El Magazín Cultural
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“Todos nos creamos”

De La Pava nació en 1970 y se crió en Nueva Jersey, Estados Unidos, pero su familia es colombiana.

Sara Malagón Llano
05 de mayo de 2015 - 02:33 a. m.
La obra de Sergio de la Pava  obra ha sido publicada por Chicago University Press. / Chris Mosquera
La obra de Sergio de la Pava obra ha sido publicada por Chicago University Press. / Chris Mosquera

El estadounidense Sergio de la Pava (1970) no es muy conocido en el país, a pesar de ser hijo de una caleña y un manizalita. Es abogado, trabaja en la corte penal de Manhattan y escribe. Ante el rechazo inicial de las editoriales, optó por auto publicar sus primeras y únicas dos novelas. Años después de que “Una singularidad desnuda” saliera al mercado, The University of Chicago Press se topó con la novela y la publicó en 2008. Desde entonces es un autor elogiado en su país. Hace unos días estuvo en Colombia para presentar su segunda obra, “Personae”, en la Feria del Libro de Bogotá.

¿Usted escribe en inglés?

Sí, pero una de las cosas que noté involucrándome en el proceso de traducción de “Personae” es que ese segundo libro fue casi concebido en español, sobre todo la última sección, que ocurre acá en Colombia. En lugar de alejarme del original, con la versión en español me acerqué al objetivo inicial de la novela. Fue raro, porque normalmente una traducción es un distanciamiento del original.

¿En su casa hablaban español o inglés?

Habrán pasado 35 años, pero sigo hablando en español con mis padres. No es algo que haga conscientemente, sale natural. Recuerdo, sin embargo, mi primer día de colegio en Estados Unidos. La maestra hablaba, los alumnos hacían preguntas y yo no entendía nada. Me pareció raro. Fue como un alejamiento que, sin embargo, ayuda al artista, ayuda al escritor. Esa manera de estar de algún modo separado de la sociedad —sea por accidente o intencional— es productiva.

¿Dónde Estudió Derecho?

En Brooklyn Law School.

¿Y por qué Derecho? ¿Nunca pensó en estudiar Literatura?

Cuando empecé a estudiar Derecho yo ya estaba escribiendo. Hoy en día hay muchos programas de Escritura Creativa en Estados Unidos –en Latinoamérica apenas empieza a llegar esta idea de estudiar y escribir–. No sé si es saludable o no, pero sí sé que siempre me ha atraído mucho la ley, tanto como la literatura. La diferencia entre las dos cosas es que si escribo un libro, lo publico, la gente lo lee, y escribo otros más me convierto en escritor. Pero si yo voy a una corte y digo “quiero ser abogado”, me dirán que tengo que haber pasado por una facultad de Derecho. No importa con cuánta naturalidad les digas, no te van a dejar (risas).

¿Cómo llegó a trabajar en la corte penal de Manhattan?

Es un trabajo difícil, siempre agitado, pero créase o no también tiene mucho humor. Muchas veces me descubro a mí mismo riéndome, porque tiene cosas tan ridículas este trabajo… Esto que hago, que hace parte del libro que estoy escribiendo ahora, es la única área de la abogacía que me interesa: la defensa de individuos que no tienen dinero y están acusados de cometer un crimen. En los Estados Unidos son casi trágicas las ganas de meter a los pobres en la cárcel, es como una enfermedad. Si no estoy mal, es el país que más encarcela personas anualmente, un país supuestamente famoso por la promesa de libertad.

¿Empezó a trabajar en la corte antes o después de publicar su primera novela?

Antes. Cuando terminé “Una singularidad desnuda” yo tendría unos 32 años, pero se demoró mucho en publicarse porque nadie la quería publicar. Tuve que auto publicarla y eso demoró años. A escribir empecé como a los 24.

Muchos abogados que hubieran querido ser escritores alegan que el trabajo no le deja tiempo a la escritura. ¿Cómo conjuga usted ambas cosas?

