El Magazín Cultural

Un pueblo que anhela su derecho al olvido

Luisa Roa, artista y profesora de la Universidad Javeriana de Bogotá, presenta su exposición “Memoria de un proyecto inconcluso”, en la galería Lokkus de Medellín, hasta el 4 de marzo.

Maria Paula Lizarazo
20 de febrero de 2017 - 02:00 a. m.
Un pueblo que anhela su derecho al olvido

Este proyecto de “paisajes sonoros”, que se distingue como todas las propuestas de Roa porque el sonido y el dibujo son protagonistas, nació luego de un viaje a Bosnia y Herzegovina en el año 2012, como parte de su beca en la maestría de Arte Público en Alemania.

Durante febrero y hasta los primeros días de marzo, la galería Lokkus Arte Contemporáneo abre sus puertas para acercar a los espectadores a las marcas que dejaron tantas guerras en el territorio de la antigua Yugoslavia, que en los atlas actuales ya no está dibujada; una mezcla de nostalgia y ritualidad. La apuesta es un recorrido entre murales de tela en los que aparecen mapas antiguos de Europa que incluyen a Yugoslavia, junto al sonido impositor del azha (el llamado al salat, es decir, el llamado a lo que sería la oración en términos cristianos), lo que obedece al arte contemporáneo, es decir, arte que surge de la historia inmediata, y al interés de la galería de trabajar con artistas cuyas obras sean de temas coyunturales y políticos.

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Suena el azha.

Una melodía que corre hasta el último rincón de un territorio dividido por la fe musulmana y la católica ortodoxa. En el mapa: Mostar y Sarajevo, respectivamente.

Suena el azha.

Ese sonido que no conoce fronteras y no es precavido de no ser escuchado en los dominios católicos.

Suena el azha.

Y, entonces, pasa de ser actor a ser espectador…

… Allí los objetos no tienen un mismo destino, nada asegura que llegarán a un botadero de Doña Juana. Más bien acaban en cualquier esquina haciendo parte de la identidad de la ciudad. Llega una artista, entreteje una fe con la otra, reubicando objetos que encontró por ahí. Revoluciona la cartografía imaginaria, pues en ese lugar nadie pasa de lado a lado, el límite entre musulmanes y católicos se ha vuelto inconsciente, es como si no compartiesen un pasado y siempre hubiese sido así, quizás, entonces, sea esa una manifestación de su anhelo por el olvido. Pero la tabla, la piedra, la sábana, el rollo de película y la sombrilla, aparentemente inservibles, a través del silencio de la anomalía transformaron y dieron una resignificación a Bosnia y Herzegovina: simbolizaron la pertenencia a una misma historia, una misma Yugoslavia, y contrarrestaron la oposición de dos religiones que terminaron por fragmentar dicho pasado.

Al pasar los días, dichos objetos fueron robados de sus nuevas instalaciones. Habló el dolor de la guerra, esa que trajo consigo la fragmentación, fue una manifestación de la gente: pidieron respeto por su derecho al olvido.

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De esa experiencia y las conversaciones entre Roa y un gran amigo que conoció en el viaje surgió la idea de Memoria de un proyecto inconcluso. Al no tener filtros ni dolores para ver la realidad actual de Bosnia y Herzegovina, un país que vive en las ruinas de las guerras y no las ha vuelto objeto de museo, la artista quiso rendir homenaje a Yugoslavia, antiguo lugar que se resistió mucho tiempo a la división pero se cansó de ello.

Así pues, este homenaje se representa con los mapas antiguos que recuerdan a Yugoslavia como nación, el sonido del azha que recorre todo ese territorio y las fotografías que quedaron de la reubicación de los cinco objetos, como el recuerdo del tejido imaginario que hizo Roa entre territorios que anhelan olvidar.

Por Maria Paula Lizarazo

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