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Un excombatiente, exexiliado y amigo del nobel revela la faceta del hombre político y humanitario.

Rafael Vergara / Cartagena Especial para El Espectador
20 de abril de 2014 - 02:00 a. m.
El 3 de marzo de 2002, durante el II Festival Internacional del Habano, Fidel Castro se reunió con Gabo. / EFE
El 3 de marzo de 2002, durante el II Festival Internacional del Habano, Fidel Castro se reunió con Gabo. / EFE
Foto: REUTERS - © Reuters Photographer / Reuter

Es más fácil inventarlo a uno que conocerlo”, decía Rojas Herazo. El riesgo es salir mal librado sin saberlo. Con Gabo es difícil que suceda.

Es tan grande y múltiple su obra, que no es posible destruir al hombre o el mito.

Saber cosas de Gabo y no contarlas igual atenta contra la memoria colectiva. Precisamente los homenajes sirven para eso: destapar lo oculto, construir con los testimonios la dimensión del ser.

Lo recuerdo hoy en el monumental Congreso de la Lengua, en la Cartagena de Indias donde creció el periodista y que fue para muchos una revelación, ratificó que las andanzas políticas, humanitarias y diplomáticas de Gabo y su obra literaria son piezas de un realismo mágico: insólito, iluminado y de una creatividad que por realista ha sido y es esperanza de los pueblos.

Viéndolo en el pódium de blanco rodeado del mundo lo recordé perseguido por Turbay Ayala y Camacho Leyva cuando intentaron apresarlo: le cobraban, entre otras, la revista Alternativa y el que Jaime Báteman contó que leer Cien años de soledad era el requisito para entrar al M-19.

Se asiló en el México útero, allí se gestó Cien años de soledad, y por despertar a la izquierda, lo persiguieron, le cobraron sacarla de Moscú y Pekín, llevarla a Macondo donde, después de que Remedios La Bella ascendiera al cielo, todo podía suceder, incluso que naciera el M-19.

Nos aterrizó en una patria desconocida politizando lo despolitizado por el Frente Nacional. Las Bananeras, el pelotón de fusilamiento, las guerras partidistas, armisticios y acuerdos violados, preámbulos de la siguiente guerra. La sangre derramada.

A los caribes hizo que nos doliera la patria y también los vestidos de negro que llegaron a Macondo a desconocer a José Arcadio. Igual que hoy vestidos con “mochos,” de lino o Lacoste sigue doliéndonos que tomen decisiones por nosotros.

En el exilio, en 1979, supe de su veto para entrar a EE.UU., el cobro por Prensa Latina y Fidel, Allende y el entrañable Omar Torrijos, “hijo de tigre con mula”. También el cobro por el maletín en Europa consiguiendo fondos para los sandinistas.

Pero, paradoja, al homenaje del hijo del telegrafista de Aracataca vino el expresidente Clinton, el rey de España, los expresidentes, Julio Mario Santo Domingo, el hijo de Torrijos y muchos izquierdistas anónimos y conocidos. Venía de Cuba de ver a Fidel, ¿realismo mágico?

Me dije, es el valor de la cultura: amor, democracia, comunidad, nación, continente, el mundo.

Recuerdo que al llegar en 1979 al exilio en México, con Rafa Salcedo, iluminados, editamos la revista Vainas de Macondo, cerrada por exigencia del gobierno colombiano. Gabo y su obra estaban en el universo de quienes aún perseguimos el cambio social.

Un día cualquiera de 1980 recibí una llamada de la dirección de Asilados Políticos. —¡Ajá!, ¿qué dice el compae Rafa?

¿Quién habla? —Gabo. No me tomes el pelo, afirmé. Pero era él.

Así nació una respetuosa amistad de ocasional arroz con coco, patacón y posta de sierra que, a la larga, posibilitó que Navarro sobreviviera al atentado que le costó su pierna.

Escribía en 1985 El general en su laberinto cuando le visité en su casa de la calle Fuego. Con su tutelaje Betancur se le midió en 1984 a negociar con el Eme y el Epl. Triste: mató el tigre y se asustó con el cuero. Y el desenlace trágico inició con el atentado a Antonio Navarro Wolff y otros miembros del M-19.

Comprometido, generoso, me recibió en su estudio de Macintosh, rosa amarilla y la cuartilla del día.

—O se muere por las heridas o lo rematan, afirmé. Los van a matar. En apoyo a la paz, la seguridad mexicana dice que si Betancur lo solicita que se les reciba la respuesta es ¡sí! El presidente De la Madrid autorizó.

Serio y seco preguntó: ¿Con quién hablaste? —Con Carrillo Olea. Sonrió.

Tomó su teléfono de botones y marcó a Palacio: “Bélico, estoy con Vergara del Eme y me dice que México… Impetuoso afirmé: dile si no lo pide le anotaremos el muerto. Obvio, no lo dijo. Me retiré y habló un poco más.

¡Listo, manos a la obra! Me dijo.

El día ‘D’ había llegado, comenzó torcido. En el momento en que los heridos —con visas de turistas— eran trasladados de Cali a Bogotá una llamada disparó las alarmas. Manuel Bartlet, el secretario de Gobernación, se opone.

Corro al teléfono, —Gabo, se enredó la vaina.

Inagotablemente solidario localizó al presidente Miguel de la Madrid que andaba en Londres y de inmediato se enderezó el operativo, la diplomacia funcionó.

En el hospital Mossel le tratamos a Navarro el multitrauma y, gracias al apoyo de Gabo, perdió la pierna pero no la vida.

Agradezco lo leído y releído de su obra, descubrir que como el coronel Aureliano Buendía soy amnistiado e indultado, y sobre todo el privilegio de compartir algunas historias vividas con un ser ejemplar que dando de sí se hizo inmortal.

Por Rafael Vergara / Cartagena Especial para El Espectador

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