El Magazín Cultural
Publicidad

Un mágico recorrido artístico por La Candelaria

Barcú es la feria internacional de arte que se realiza en La Candelaria desde hace tres años. Nació con el objetivo de generar escenarios para expresiones de arte. Comenzó el 26 de octubre e irá hasta el 31, en el marco de la Semana del Arte en Bogotá.

Lucety Carreño Rojas
28 de octubre de 2016 - 12:33 a. m.
"Gato" de Federico Uribe. / Cortesia
"Gato" de Federico Uribe. / Cortesia

Eran la diez de la mañana cuando llegué al Barrio Egipto, en La Candelaria: el Centro Histórico y cultural de Bogotá. Tuve que esperar unos minutos. A las diez y media me presentaron a Christopher Paschall (director y creador de Barcú) y me dijeron que sería la persona que haría conmigo el recorrido. 

Me sugirió que iniciáramos en Egipto. Mientras caminábamos Paschall me iba hablando de lo que Barcú buscaba en ese sector: “unir a la gente y cruzar las barreras físicas y mentales”. Recuerdo bien sus palabras: viví en La Candelaria y escuchaba –y aún escucho- historias de gente que le daba miedo pasar por determinados sitios de la localidad. (Vea: Barcú, en La Candelaria el arte está por dentro)

Para iniciar el recorrido tuvimos que cruzar la Avenida Circunvalar y subir una cuadra y media. Paschall tocó la puerta de una casa con una linda fachada de color azul y puertas de madera marrón. En la pared decía Kabiros. Nos recibió el dueño de la casa y nos dijo que ese lugar antes eran muchas casas y él las construyó con un estilo colonial. Así descubrió que en el centro había un pozo que se alimentaba del agua de río San Agustín por lo que lo restauró y recuperó. También vimos la Casa Galería donde se harán dos exposiciones.

En Casa Kabiros se trabaja la forja y la fundición. La recorrimos toda. Nos permitió subir la torre que está en medio de la casa para ver la panorámica de la ciudad. Se veía maravillosa a pesar de que Bogotá siempre tiene una nube encima: como un guarda, con lluvia, con sol. Nunca se va. En esa casa nos demoramos un rato.
Bajé la mirada. Vi la plaza de mercado del barrio y empecé a tener algunos recuerdos de cuando era pequeña e iba con mis padres los domingos a comprar frutas y verduras. Supe, entonces, que ese recorrido me iba a hacer revivir el pasado.

Salimos. Seguimos al Taller de la Fundición y al entrar vi una puerta que tienen en forma de girasoles hechos con bronce. La observamos y detallamos antes de pasar al cuarto donde se moldea: dos mesas de madera larga, unas butacas, un radio, una estufa y figuras en yeso y cera. Mientras miraba me daba cuenta de lo asombroso que es el hombre cuando crea. De lo increíble. Me sentía como un niño descubriendo el mundo.

Presumo que ya eran cerca de las once y media cuando salimos del Taller de la Fundición. De nuevo debimos cruzar la avenida hasta llegar a la Casa Siam, una de color verde con beige y techos antiguos. Fue fantástico ver una casa colonial convertida por dentro en un escenario para el arte urbano contemporáneo. Allí reinan los graffitis –cada casa reclama el arte que quiere portar- de artistas extranjeros que dejan huella en La Candelaria.

Seguimos a la casa de al lado: la Casa Factoría. Todo el mundo iba de lado a lado con escaleras, martillos, taladros y otras herramientas para ultimar los detalles de la inauguración de la feria de arte. En todas las casas que visité tuve la misma sensación de asombro en diferentes conceptos, pero en todas primaba la gente haciendo arte.

Esta casa es el escenario para los ganadores del concurso Spotlight – el que busca dar a conocer el trabajo de artistas emergentes-  y para la música: en ese momento estaban en pruebas de sonido de Monsieur Periné. En la casa también había espacio para el cine y las noches Barcú. Paschall se veía efusivo y emocionado cuando me describía cada lugar y lo que sería Barcú durante los seis días de feria.

Empezamos a sentir el cansancio de caminar, lo habíamos hecho durante dos horas, por las catorce casas. Aunque son cercanas, agota la inmensidad de cada vivienda por dentro.

Al salir de Casa Factoría nos montamos en un carro muy curioso parecido a los que usan en el campo. Paschall lo conducía muy rápido y en cuestión de segundos, bajando por toda la Calle Novena, llegamos a un parqueadero. En el centro había una estructura gigante y varias personas la estaban limpiando. Le pregunté a Paschall, “Es para que los visitantes de Barcú hagan arte urbano”, me dijo, sobre la estructura pensada para que los visitantes pintaran y escribieran lo que les naciera.

