El Magazín Cultural
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Un retrato de Julieth Restrepo

La actriz paisa habla de su carrera actoral, de sus nuevos proyectos y de cómo su familia es el motor de su vida.

Jessica Leguizamón
08 de agosto de 2015 - 03:43 a. m.
Cristian Garavito / El Espectador
Cristian Garavito / El Espectador

Julieth Restrepo es una actriz de contrastes, de pelo corto y rojo o largo y oscuro. Interpreta mujeres elegantes y con mucho maquillaje y mujeres humildes con la cara lavada por las lágrimas. Es una actriz camaleónica y cada vez que sale en la pantalla se puede ver cómo les da vida a diversos personajes que sólo tienen en común unos grandes ojos oscuros, rasgados en la punta, que siempre dejan ver el brillo de la artista.
 
Detrás de cámaras no usa mucho maquillaje, sonríe bastante y aún se puede percibir un poco de acento paisa. Habla mucho de Medellín, su ciudad natal, y de cómo empezó a soñar con ser actriz. Dice que siempre tuvo “el bichito de la actuación” y cuando a los 13 años entró a la Universidad de Antioquia a estudiar artes escénicas, alternando con sus clases en el colegio, descubrió que actuar le gustaba mucho más de la cuenta y lo asumió como un hobby, sin pensar que algún día podría vivir de eso.
 
Aunque siempre escuchaba que tenía que emprender una carrera “seria”, sus padres la apoyaron con el proyecto de la actuación. Su padre la llevaba a las clases.
 
Al salir del colegio siguió haciendo teatro y estudió dos años en el Teatro Popular de Medellín. Se enteró de una audición para la película Al final del espectro y quedó seleccionada; ese fue uno de los momentos más felices de su vida. Su madre la llamó al almacén de ropa en el que trabajaba en Medellín a contarle que había quedado. No podían parar de llorar. Al año viajó a Bogotá a grabar. Desde entonces lleva nueve años y medio en la capital. Asegura que con esa película reafirmó su deseo de convertirse en actriz y la convicción que tenía dentro de ella, pero que tenía miedo de aceptar.
 
En Medellín trabajó vendiendo ropa, haciendo botones publicitarios y carnés de colegio, y al llegar a Bogotá trabajó como asistente de vestuario y como modelo de comerciales, pero siempre buscando ser actriz.
 
De niña soñaba con ser maestra y encuentra gracioso descubrir que su personaje actual, Laura Montoya, lo es.
 
No es tan católica aunque cree en Dios. Su familia es su motor y por ella busca realizar sus sueños: seguir actuando, conquistar nuevos retos, reinventarse y un día ser madre, aunque por ahora esté concentrada en su carrera actoral y en los primeros pasos que está dando como productora con el corto La Vía Láctea, que se estrenará el próximo año. Ese tipo de proyectos que le permiten opinar, ser arte y parte, la satisfacen mucho y le proponen nuevos retos.
 
La Vía Láctea es un corto de ficción infantil que retrata el acontecer en el campo. Es una historia muy cercana, llena de imaginación. El protagonista es un niño de ocho años que ella y el equipo de producción descubrieron en Chía.
 
Afirma que este es un paso muy grande para ella, ya que trabajar como actriz y como productora a la vez le genera muchas ganas de hacer más y de conquistar nuevos retos.
 
Descubrió que quería ser productora cuando vio en este proyecto sencillez y belleza y notó que, con poca ambición, tenía muchas ganas de contar una nueva historia.
 
Como actriz siempre había tenido curiosidad por saber qué sucedía tras escena. Y afirma que, como dice el también actor Sebastián Aragón, las cosas no hay que decirlas sino hacerlas, por eso está produciendo.
 
Trata de estar muy abierta a la crítica y busca ser honesta con su trabajo, por eso espera que la gente sea honesta con ella. Escucha y absorbe para la construcción de sus nuevos proyectos. La principal crítica de su trabajo y la única que responde por él es ella misma, aunque no le gusta mucho verse en la pantalla, pues se da muy duro, afirma. “El día que deje de criticarme muero como actriz”.
 
Sus papás fueron extras en la producción de Laura, la santa colombiana y para ella fue muy bonito compartir esa experiencia con ellos. “Esos regalos son muy felices”, cuenta mientras sonríe.
 
La hace inmensamente feliz su familia y estar enamorada y plenamente correspondida. Está atravesando por un momento ideal, rodeada de amor. No está preocupada sino agradecida por poder hacer su trabajo. Ya no se siente presionada ni con deseos de tener algún personaje, como hace algunos años. Le da miedo la muerte y que traiga consigo el momento de despedirse de los que ama. Odia el egoísmo de la gente, se siente decepcionada cuando las decisiones egoístas les hacen daño a los demás.
 
Su lugar favorito es su casa en Medellín: un primer piso largo con la sala a la izquierda y después están los cuartos. