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Un espacio entre la literatura y la realidad

Carla Guelfenbein, ganadora del Premio Alfaguara 2015 con la novela “Contigo en la distancia”, visitó Colombia y cuenta los pormenores que hay detrás de una escritora y su proceso de creación.

Camila Builes
17 de julio de 2015 - 04:36 a. m.
Genetista y diseñadora, Carla Guelfenbein fue la ganadora de uno de los premios más importantes de habla hispana.  / Andrés Torres
Genetista y diseñadora, Carla Guelfenbein fue la ganadora de uno de los premios más importantes de habla hispana. / Andrés Torres

La luz de la habitación choca contra su iris verde. El cabello, que está a punto de llegarle a los ojos, combina con los rayos del sol y se torna cobrizo, como delgados hilos de oro. Carla Guelfenbein luce como la editora de moda que algún día fue: huesos largos, cuello que reluce entre un pañuelo rosado, dos manillas en la mano izquierda que tintinean cuando se despeja la vista. La genetista y diseñadora recibió el Premio Alfaguara 2015, el cual hacía 10 años no se otorgaba a una mujer.

“Las mujeres nos atrevemos menos a mandar nuestros manuscritos a premios tan importantes como este. Creo que tiene que ver con el miedo, con no creerse lo suficientemente capaces para ganarlo. Hay menos mujeres soltándose, somos menos mujeres las que estamos escribiendo”.

La sala del hotel Sofitel Victoria Regia en Bogotá tiene un aire amarilloso, los muebles están vestidos de un dorado que se expande por todo el sitio cuando entra la luz. Entonces pareciera que estuviéramos dentro de una caja de música a la que sólo le falta la bailarina. Guelfenbein no aparta los ojos de los míos y, de repente, los representantes de su editorial y el fotógrafo desaparecen. Tengo en las piernas Contigo en la distancia, novela por la que ganó el premio. Me pregunta si ya lo leí. Afirmo con la cabeza.

“Uno antes de ser un escritor es un lector. Mi madre me inculcó el bichito de la lectura. Mis padres eran profesores, entonces crecí sabiendo la importancia que tiene leer. Mi madre me enseñó la intimidad que puedes tener con un libro, que es algo tan particular”.

Una de las cosas que pasan una vez y para siempre son los primeros encuentros con esos objetos llenos de imágenes y letras que nos transportan a otros mundos. De ahí la importancia de los primeros libros. En una de las entrevistas que le hicieron a Carla Guelfenbein, en medio de la gira que emprendió por su premio, relata que decidió estudiar genética para conocer el porqué de las cosas. “¿Por qué esa rosa tiene forma de rosa y no de tarro?”. Esa postura puede ser la misma que tienen los niños cuando están descubriendo el mundo. La capacidad de preguntarse y asombrarse forma al escritor.

“Cuando pude empezar a escribir, lo hice. De chica tenía diarios y cuadernos llenos. Nunca dejé de escribir. No fue sino hasta muy tarde que decidí mostrarlo. Era una experiencia íntima y no tenía interés en que otros la conocieran”.

Guelfenbein pasó los últimos cinco años escribiendo la novela. En la mañana se sentaba en su escritorio, abría su computador, cerraba los ojos por unos segundos y comenzaba su tarea de constructora. Un nuevo mundo se tejía bajo las yemas de sus dedos. El mundo de Vera, Horacio, Emilia y Daniel, el cual de vez en vez salía de la pantalla fosforescente y la tomaba por sorpresa con llanto, odio, risa y dolor. A veces, de pronto, le parecía ver a Vera sentada al frente, mirándola con ojos enérgicos, a Vera o a Clarice Lispector, la escritora brasileña en quien se basa el personaje principal de su obra.

“Yo me demoro entre cuatro y cinco años en escribir. Durante ese tiempo se pueden construir dos o tres edificios; un niño que recién nace y crece, en ese lapso ya tiene todo su sistema neuronal desarrollado. Mientras tanto yo hago un libro. Es un trabajo de todos los días. Esté o no inspirada, escribo. Siempre tengo algo que hacer dentro de mi casa (libro): corregir, un personaje que le faltaron ciertos detalles, avanzar en la historia. Siempre tengo algo que hacer en la novela”.