Muchos abogados escriben porque muchos de los que estudian Derecho están interesados en el lenguaje. Es raro el abogado que no lee. En toda escuela de Derecho se lee, se escribe y se interpreta todo el tiempo. Un abogado escritor no es tan inusual como un químico que escribe novelas. Pero eso de tener tiempo es algo relativo. A veces no se trata de no tener tiempo, sino de no tener la energía o la disciplina. Desde que empecé a publicar novelas no podría decir con exactitud cuánta gente se ha acercado a decirme: “yo siempre he querido escribir una novela”. Lo que en realidad están diciendo es que siempre han querido haber escrito una novela (risas). Son cosas muy distintas. Escribir es difícil. Es algo deprimente, triste, feliz, horrible, tremendo, todo junto. Haber escrito un libro es perfecto, ya el trabajo está hecho, lo feo terminó.

¿Por qué no querían publicar “Una singularidad desnuda”?

Lo más probable es que era larga. Una novela larga escrita por un desconocido, eso era.

¿Por qué decidió publicarla usted mismo?

En ese momento la decisión no era publicar con Random House o Chicago Press. Era publicarla yo mismo o meterla debajo de la cama y olvidarme del asunto. Así que la decisión fue fácil. De ese modo uno por lo menos ve el libro convertido en un objeto, y no siente que no hizo nada.

Son obviamente historias distintas, y libros muy distintos, “Una singularidad desnuda” y “Personae” (2011). ¿Pero cuáles son las grandes diferencias, tal vez estilísticas, entre ambas?

La repetición es una buena manera de vivir pero no es tan buena manera de explorar o de crecer como artista. Cuando empecé el segundo libro, que también fue auto publicado, lo que estaba buscando por encima de todo era crear algo nuevo, y me obsesioné con esa idea. Sin embargo, algo completamente nuevo no tendría mucho valor. Yo podría hacer un libro sobre una manzana con súper poderes, y es verdad que nadie más lo ha hecho, pero la razón por la que nadie más lo ha hecho es que es una mala idea.

Lo que uno siempre está buscando es la tensión entre hacer algo nuevo y entender que hacer algo nuevo sólo por hacer algo nuevo no es suficiente. Entonces quise escribir una novela cuyos elementos no fueran parte de la novela como género, como se entiende tradicionalmente. El concepto de novela es algo inmenso, y si yo escribo algo y te advierto que es una novela, debes aceptarlo como tal, por más raro que sea. Hay una obra de teatro adentro, hay fragmentos, aforismos, y la parte más importante, el final, es o una novela que no se ha terminado –según la protagonista–, o una novella (novela corta). Ninguna de esas partes se sostendría como novela por separado, pero al juntarse sí crean una. Esa fue una de las cosas que pensé cuando empecé a escribir el libro.

El agua atraviesa su segunda novela. Desde el epígrafe, empieza y termina cerca del agua, y en la mitad está “El océano”, uno de los escritos dentro del escrito total que es el libro. ¿A qué se debe esa omnipresencia del agua en su novela? ¿Lo había pensado así?

El agua es algo raro. Nosotros somos casi por completo agua. El agua limpia. El agua es necesaria para vivir. Al mismo tiempo, puede ser muy destructiva, y hay referencias a eso en el libro. Es un símbolo perfecto de la humanidad, de la vida. La humanidad puede ser una cosa bella, puede dar vida, y también puede ser algo horrible, algo violento. No he podido encontrar la manera de pensar en esos conceptos, en ese tipo de dualidades, aunque escribir ayuda.

¿Por qué, al final de todo, su libro se llama como la segunda obra de Antonio Arce -personaje de la novela y escritor-, “Personae”? ¿Por qué no como las otras obras, “El océano” o “Energeias”?

Por la idea más alta del libro: no sólo el escritor crea personajes, todos nos creamos a nosotros mismos. La palabra “personae” en latín significa “máscara”, y también significa “personajes” (dramatis personae). El título podría haber sido “Personas”, pero el punto es que no es tan fácil determinar qué es una persona. En una obra de teatro sabemos que estamos viendo actores; en una novela sabemos que leemos sobre personajes, que son ficciones que se usan para indagar sobre un tema, para vivir o para soñar. Pero en mi vida como escritor y también como lector, no hay mucha diferencia entre un personaje de una novela y una persona real. Para mí alguien como Hamlet vive como si fuera alguien que vivió en el pasado.

No distingo entre esa clase de persona y aquellos que veo todos los días. Claro que hay un límite: mi esposa es más real que cualquier persona en cualquier libro (definitivamente escribe eso porque si no me metes en problemas). Pero de todas maneras alguien en un libro puede ser tan real, tan vivo... Ana Karenina, por ejemplo. No me siento menos mal pensando que no es una persona real. Para mí es una señora que murió. Y no sólo eso: cuando estoy leyendo “Ana Karenina”, la protagonista no sólo vivió y murió, sino que lo acabó de hacer, yo lo acabé de ver, y ella lo hace una y mil veces con cada lector.

