El Magazín Cultural
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Soledad y silencios en bronce

La muestra 'Islas imaginarias' es la obra más reciente del artista Jim Amaral.

Liliana López Sorzano
17 de marzo de 2011 - 09:59 p. m.

Oscar Wilde escribió a un amante, en una de sus tantas correspondencias epistolares, la confesión de su último descubrimiento: que la tristeza es el sentimiento más profundo. Y Jim Amaral está de acuerdo, porque las mayores obras se suelen hacer con esa emoción triste.


Sus bronces contienen en parte a los personajes de los libros de Samuel Beckett, esos que esperan con maletas vacías a un tren que nunca llega. Sus esculturas sin rostro también fueron marcadas por los poemas enigmáticos de Pessoa, por la palabra portuguesa saudade, esa misma que está escrita en la tumba de su abuela, que sigue sin traducción exacta al español, pero que  roza la nostalgia.


Su obra más reciente, Islas imaginarias, expuesta en la sala de exposiciones de la Cámara de Comercio de Bogotá, está compuesta por una serie de dibujos llamados Aguas turbias y  esculturas en bronce de pequeño, mediano y gran formato que siguen indagando la condición humana.  Contrastan los paisajes rocosos de sus esculturas en grises, verdes opacos y blancos gastados con las acuarelas coloridas,  como salidas de posibles ensoñaciones. Mujeres, hombres y miembros dislocados flotan y se sumergen en el agua enmarcados con un rompecabezas de variados  colores  que se salen hasta el marco. La obra del dibujo y de la escultura es tan antagónica que pareciera hecha por otro artista, y para suerte de Amaral, resuelve, sólo en cierta medida, su eterno dilema de ser diferente. La pintura lo hace descansar de sus hombres en soledad y viceversa. Generalmente, estos pequeños dibujos oníricos nacen en el clima húmedo, en la niebla y en el verde de su finca en Santandercito. Estos mismos dibujos los empezó a hacer en blanco y negro en los años 70, en su época parisina, y de repente por más de 20 años los dejó olvidados. Hace menos de una década los retomó y ahora emergen  en vivos colores, pero con un lenguaje similar lejos del erotismo equivocado que la gente le suele  atribuir a la presencia del sexo masculino o a unos senos.


Pero son las mañanas en su taller bogotano, en medio de la alquimia de los nitratos de hierro o de cobre con los que trabaja el bronce,  el corazón de su trabajo. Es ahí donde su visión existencialista permeada por la filosofía, por las letras y por íntimas convicciones se transforma en hombres que pueblan parajes solitarios, en personas incomunicadas ancladas a un destino que a pesar de las alas y las ruedas no pueden avanzar o despegar del suelo. Son atemporales, o así lo parecen, de edades tan antiguas como tan futuras, como si envolvieran todo el tiempo.


 Su primera figura en bronce a la que le quitó los rasgos surgió en épocas universitarias. Sólo de esa manera, con la cara lavada, podía ser todos los hombres y no uno. Amaral rescata una frase de Borges que odia y ama por su simple genialidad: “Cuando un hombre tiene un orgasmo se convierte en todos los hombres”, la cual resume su intención de otorgar a su obra un carácter universal.


  Artecámara. Calle 67 N° 8-32. Tel.: 383 0300. Ext. 2606. Abierta hasta el 25 de abril.

Por Liliana López Sorzano

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