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Un encuentro con Plácido Domingo

El tenor español es noticia porque protagoniza el montaje ‘La isla encantada’, en el que cambió su registro a barítono, y completó 700 actuaciones en la Metropolitan de Nueva York. Historia de un seguidor que lo entrevistó en Cartagena.

Carlos E. Manrique B. / Especial para El Espectador
23 de marzo de 2014 - 02:00 a. m.
Plácido Domingo  interpretando esta  semana en la Ópera de Nueva York a Neptuno en ‘La isla encantada’, con música de Händel y Vivaldi.  / AP
Plácido Domingo interpretando esta semana en la Ópera de Nueva York a Neptuno en ‘La isla encantada’, con música de Händel y Vivaldi. / AP

Hablar de Plácido Domingo es hacer referencia al tenor vivo más importante del mundo, afirmación respaldada por expertos de la BBC de Londres. El tenor español completó esta semana el récord de 700 presentaciones en la Metropolitan Opera House de Nueva York, interpretando a Neptuno en el barroco montaje La isla encantada, con música de Händel y Vivaldi. Otra novedad: cantó hasta el jueves 20 como barítono, un cambio de registro de voz que ameritó el pasado 7 de marzo un artículo de The New York Times sobre su calidad y capacidad para prolongar su ya larga carrera. A los 73 años de edad dijo vía Twitter: “Les doy las gracias a Dios, a la música y al público por hacer esto posible”.

Ya se sabe que se ha presentado en los grandes teatros de todo el mundo, que ha sido embajador de buena voluntad de la Unesco, que ha cantado ante los personajes más influyentes incluso los poemas de Juan Pablo II, en la ceremonia de clausura de los Juegos Olímpicos, en la antesala de los partidos de su amado Real Madrid; ha sido director de dos de las orquestas sinfónicas más prestigiosas y ha popularizado no solamente la ópera sino también la zarzuela y la música popular.

No se sabe mucho de su plano personal, menos cuando ha venido a Colombia. Tuve la oportunidad de conocerlo en Cartagena en 2009. Yo había llegado desde Santa Marta con el único propósito de verlo sin tener cita alguna. En el hotel donde se estaba hospedando, su hijo Álvaro me dijo que era imposible que me atendiera.

Volví en horas de la noche y luego de una minuciosa observación me acerqué a un hombre joven de aspecto caucásico ante cuyas órdenes todo se movía. Se trataba del asistente de Plácido Domingo, un alemán llamado Thomas que lo ha acompañaba en sus presentaciones. Le conté que era un estudiante de periodismo buscando entrevistar al maestro Domingo. Hablaba buen castellano, pero me fue metiendo en un juego de recitar versos en inglés sin saber que eso me ayudaría en mi cometido. Acerté con dos versos de William Shakespeare, ambos de Hamlet. El alemán me regaló una boleta de cortesía diamante A1 para presenciar el concierto.

Cuando Plácido Domingo bajó las escaleras del hotel, su asistente me presentó y nos tomamos la primera foto. Fue este el primer encuentro con el tenor español. Posteriormente se fue a cumplir el compromiso del concierto. Salió una hora antes de lo previsto para ensayar; lo hace antes de cada presentación para garantizar un evento de calidad ante su público, gesto ejemplar para un hombre que ha triunfado en todas partes, pero que cree fielmente en la disciplina como factor determinante para el éxito.

Esa noche, al concierto asistimos aproximadamente mil personas que pudimos deleitarnos con la voz del tenor. No éramos tantos como los 400.000 que lo esperaron bajo la lluvia una noche en Central Park de Nueva York y que le permitieron ingresar al libro de récords Guinness, o como los miles de personas que lo aplaudieron ininterrumpidamente durante 32 minutos en Madrid, luego de presentar Simón Boccanegra.

En el concierto, que fue dirigido por el maestro Eugene Kohn y en el cual Domingo alternó con la soprano Ana María Martínez, el maestro presentó algunos clásicos del bel canto y también algunos boleros muy conocidos de la historia del continente americano. Bésame mucho fue, entre otras, una de las piezas interpretadas. Con gran beneplácito recibimos el tema Noches de Cartagena, acompañado por un coro de la ciudad. Después, las luces se apagaron dando por terminada la presentación del tenor.

Cuando todos caminábamos hacia la salida, y algunos daban al concierto la categoría de anécdota, todas las luces se encendieron nuevamente, los músicos volvieron a su posición y Plácido Domingo caminó afanosamente hacía el micrófono. Miró y con una leve sonrisa saludo al público, hubo un silencio de segundos y su voz rompió la ausencia de sonido cantando: “Granada, tierra soñada por mí, mi cantar se vuelve gitano…”, el tema de Lara que es la canción más solicitada a lo largo de su carrera.