La experiencia del lector es diferente. El libro debe ser destruido y rayado y tachado. Cada palabra de cada frase debe ser un ápice que, extraído de su contexto, dé la clave para construirlo según las experiencias: el miedo, una canción que escuchó algún día, un sueño que no entendió, todo lo que constituye al lector y que al fin es lo que lo hace leer.

Durante la entrevista leí un fragmento de Contigo en la distancia que se refería a los recuerdos, uno de tantos que la novela deja en el camino como pistas para encontrar algo. “El pasado es así, supongo. Necesitamos congelarlo en una dimensión única para poder manejarlo, sabiendo, sin embargo, que al hacerlo estamos soslayando una compleja verdad”. Guelfenbein se queda pensando, una nube asalta su mirada. Sonríe.

La puerta de la sala se abre y un hombre con un traje perfecto entra con una charola plateada. Encima, cinco botellas de agua. De pronto recupero la sensación de que había más personas en la habitación. Un silencio liviano se estaciona entre nosotras.

Dentro de la novela de Carla Guelfenbein el misterio y el amor parecen hermanos siameses. Uno le da vida al otro, cada personaje determina el rumbo de su propia historia, que al final concluye unida a la de los demás de manera inseparable. Cada hecho explora la verdad de Emilia, Vera, Daniel y Horacio, y a la vez la de la escritora. “Yo soy la que permite hasta qué punto algo de mi vida entra en la novela”.

Augusto José Ramón Pinochet fue designado comandante en jefe del Ejército de Chile el 23 de agosto de 1973, por el presidente Salvador Allende, en reemplazo del general Carlos Prats. El 11 de septiembre del mismo año dirigió un golpe de Estado que derrocó al gobierno de Allende, poniendo fin al período de la república presidencial y dando inicio a un régimen militar que duró hasta el 11 de marzo de 1990. En esos 17 años pocos escaparon en Chile de las violaciones, del exterminio, del olvido. La casa Guelfenbein fue allanada: uniformados dando pasos agigantados, resonando entre las paredes, y su madre, Eliana Dobry, profesora de filosofía de la Universidad de Chile y militante socialista, fue detenida por los agentes de Pinochet. Durante tres semanas no se supo de su paradero. Cuando regresó a su casa no dijo nada, el silencio fue su manera de proteger, y ese silencio duró hasta hoy.

Hace tres años, en medio de la escritura de Contigo en la distancia, Carla Guelfenbein recibió una llamada. La voz del otro lado era de una mujer. Después de ese instante que se dio en medio del teléfono y la boca, a Vera, la protagonista de la novela, le pasaría algo que Carla apenas descubría. Una de las mujeres que estuvo con su madre en prisión llamó a la escritora para decirle que durmió al lado de Eliana Dobry, que compartieron la misma cama, y de pronto, como una estampida, las letras surgieron entre los dedos y la mejor manera de entender lo que le había pasado a su mamá era haciendo que uno de sus personajes lo viviera.

“Una vez que yo decido decirlo no me importa que se sepa. Dentro de esa novela hay un montón de sucesos que no digo y que no diré jamás. Yo soy quien resguardo mi vida, pero algo de nosotros siempre se queda en la escritura, siempre. En el caso de ese episodio, yo no pensaba que Vera fuera a vivir eso, pero la literatura tiene hilos mágicos que conectan lo que deben conectar”.

El libro tiene tres visiones específicas: la de Emilia, una joven que busca algo, la de Daniel, un hombre que busca a alguien, y la de Horacio, un hombre adulto que quiere deshacerse de algo.

“Horacio me resultaba muy extraño, de una generación muy diferente de la mía. La conciencia de un hombre parece inexplorable para una mujer hasta que te das cuenta de que crecimos leyendo literatura masculina, viendo cine hecho por hombres, fotografías realizadas por hombres. Hemos visto el mundo a través de los ojos de ellos. Nosotras sabemos cómo lo ven”.

Escribir es un acto de fe. Se trata, como lo dijo Clarice Lispector, de crear la cosa y no de reproducir la cosa, y esa cosa son las historias, la vida de un personaje que dure 400 páginas y 100 años, una historia que tenga el poder de convertir lo simple en magnífico.

Al terminar nuestra conversación Carla Guelfenbein se quedó sentada en el sofá de la sala. Un halo de luz la rodeaba. Se despidió de mí y yo me quedé con la impresión de ser uno de los personajes que ella escribió. 

Por Camila Builes

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