En el libro, Antonio Arce escribe una obra, “Energeias”, que tiene que ver con su vida, para hacerse él mismo un personaje en un libro en vez de vivir, o para tratar de entender la vida que vivió. “Escribir es una manera de comprender”, dirían muchos escritores. Eso para mí no es importante; entender mi propia vida o entender lo que he hecho. Creo que la mayoría de escritores están muy interesados en su propia vida, en un sentido negativo. Escribir se convierte así en una especie de terapia. Yo trato de no hacer eso, pero a la vez entiendo el impulso. Por eso en mi libro aparece un hombre de 111 años escribiendo ese relato y tratando de entender todo lo que le ha pasado, la vida que ha vivido, si se merecía lo que padeció y lo bueno que tuvo.

Algunas veces, en esta novela de múltiples estilos, la puntuación desaparece. ¿Qué expresa ese correr de palabras?

Más que todo tiene que ver con sonidos, con maneras en que quiero que las palabras respiren y maneras en que yo quiero que el lector lea ciertas secciones. Si las reglas interfieren con la música de la prosa y el sentido, sacrifico las reglas.

Lo primero que encuentra la protagonista de “Personae”, Helen Tame, en la caja de Arce son fragmentos, aforismos y traducciones de “Cien años de soledad”. ¿Por qué esa novela?

Porque esa novela es para el mundo la novela colombiana por excelencia. No estoy diciendo que para mí es la mejor novela colombiana. Yo creo que el nivel literario de Colombia es muy alto. Pero sí es la novela icónica de este país. Antonio Arce, el personaje que la traduce, nació en Colombia, vivió casi toda su vida en Colombia y naturalmente gravita alrededor de ese libro.

La música en la novela es parte integral de la trama. Parece obsesionarlo a usted la música…

Para mí la música es probablemente el arte más alto. La razón por la que no digo “definitivamente” es porque somos animales que estamos muy involucrados con el lenguaje. Incluso pensar sin lenguaje es difícil. Lo que la música hace es sacarlo a uno de la vida, de ese lenguaje que domina, pero lo hace bellamente. Algo casi mágico pasa con la música. Con la literatura también es posible, pero como por definición debe usar el lenguaje está también, a la vez, acordándonos todo el tiempo de lo terrestre. Hay tal vez demasiadas referencias, tantas que limitan, que a veces no dejan hacer el trabajo artístico.

El humor está presente en toda la novela. Hay un patetismo que no sólo expresa el vacío existencial que sienten los personajes (Helen Tame y Arce, sobre todo), sino que los hace risibles. ¿Qué siente usted? ¿Se encuentran el humor y la desgracia?

Yo diría que ellos están conscientes de un posible vacío en el corazón de la vida. No han decidido, pero sienten un temor bien grande a que eso sea así, a que la vida sea vacío. Entre más vivo y más leo, me doy cuenta de que el mundo de la posibilidad es más grande de lo que uno cree. Una de esas posibilidades es que nada tenga sentido, y eso da miedo. Gracias a Dios casi nadie vive la vida como si fuera carente de sentido: te importa qué pasa con tu carrera, qué pasa con tu pareja, si tienes dinero... Pero uno debe admitir que todo eso es como estrellas volando en el universo sin ningún sentido real. No lo creo, sólo a veces estoy abierto a la posibilidad, y me asusta. Los personajes en el libro tienen la misma reacción.

Y el humor, por ejemplo, es una de las maneras de combatir eso. Decir: “Qué importa, todos nos vamos a morir tarde o temprano” es una manera de usar el humor de una forma liberadora. En inglés a eso se le llama “gallows humor”, siendo “gallow” el lugar donde se mata a quien comete un crimen. Reír de las tragedias es como reírle en la cara a la muerte. Si lo pensamos bien, de alguna manera todos estamos haciendo eso, especialmente si gastamos nuestro tiempo escribiendo una novela. ¿Para qué? Si la muerte es un final total para todos, cualquier obra es nada. Ponerle tanta atención a la obra de grandes artistas es una manera de decir que creemos que la vida tiene sentido.

 

smalagon@elespectador.com

Por Sara Malagón Llano

 

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