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"Todos mienten: gobernantes y guerrilleros"

Ganador del Premio Gabriel García Márquez, Restrepo reflexiona en esta entrevista sobre el papel de los medios y habla sobre su novela más reciente, ‘El guardián del fuego’, dedicada a la figura de Antonio Nariño.

Ángel Castaño Guzmán
29 de octubre de 2014 - 07:40 p. m.
Javier Darío Restrepo. / Archivo - El Espectador
Javier Darío Restrepo. / Archivo - El Espectador

Javier Darío Restrepo no necesita presentación. Su trabajo periodístico —merecedor de numerosas distinciones, la más reciente fue el Premio Gabriel García Márquez (2014)— lo convierte en una de las voces autorizadas para hablar de los traspiés y los aciertos de los medios noticiosos. Con motivo de su reciente incursión en el género novelístico, Restrepo respondió con gentileza preguntas relacionadas con el libro y con el oficio reporteril.

El guardián del fuego (Intermedio, 2014), su reciente novela, aborda el tema de la importancia de las palabras y las ideas en la vida social. Antonio Nariño, uno de los personajes centrales, es encarcelado por primera vez debido a un papel que los jueces nunca encontraron: la traducción de La declaración de los derechos del hombre y el Ciudadano. ¿A qué conclusiones ha llegado en este campo luego de su larga trayectoria periodística?

Una primera conclusión de orden histórico: el mérito principal de Nariño no es el de haber difundido los Derechos del hombre. De hecho no los difundió: los ejemplares de su traducción fueron quemados cuando uno de sus amigos le hizo ver lo que esto representaría para el Virrey su amigo. Pero las consecuencias de esa frustrada edición, la persecución del oidor Mosquera, el remate de sus bienes, la cárcel, hicieron al prócer y lo convirtieron en el gran guardián de la libertad. Allí está su mérito.


La otra conclusión es que a nadie se le da la libertad de modo gratuito, siempre hay que pagar un precio. Además, la libertad nunca está hecha, es un hacerse. Tanto Nariño, como su historiador, Santiago, tuvieron que construir su libertad día a día y hecho tras hecho; y en esa tarea nadie podría haberlos reemplazado; por eso hay que concluir que nadie nos da la libertad, nadie nos la quita porque es el quehacer de cada persona.



En su libro se reivindica el papel de Nariño en el proceso de independencia. Un papel, si se quiere, más ideológico que militar. ¿Qué lo atrae de Nariño? ¿Qué conexiones hay entre él y los actuales defensores de los derechos humanos?

Como periodista, me atrae de Nariño su condición de primer periodista político del país y su aguerrida defensa de la libertad de expresión cuando Santander pretendió usar el poder para acallar las voces de la oposición. La escena del enfrentamiento entre Nariño, director de Los Toros de Fucha, y de Santander, presidente, habla por sí sola: el periodista inerme, sin más armas que su palabra, y Santander, rodeado de sus altos funcionarios, expresión del poder del Estado, plantean el tema de la libertad y concluyen que no puede haber motivo que justifique restricción alguna para su ejercicio. Es demasiado temprano para concluir que la libertad de expresión es la respiración de la democracia, pero actúan como si lo supieran.



Santiago Rojas, el veterano reportero protagonista de su novela, enfrenta en el trascurso de la historia dos grandes enemigos: la persecución política y la creencia que lo que importa es la audiencia y no el buen periodismo. ¿Son esos los principales retos del periodista de hoy? ¿Qué hay detrás de ellos y cómo se pueden enfrentar?

Los intereses políticos y la avidez de dinero se complementan para envilecer el periodismo y para silenciarlo. Las escenas en que el personal del noticiero se enfrenta bajo la presión de dos lógicas en pugna: la del empresario, y la del periodista, de alguna manera reflejan la situación del periodismo en Colombia; es la que sienten los jóvenes periodistas que llegan por primera vez a una sala de redacción y la que padecen los periodistas durante su trabajo profesional. Viven una tensión entre sus ideales y las imposiciones de negociantes y políticos que se quieren valer de los medios para sus intereses en perjuicio de los derechos de los naturales dueños de los medios que son los ciudadanos.


No son los únicos retos. La tecnología digital ha creado la plataforma propicia para otro reto: el de la defensa de la identidad profesional del periodista. La aparición del periodista ciudadano, ha creado un difícil dilema: o competir con ese periodista improvisado que se vale de las armas que proporciona la tecnología, y reducir la profesión a un aprovechamiento tecnológico; o afinar el trabajo profesional hasta hacerlo irreemplazable, aún por la más sofisticada de las tecnologías. Que esto es lo que significa hacer un periodismo inteligente y con la capacidad de cambiar algo todos los días. Si el periodista profesional se limita a hacer lo que un periodista ciudadano, está falseando y recortando los alcances de su profesión. El reto es, pues, mantener los más altos índices de calidad de su profesión.



En un pasaje de la novela, Santiago Rojas sostiene que las guerras son la respuesta a una crisis de comunicación. Siguiendo esa idea, ¿qué rol debe jugar el periodista en la Colombia de hoy, en medio de las negociaciones de La Habana, y en la del postconflicto?


El rol de restaurador de la comunicación mediante su información de la verdad de lo que sucede. En los conflictos la mayor necesidad y, por tanto el mejor aporte, es el de quien recupera la verdad para una sociedad confusa y desconfiada. Estas dos características son propias de las sociedades en conflicto y vuelven indispensable el aporte del periodista. Todos mienten: gobernantes y guerrilleros; mientras la sociedad no sabe a quién creerle ni en quién confiar, mientras crecen sus incertidumbres y sus miedos. Inspirar la confianza suficiente para hacer partícipes de la verdad periodística a los ciudadanos es el objetivo a que debe aspirar un periodista. Pero ese papel solo se puede cumplir si el periodista es todo lo independiente que se necesita para que los receptores de su información sientan que no cede ni a las amenazas ni a los ofrecimientos

Por último, dentro del cumplimiento de ese rol es necesaria la prioridad que se le concede por parte del periodista al bien de toda la sociedad. Esto implica que la prioridad máxima de quien informa sea su lector, por sobre cualquiera otra instancia: director, medio, anunciante, gobernantes, intereses propios. Cuando estas calidades se reúnen en un periodista, es posible cumplir el difícil rol de orientar y alentar a la población en medio de un conflicto.



Pregunta de cajón: a la hora de escribir la novela, ¿qué tan importante fueron sus experiencias de reportero y cronista?


Nunca se escribe novela a partir de hechos ficticios. Siempre las novelas llevan algo o mucho de la realidad del escritor; porque esas son las experiencias más plenamente vividas. Santiago tiene mucho del autor, lo necesario para darle un perfil definido. A esos materiales autobiográficos se agregan otros, más circunstanciales y propios de la ficción.



Usted es el maestro de varias generaciones de periodistas. ¿Qué opinión tiene del periodismo colombiano? ¿Responde a las necesidades del país?


Temo las generalizaciones porque son inevitablemente injustas. Sólo puedo decir que hay una clase de periodismo del que uno se puede sentir orgulloso: independiente, profundo, servidor del bien común, bien escrito y apasionado por la verdad: es el que no dejó en silencio el proceso 8000, el que ha destapado la podredumbre de los corruptos, el que puso ante la luz pública la narcopolítica y la parapolítica. Ese es el periodismo que uno debe aplaudir porque mantiene despierta la opinión del país.
 

Por Ángel Castaño Guzmán

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