicieron juntos o por las dos ediciones pasadas de los premios. Cuando comienzan las entrevistas pactadas, los periodistas revuelan en la sala, parece que alguien hubiera esparcido maíz por todo el lugar y los reporteros fueran palomas. Las celebridades rotan de puesto en puesto; a veces somos nosotros quienes vamos de estrella en estrella. En la esquina de la sala, en el set 8, está Rigoberta Menchú Tum, la líder indígena guatemalteca, miembro del grupo maya quiché, ganadora del Premio Nobel de la Paz en 1992. “Lo importante del cine es el arma política tan fuerte que es. En mi país, por ejemplo, estamos intentando contar las historias que no les interesan a las personas ‘importantes’. Ya saben: los que no salen en la tele o en la prensa. Me gusta el documental. Cuando tenía 23 protagonicé Cuando las montañas tiemblan. Creo que contar nuestras historias nos vuelve más fuertes”. Menchú está acompañando al equipo de Ixcanul, película que es una crítica al racismo y el machismo que aquejan a la sociedad guatemalteca. La cinta aborda, también, el tema del tráfico y robo de niños y de recién nacidos, un negocio redondo en Guatemala durante la década de 1990.

Lo importante

En todos los eventos realizados en el marco de los premios se habla de lo importante. Importante para el cine, para la industria para la distribución. Importante para los actores, el público y el equipo técnico. Lo importante. Y a veces sucede: las personas comienzan a cuestionarse lo imprescindible: ser un héroe para sus hijos, tener lazos firmes con las personas que se aman, contar las historias de los ancestros. A veces es una temperatura perfecta, o un segundo de más mirándose en el espejo del ascensor, o la oscuridad alienígena de una sala de prensa en un hotel —en el que todos hablan español con acento extranjero—, sumidos en un silencio mustio que se pega a los micrófonos como un guante mortuorio. A veces es todo eso: los premios, las frases, los galardones que nos hacen sentir importantes. Y entonces uno recuerda, o todos recordamos, que con estar vivos no alcanza. Y pienso: ¿para qué sirven los premios? Me respondo: para pensar en lo importante, aunque no sepamos qué es. Porque cuando camino por la calle y veo rostros sedados por la indiferencia, sumergidos en el conformismo o el miedo, me digo: cuidado.

Por Camila Builes

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