El Magazín Cultural
Publicidad

La transformación del color

Un cuento inspirado en las ilustraciones de la estadounidense Brett Manning.

Laura Henao
08 de diciembre de 2015 - 04:26 a. m.

-¿Estás feliz?, preguntó ella con genuino interés.

-Supongo. Respondí con la palabra más ambigua que encontré.

-¿Estás feliz de que me vaya?

-Supongo. Musité.

Tengo que decir que responder supongo no fue una gran idea. Me pasa a menudo que me quedo de pie frente a la vida y veo todo desde fuera de mí: mi cuerpo inerte, mis ojos desorbitados, ella, yo. Todo.

Tengo ganas de llorar. Mierda. ¿Por qué se fue? Me gusta la primavera. Me gusta verla a ella correr entre los árboles mientras la luz le cruza los ojos como en las películas que jamás he visto y las fotos que jamás haré. Las paredes de mi cuarto se pusieron en mi contra, me aturden con un silencio sepulcral. La tristeza de su recuerdo al extrañarla se presentó en forma de lágrima. su recuerdo rodó por mi mejilla y se instaló en mi almohada. Siento que detrás de la sal que posee cada gota se alijan mil tiburones y medusas. Las veo: están en mi boca, en mi lengua; me sabe a vos, a lo que fui contigo. Me sabe a la vida que se me fue con un supongo.

Me dejó un cofre: cuatro dibujos y una carta. Los dibujos son de Brett Manning. Nacieron el mismo día: 31 de octubre de 1986. Desde que se fue miro los dibujos todos los días.

Todo cambió. El color se transformó y veo todo como en las ilustraciones: amarillo, canela, viejo, curtido.

Detrás de mi favorita escribió, “esta se parece a ti” y yo dije que sí. Y ella me sonrió cuando lo leí.

Los dibujos de Manning son como los sueños. Todos tienen rostro, pero no reconozco a ninguno aunque sintiera que los conozco a todos. Encontré su diario. Había una carta: De mí para mí. Decía en el sobre.

“Deja renacer tus frutos y caer las hojas secas. No temas al viento que sopla fuerte con intención de arrojarte al abismo. Llora conmigo en las noches donde el viento congele tu respiración y suéltate a la vida. Querida mujer: tú que eres tierra y también mar, que eres fuego y lluvia: abre tus entrañas para que la vida se estremezca al ver tu sabiduría de árbol viejo y tu pasión de volcán en erupción. Deja el miedo que cercena tus actos limpios y transparentes. Por favor, te lo pido, no dejes de creer en ti.

Toda tu vida me duele como si fuera la mía. Verte sufrir me llena de tristeza. Busco dentro de mis posibilidades una forma para que fueras feliz, pero no puedo encontrar nada. Te ofrezco mis cenizas y despertares. Toma mi mano: seca como rama de olivo y haz con ella un bastón para que te apoyes en tiempos de dolor y cansancio en los pies. Anda descalza por el mundo para que tus raíces se entierren, para que no te duelan las piedras del camino.

Querida mujer: llora a cántaros, inunda el planeta que de tus lágrimas está hecho el mar. Llora pero renacé, triunfá, cantá, besá. Sé –por sobre todas las cosas– libre.

Soñate, querida mujer, soñate siempre a vos y dentro de vos. Porque uno es más verdadero mientras más se acerca a lo que ha soñado. Y vos querida, jodida, amada y odiada mujer: vos sos el sueño”.

Creo que grité. Un grito diferente. Uno que es más silencio, como si muriera momentáneamente y despertara con una sonrisa. Se fue no por mí, se fue por ella.

Por Laura Henao

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar