El Magazín Cultural

"Soñamos que vendrían por el mar"

El escritor antioqueño Juan Diego Mejía publicó una novela ambientada entre la década de los setenta y ochenta.

Alonso Aristizábal
06 de diciembre de 2016 - 09:22 p. m.
Juan Diego Mejía autor de "Soñamos que vendrían por el mar". / Julián Roldán Alzate
Juan Diego Mejía autor de "Soñamos que vendrían por el mar". / Julián Roldán Alzate

Esta novela que arde en manos del lector, habla desde adentro de una experiencia vivida en los años setenta con el empuje de una masacre como la de las bananeras que está en el clamor de sus ideales románticos. Por eso  historias de estas solo se escriben  como parte de la experiencia ruda y cruel y asumida con la sangre fría de la madurez. Requieren de escritores como Juan Diego Mejía que abran los ojos y los oídos de tantos para que al menos se puedan comprender los hechos. Su novela es el relato que estaba detrás de sus demás libros y al que deseaba llegar, como si fuera el conjunto de experiencias por los cuales se volvió escritor porque era lo que se proponía escribir. Sin embargo, deja en claro que no se trata de una novela política. Hace parte de un planteamiento que se anota en el libro, que la vida es para vivirla. Quizá por lo mismo se trata de la confesión del hombre que habla desde el tiempo de su memoria, como dice. Agrega que  es la suma de mucha gente  a la que se enfrenta como en un reportaje a una época y a una ilusión. Una historia que el autor llevaba en la cabeza hace mucho tiempo y que confiesa haber intentado escribir en tres ocasiones antes de dar con el libro que se nos entrega con el lenguaje de la vida misma. Considero que representa a más de una generación de escritores que debieron volver de la política a la literatura que era su compromiso fundamental. Sin duda, uno de sus aciertos contar a sus personajes más allá de sí mismos hasta mostrar incluso su revés o su lado posterior.

Los escritores siempre se imponen por su constancia y tenacidad, y más en esta obra en la que los personajes cada vez tienen la certeza de estarla montando como otra obra de teatro de las que representan a la par de su fiebre revolucionaria. Por eso incluso, casi a modo de reclamo sobre sus dificultades, piensan que la vida no debería ser tan seria. Ello pese a que saben que su accionar es un compromiso con la muerte. Así llega a expresiones como que la oscuridad  protegía a los protagonistas de escenas ridículas. Es este un país incógnito en el que el autor insiste en los amaneceres. Además, habla de su experiencia a través de la vivencia de la naturaleza. Por eso cuando está a punto de iniciar el regreso, afirma: El mar dejó de rugir. Me acosté en la arena a ver el cielo que a esa hora tenía todas las estrellas posibles. Es su forma de abrazar ahora la vida, la manera de hacer su aporte a la visión de nuestro pasado inmediato. El título tiene que ver con un sueño que desconocía la realidad con los otros caminos por recorrer. Esto porque existen pensamientos como el del poeta Javier Celaya que expesa que son los poetas los que mueven los pueblos y no los políticos, y yo todavía creo que novelas como esta forman parte del mapa estrellado que debe dirigir a los países. Juan Diego Mejía, un creador incesante en su búsqueda literaria. En los libros anteriores del autor ha estado presente su preocupación, contar el país, y sobre todo su generación como parte de la necesaria catarsis en la que incluso aparecen sus propias raíces como escritor. De esa manera va llegando al fondo que es cada vez el enfrentamiento de la experiencia personal como la manera de asumir aspectos claves de nuestra conciencia colectiva. La manera de darle nombre a unos hechos para que existan, y sean reconocidos como parte del recorrido de nuestra historia.

Estos personajes hace mucho hacen parte de la iconografía nacional aunque su paso a la literatura haya sido lento y hasta tortuoso. Esta novela para rnfrentar a fondo su contexto, lo hace a través del lenguaje oral como si esta fuera la base de las honduras en las que se desea adentrar. Allí está el eco paisa que ya es toda una tradición en la literatura colombiana, con autores como Mejía Vallejo que parece haberle enseñado al autor esta expresión. Lo anterior tiene que ver con la autenticidad de la historia y también con la importancia que los protagonistas les dan a los tangos, lo mismo que a la canción latinoamericana de la época y que hizo parte del fervor de entonces y que hizo parte del fervor revolucionario que los protagonistas le dan a los tangos. . Pero además, allí radica una de sus principales características como novela de personajes que hablan conscientes de su historia como parte de una gran historia igual que en las gestas épicas. En la presentación, le escuché hablar a este escritor de una obra como La roja insignia del valor de Stephen Crane, inolvidable por lo que deja en el alma del lector. Otro autor presente en esta libro, John Steinbeck con el que parece anotar que la literatura debe hablar ante todo de la vida como la partera absoluta de la historia.  La novela de Juan Diego empieza con una gran ironía que por momentos, entre su gran carcajada, siento muy dolorosa. Así se aprecia en un primer capítulo magistral ante el que el lector no sabe si reír o llorar. Y viene el segundo a modo propuesta testimonial de esta gran historia. Se refiere a combatientes de quince años como parte de la hipérbole de nuestra historia. Por ello nos enseña que nuestra imaginación está en al realidad, y más si hay que verla a través del tiempo con sus alegrías y pesares. De alli que sea ficción y testimonio a la vez.

Por Alonso Aristizábal

 

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