Gracias a su amigo alemán supe que el maestro cenaría en un reconocido restaurante de la ciudad. Fue allí donde pude conversar un poco más con él y conocí a Frank Burgos, un joven tenor cartagenero que había esperado horas con el mismo propósito y que recibió la mayor sorpresa al ver cómo el maestro Plácido Domingo se acercó a su instituto para conocer con mayor detalle los avances en materia musical en la ciudad. Un rato después el mismo artista me manifestó que le parecía extraordinario lo que se venía haciendo con las orquestas jóvenes, que había presenciado un gran nivel y un gran interés por la música en la juventud.

El maestro también tuvo que tocar puertas siendo joven. Ya se había presentado con la compañía de zarzuela de sus padres en México. Sin embargo, fue Carlo Morelli, un reconocido músico, quien escuchó una audición de Domingo como barítono y le manifestó que a la interpretación, aunque estaba bien ejecutada, le faltaba algo de fuerza y era porque Plácido era tenor. Comprendió entonces el valor de la interpretación, es decir, que la música no se canta sino que se vive, debe adherirse y manifestarse con todos los gestos de quien la transmite, y esto es lo que ha hecho a lo largo de más de cincuenta años.

Tiempo después debutó como tenor en ciudad de México, siendo Mateo Borsa de Rigolleto. Posteriormente, su primer papel como tenor principal fue en Monterrey, como Alfredo, de La Traviata. Un artista que trabaja con amor y que lo ha hecho así en los cerca de 120 papeles que ha interpretado en seis idiomas: ruso, japonés, inglés, francés, español e italiano. Pero si vamos a hablar de amor debemos mencionar un amor en la vida del maestro, y esta ha sido sin duda Martha Ornelas, su esposa, una soprano mexicana que conoció en el Palacio de Bellas Artes mientras interpretaban la obra El último sueño, y es que para Domingo el tiempo con su familia es algo invaluable.

Es un hombre sencillo, muy exigente con su trabajo y que cree firmemente en la pasión para cualquier empresa en la vida, que vive con amor su trabajo y que tiene el anhelo de seguir trabajando vinculado a la música como cantante o director mientras la salud se lo permita. Es además un gran estudioso de la música que ha sabido adaptarse a las circunstancias del tiempo, pues recientemente se ha presentado más como barítono, respetando el natural paso de los años y el cambio en el color de su voz que otrora hacía estremecer los micrófonos con una fuerza interpretativa avasallante en cada área.

Ha cantado al lado de grandes artistas de nuestro siglo, pero seguramente la conformación más recordada fue el grupo de los tres tenores, junto a José Carreras y Luciano Pavarotti. Con ellos se presentó en diversos países dejando una huella valiosa en la historia de la música y popularizando un poco más la ópera.

No ahorra elogios hacia tenores como Guissepe di Stefano, Aureliano Pertile, Mario del Monaco o el mismo Pavarotti. Pero sin dudarlo dos veces dice que Enrico Caruso es el mejor tenor de todos los tiempos. Podemos sumar su propio nombre.

En Cartagena también manifestó la importancia de trabajar al lado del maestro Eugene Kohn y de la soprano Ana María Martínez y, por supuesto, el gran beneplácito que sentía de volver a Colombia, donde no cantaba desde 1995, cuando se presentó en Bogotá una noche en que vestido con una ruana boyacense cantó Soy colombiano y recibió vítores y aplausos de un público emocionado desde que el español pronunció las primeras frases: “A mí deme un aguardiente, un aguardiente de caña, de las cañas de mis valles y el anís de mis montañas”.

Cinco años después de aquella inolvidable velada, Plácido Domingo está celebrando 3.700 presentaciones a lo largo de su vida artística y lo más importante es que sigue vigente como un referente colosal de las artes del mundo hispanohablante. Su lema es “si descanso, me oxido”. Por eso lo seguiremos viendo en las tablas a partir del 27 de marzo en Valencia, España, donde interpretará Simón Boccanegra, de Giuseppe Verdi.

Sin embargo, todas las leyendas musicales quedan a un lado cuando uno tiene el privilegio de tratarlo personalmente y percibe una calidad humana conmovedora. No olvido la despedida porque que mi tío Jaime me había enviado desde Nueva York un DVD con la presentación de Domingo en el papel de Rigoletto y el maestro accedió a firmármela.

 

 

 

Por Carlos E. Manrique B. / Especial para El Espectador

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