Nos montamos de nuevo al carro. Llegamos a otro parqueadero. Mientras conducía Paschall contaba que ese lugar iba a ser para que graffiteros hicieran performance. Las paredes del lote estaban pintadas de negro y en un espacio estaba un graffiti con la cara de Jaime Garzón hecho por Cacerolo, uno de los artistas invitados a la feria. Algo hermoso en medio de un lugar en el que nadie se imaginaría que se pueden mezclar.

Cacerolo estaba ocupado acomodando unos cuadros que también iba a exhibir. Nos contó que pintó al Papa Francisco, a Hitler, a Mahatma Gandhi, a Pekérman, James Rodríguez, Frida Kahlo, Salvador Dalí y otras figuras públicas con una sonrisa similar a la del Guasón de Batman, porque buscaba reflejar una sonrisa sincera y no la que fingimos, por ejemplo, cuando nos toman una fotografía. Él, junto a su asistente, continuaron adecuando su espacio y nosotros proseguimos en nuestro circuito.

La siguiente casa decía Cicuta. Sus paredes eran verde oscuro con blanco y de estilo colonial. Escuché a alguien decir que ahí estaba ubicada la Panadería Francesa y era una casa más o menos de la década de 1600. Entramos y había mucha gente. Era la una de la tarde, pero el cielo gris daba la sensación de que eran las cinco. En todo el centro de la casa montaron un restaurante tipo romántico, acogedor, con bombillas, mesas de madera y flores color rosa en el centro.
Casa Cicuta fue el espacio elegido para 18 galerías nacionales e internacionales. Todos estaban en montaje. Entramos a la galería LGM y pudimos ver obras increíbles con papel, alfileres, fotografías e ilusión óptica.

Paschall iba de un lado al otro, coordinando, recibiendo llamadas y haciendo ajustes.  La gente no se quedaba quieta.

Al fondo de la casa había un salón grande con paredes pintadas de blanco y obras de arte de todo tipo y estilo. Al final estaban ubicadas las obras de Federico Uribe. Asombrosas. Quedé sin palabras. Colores y solapas de libros que formaban rostros, monedas que se unían para crear paisajes. Lo que más me impresionó fueron las balas, esas mismas que disparan y quitan vidas, un artista las juntó para hacer arte. Caminé por la exhibición y vi a una ardilla hecha de balas con una nuez –granada- en sus manos. Una exposición que invita al hombre a imaginar, a crear, a hacer, a ser, a soñar, a transmitir emociones y no a destruir, ni a quitar. A reflexionar.

Recorrimos lo que faltaba de la casa y por doquier vimos a galeristas y artistas colgando, quitando, acomodando y poniendo sus obras.

Durante el recorrido solo podía pensar en La Candelaria y en la cultura y el arte como herramienta para construir una mejor sociedad. Al abandonar Casa Cicuta era la una y media de la tarde. Decidimos cerrar el recorrido con una casa más.

Paschall se fue un momento. Ahí me detuve y fijé la mirada en la Calle Novena y vi a lo lejos el empedrado que queda entre las carreras Cuarta y Quinta. Ese era el lugar en el que estudié y transité a diario durante seis años. Recuerdos y momentos que se volvían más gratos al darme cuenta que hay muchas personas que, al igual que yo, aman La Candelaria y le apuestan a que sea un lugar al que la gente quiera ir, al que se una y no sienta miedo de recorrer.

Volvió Paschall y dijo que podíamos finalizar el circuito en Casa Ariza. Nos contó que era la casa del pintor Gonzalo Ariza y que ahí él se inspiraba con la vista que tenía desde la ventana de su estudio. Nos dijo, también, que sería el escenario para la parte gastronómica que ofrece Barcú. Ahí se van a mostrar obras del siglo XX y en el sótano Felix Antequera hará su performance Muchos viajes, la misma maleta, un relato acerca de los emigrantes.

Las casas que alcancé a visitar me dejaron anonadada y fascinada. Por cuestiones de tiempo no pude realizar el circuito completo pero es una invitación para que los visitantes a Barcú lo hagan.

El recorrido lo terminé a las dos y media de la tarde. Pude hacer catarsis y darme cuenta, como dice Mercedes Sosa, que “uno siempre vuelve a los lugares donde amó la vida”. Amo La Candelaria porque crecí, estudié, viví ahí y mi mamá también me inculcó el amor por este sector. Sus calles empedradas. Sus puertas de madera. Sus casas coloniales, gigantes, con solares y jardines. Sus iglesias e historias de próceres y fantasmas. Barcú no pudo escoger un mejor lugar en Bogotá para llenarlo de arte, música, cultura y gastronomía.
 

Por Lucety Carreño Rojas

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar