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Hay libros que suelen ser la incubación de un proyecto cinematográfico. Un recorte de periódico, la anécdota que contó la vecina en la tienda de la esquina o una fotografía, como la tomada por Lewis Hine del obrero apretando con una llave inglesa gigante la tuerca de una máquina, que sería la inspiración de Chaplin en Tiempos modernos. Al fin, historias.
La que se le ocurrió a Pablo Berger, el director de la película Blancanieves, estrenada en Bogotá esta semana en el marco de la Muestra de Cine Español 2013, tiene un origen similar. Eran los noventa y, mientras daba un vistazo al libro España oculta, de la fotógrafa Cristina García Rodero, encontró la imagen de unos enanos toreros. Entonces se imaginó “una Blancanieves torera, vestida de luces, allí en la mitad de los enanos”. El resto ya empieza a ser historia.
En el libro de García Rodero, una selección de 126 fotografías en blanco y negro tomadas entre 1974 y 1989, se perciben diversos matices que sin duda están presentes en el filme de Berger: el tinte gótico en imágenes como Las potencias del alma (1976), la comedia en Lunes de carnaval (1985) y la tradición española de los festejos taurinos en La cuadrilla (1978), la foto de los enanos en la que no son precisamente siete, sino ocho.
Ambientada en los años veinte de una España que sufre una profunda transformación y cambios sociales que vienen a ser ratificados en la adaptación del tradicional cuento de los hermanos Grimm, la película muestra la burguesía dominante, encarnada en una madrastra que quiere conservar una posición social usando los medios más truculentos para llegar a su fin. Una Verdú-ga encarna a ese personaje, la actriz española Maribel Verdú.
Aunque en el cuento original la princesa tiene un matiz ingenuo e incluso su puerilidad raya en lo excesivo, esta es una Blancanieves que toma el toro por los cuernos, asertiva, fuerte y de espíritu aventurero. Una torera que no sueña necesariamente con un príncipe azul y que lejos está del final tradicional que propone el ya varias veces adaptado cuento de los Grimm.
Las críticas de algunos espectadores no se han hecho esperar en cuanto al espíritu taurino que enmarca esta propuesta, al considerar que enfatiza de manera desbordada esa práctica con tantos amantes y detractores. Para Maribel Verdú, quien dice ser “completamente antitaurina como Petro, el alcalde de Bogotá”, la película fue rodada bajo unos parámetros de no violencia animal y cuidado estético que permitieran un hilo narrativo, más no la exaltación de la tauromaquia.
Gran parte de la magia en la cinta de Berger es la ausencia de la palabra, amén de que las marcadas expresiones de los actores, bastante teatrales, ya advertían en el movimiento de labios algunos de los parlamentos. Pero sin duda la música, premiada en los Goya 2013 y realizada por Alfonso de Villalonga, es uno de los elementos más ricos y representativos del filme.
Noventa minutos en los que la única palabra proviene del público que se ríe, se emociona y, expectante, suspira por las peripecias que rodean a Blancanieves, la mujer de ojos grandes y expresivos, piel blanca como la nieve y labios de carmín interpretada por Macarena García.
Y aunque las comparaciones con la cinta El artista, de Michel Hazanavicius, no se han hecho esperar. Pablo Berger dice no sentirse mal por el hecho de que su Blancanieves saliera después de aquella película, pues su idea nació hace ya más de dos décadas.
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