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Un jardín para María

La exposición fotográfica de Delia Jaramillo tiene dos focos: los retratos de una mujer solitaria que vive en una cueva en La Guajira y la contaminación en esta zona.

Sara Malagón Llano
10 de noviembre de 2014 - 01:16 a. m.
Un jardín para María

“He sido hotelera casi toda mi vida, pero siempre he tenido a la mano una cámara fotográfica”. Hace dos años y medio, Delia Jaramillo empezó a estudiar fotografía. Su primera serie fotográfica fue en La Guajira. Iba a capturar el paisaje, pero cuando llegó al Cabo de la Vela encontró dos cosas que cambiaron el rumbo del proyecto: la primera fue la basura, sobre todo los residuos plásticos. Lo segundo, una playa completamente desocupada, aquella que está abajo del pilón de azúcar: la montaña sagrada de los wayuus, cuya desolación contrastaba con playas cercanas.

“Me pareció curioso que no hubiera gente. Saqué mi lente, empecé a hacer zoom en un punto de la playa y vi que había una persona que estaba sola debajo de una cueva. Por pura curiosidad me fui acercando y encontré a un ser humano con un registro fotográfico bellísimo, y con una expresión pacífica extraña. Me dediqué a tomarle fotos. Era una mujer. Me miraba, agachaba otra vez la cabeza con dulzura, volvía a levantar la mirada, se mostraba coqueta ante la cámara. Coqueta e intimidada. Luego se metió durante dos horas en la cueva, y desde que salió estamos presentes, la una en la vida de la otra”.

Jaramillo la describe como una mujer pacífica. “En vez de producir lástima, lo que hace es enseñarnos algo, de alguna manera, por ese estilo de vida que eligió”. En un primer momento, cuenta Jaramillo, creyó que María necesitaba ayuda. Luego se dio cuenta de que no le hacía falta más que comida y compañía. No le interesa tener una casa, ni ropa, ni quiere dejar de vivir en la desconexión con la sociedad que la rodea.

Cuando Jaramillo la conoció, María parecía estar embarazada. “Sentí miedo de que perdiera a su bebé en el mar. Después del viaje de regreso a Bogotá llevé a unos médicos para que la examinaran allí mismo”. No estaba embarazada. El siguiente propósito de Jaramillo fue lograr que tuviera acceso a salud, que en Riohacha la pudieran atender. Sin embargo, María nunca ha permitido que la alejen de su cueva. Jaramillo tuvo que hacer llegar a la playa incluso a funcionarios de la Registraduría, porque María no tenía documentos.

Entre los wayuus hay muchas fábulas alrededor de ella, muchas historias que Jaramillo desconocía antes de conocerla. Dicen que llegó en una embarcación, se bajó y se quedó ahí porque se enamoró de la playa. Dicen que estuvo casada con un hombre mucho mayor y que lo abandonó. Dicen que tiene una hija que vive en otro lugar. También dicen que ha perdido varios hijos. Sus huellas digitales, tomadas en la cueva, fueron a parar a la Registraduría de Bogotá y no aparecieron registradas. Lo único seguro es que no es wayuu, habla español y al parecer es venezolana, aunque todo el tiempo repita que es de Cúcuta. Con la investigación y el tiempo (algo más de dos años), Jaramillo trató de encontrar a su familia en Cúcuta: fueron dos detectives privados con fotografías, estuvieron casi tres meses visitando a todas las familias cucuteñas y nadie reconoció el rostro de María.

Por otro lado, a María no la quieren en La Guajira. Para los wayuu representa una amenaza, porque se adueñó de una de sus playas más lindas, que queda justamente junto a una montaña que para ellos es sagrada. Además, dicen que se roba cabritos recién nacidos y gallinas. “Una vez la aporrearon y la tiraron al basurero. Pero uno de los wayuu, el dueño de una de las rancherías, se la encontró en el basurero y me llamó. Casi se muere”. Ahora una amiga wayuu de Jaramillo, que es tejedora de mochilas y vive en el Cabo de la Vela, se encarga de llevarle pescado fresco y otros alimentos.

“Cuando le preguntan por su pasado, María se desconecta”. Un día, Jaramillo le contó que estaba buscando a su familia y que quería además construirle una casita de madera, porque en el día vive en la cueva, pero en las noches duerme en un cementerio. “Fue muy radical cuando dijo: ‘A mí no me gusta vivir encerrada’. Entendí que no la podía tocar, ni trasladar, y que tal vez estar encerrada en un lugar donde ella no quería estar hace parte de su pasado. Tal vez una clínica psiquiátrica, tal vez su propio hogar. Sea cual sea la razón, la idea le aterra. La conozco hace dos años y medio y no ha sido posible convencerla de que viva en otro lugar, ni saber con exactitud algo de su pasado. Es repetitiva, a veces nostálgica, pero no parece triste. Vive feliz, hay que respetar su estado, su mundo. Lo que le hacía falta tal vez era que la gente a su alrededor la dejara sola y entendiera que ella no es mala”.

Las fotos retratan el proceso de conocimiento (y reconocimiento) de la fotógrafa y María, y los intentos de ayuda que le brindó Jaramillo. Toda la muestra deja una pregunta en el aire, sugiere un dilema ético. Esto es, qué tanto una labor como la de Jaramillo irrumpe en una vida deliberadamente escogida, en un aislamiento decidido, en una distancia que, quizá, María no esperaba que rompieran. Nuestra visión de mundo nos impide imaginar maneras austeras de vivir la vida, que no son necesariamente sinónimo de pobreza o carencias, sino el resultado de una decisión que quizá no deberíamos contradecir. Sin embargo, hoy en día María es una mujer sana y bien nutrida, cosa que, pensamos los occidentales, parece ser lo correcto, lo ideal. ¿Hasta dónde llega la ayuda y dónde empieza la negación del otro y de su libertad? Ese es el dilema que plantean las fotos de Jaramillo en las que María es protagonista.

La exposición tiene un segundo tema y “Hay que hacer visible lo invisible” es su lema, por decirlo de alguna manera. Se trata del deterioro ambiental y la contaminación en La Guajira. A través de María, Delia Jaramillo quiere mostrar ese otro lado de la historia: la basura entre la que esta mujer y todos los guajiros andan viviendo. No es sólo culpa del turismo, también de los mismos habitantes de La Guajira y de los indígenas wayuus que, en su acercamiento al capitalismo occidental, no han sido educados (como muchos de nosotros) sobre los efectos de nuestro sistema económico en el ambiente. “En La Guajira no hay consciencia ambiental. Es hora de que empiece a haberla, y no sólo allí, sino en todo el país. Esta situación es tema de Estado”, dice Jaramillo. Por eso la exposición es una denuncia y un llamado para que los ciudadanos, y sobre todo el Estado y entidades privadas, ideen un plan que actúe en contra de la destrucción del medio ambiente en La Guajira, y en el resto de Colombia. “Es a quienes corresponde los que deben responsabilizarse por un proceso de concientización y capacitación, y que exista por fin un jardín para María”.

 

* saramalagonllano@gmail.com / @saramala17

Por Sara Malagón Llano

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