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'Todas las novelas son políticas'

El escritor chileno Alejandro Zambra, recientemente galardonado con el premio Príncipe Claus en Holanda, habla de su trabajo literario, su apuesta por el cuento y su relación con el trabajo de Gabriel García Márquéz.

Steven Navarrete Cardona
24 de julio de 2014 - 11:10 p. m.
Alejandro Zambra, escritor chileno. / Cortesía
Alejandro Zambra, escritor chileno. / Cortesía

Alejadro Zambra es uno de los escritores chilenos más jóvenes y talentosos de América Latina. Desde la publicación del libro ‘Bonsái’, en 2006, irrumpió en el campo literario occidental logrando reconocimientos de gran talla como el Premio de la Crítica en Chile (2007), el Premio Altazor (2012), el Premio del Consejo Nacional del libro a la mejor novela del año 2007 y 2012, el English Pen Award -por la edición inglesa de su libro ‘Formas de volver a casa’- y el renombrado Premio Príncipe Claus, en Holanda, por el compendio total de su obra.

Estudió literatura en la Universidad de Chile y actualmente es profesor de la Universidad Diego Portales de ese país. En entrevista con el El Espectador habló de la relación entre literatura y política, su proceso creativo y lo que opina sobre la llegada de su su libro Bonsái a la pantalla grande.

P: Si bien ‘Formas de volver a casa’ no es una novela autobiográfica, su trabajo reconstruye la vida cotidiana de Santiago de Chile durante la dictadura desde una mirada más incisiva. ¿Cuáles fueron las motivaciones para escribir esta obra?

R: La motivación inicial fue principalmente dar cuenta de ciertos espacios, sobre todo Maipú (en la periferia de Santiago), y recuperar algunas imágenes, buscarlas. La novela fue saliendo de ahí. Quería hablar de la infancia, porque para las personas chilenas de mi edad hablar de la infancia es lo mismo que hablar de la dictadura. Siempre me ha interesado hurgar en el vínculo entre lo público y lo íntimo: cómo ninguna experiencia, por personal que sea, es completamente tuya. Motivaciones, en todo caso, hay muchas más. Y quizás una de las más importantes era describir esa vacilación dolorosa entre el “yo” y el “nosotros”, la diferencia entre el silencio y el silenciamiento.

 

P: Esa novela está ambientada en un contexto doloroso dentro de la historia latinoamericana como lo es la dictadura de Pinochet. ¿Cuál cree que es la relación entre política y literatura?

R: Todas las novelas son políticas, aunque no hablen de política. Creo que en este punto se exagera la literalidad, se le pide a las novelas que sean explícitas, no entiendo para qué. Una novela muestra complejidades, entramados, intersticios. No creo en esa idea de “mensaje”, que sigue primando entre algunos lectores, como expectativa.


P: Usted comezó su carrera en el mundo de la poesía y terminó en la literatura ¿Que lo llevó a la escritura de esa primera novela, ‘Bonsái’?

R: Los poemas no me salían bien. Mis mejores amigos escribían tan evidentemente mejor que yo que había que buscar por otro lado, a esa altura de la vida ya era evidente que no iba a ser rockero ni futbolista profesional. Pero realmente no sé qué pasó ahí. Me obsesioné con esa idea de los bonsáis, a lo mejor porque en ese tiempo sonaba mucho por acá “Florecita rockera”.


P: ¿Cómo fue esa experiencia de ver una versión de 'Bonsai' en cine?

R: Creo que 'Bonsái' era una novela muy poco apta para ser convertida en película y me impresionó que Cristián Jiménez quisiera hacerla. Yo no lo conocía, pero teníamos la misma edad, y él vio algo en el libro que compartía. Pero su propósito no era “referencial”, él quería hacer algo con mi libro, algo de él. Eso me gustó: que hiciera lo que quisiera con mi libro. Mis impresiones al ver la película fueron muy complejas. Sentí que la había perdido y que eso estaba bien. Pensé que ahora el libro empezaba a pertenecerme de otra manera. Me gustó mucho la película, en todo caso. Son obras muy distintas, pero comparten el espíritu. Además, es raro que una película sea más larga que el libro. A lo mejor, para ahorrar tiempo, hay gente que prefiere leer el libro (risas).


P: ¿Cómo es su proceso creativo?

R: Es bastante desordenado. Más que metódico o disciplinado, soy obsesivo. Cuando estoy en algo puedo pasar horas errando, buscando y corrigiendo. Pero hay días en que escribo poco, apenas unos párrafos de un diario que llevo hace algunos años.


P: Una de sus obras recientes es ‘Mis documentos’, ¿qué hay detrás a la apuesta por el cuento?

R: Nunca tengo tan claros los porqués, pero disfruté mucho esta escritura, la forma en la que se fue armando, bastante natural. Son once relatos, ninguno demasiado parecido al otro, como los once hijos de Kafka, aunque de algún modo todos hablan sobre el deseo de pertenecer, de encontrar un lugar en el mundo.


P: ¿Cómo ha sido su relación con el trabajo de Gabriel García Márquéz?

R: Para mí leerlo fue siempre importante. Me gustan todas sus obras, salvo la última, que como kawabatiano acérrimo incluso me molestó. Una de las mejores novelas que he leído en la vida es ‘El coronel no tiene quien le escriba’. No creo que haya un final más demoledor y desesperanzado que el de esa novela.


P: ¿Cuál sería su consejo para los jóvenes poetas y novelistas latinoamericanos que aún no logran el despegue de sus carrera?

R: Quizás no creer demasiado ni en la palabra “despegue” ni en la palabra “carrera”. Luchar contra la claustrofobia y contra la claustrofilia con el mismo ímpetu. Y mostrar los textos a los amigos, compartirlos.


P: ¿Y qué obras les recomendaría por considerarlas claves en la formación de un escritor?

Eso es muy subjetivo. Podrían ser ‘Mis amigos’, de Emmanuel Bove; ‘Spoon River Anthology’, de Edgar Lee Masters (que no es una novela); ‘El libro de la almohada’, de Sei Shonagon (que tampoco es exactamente una novela); los diarios de Julio Ramón Ribeyro; y la obra completa de Kafka, pero sobre todo el relato “Once hijos”.


P: ¿Cuáles son las cinco novelas que no pueden faltar en la biblioteca de Alejandro Zambra?

R: Es difícil elegir... quizás ‘El desierto de los tártaros’, de Dino Buzzati; ‘Auto de fe’, de Elias Canetti; ‘Autobiografía de mi madre’, de Jamaica Kincaid; ‘En busca del tiempo perdido’, y ‘La montaña mágica’, de Marcel Proust.
 

Por Steven Navarrete Cardona

 

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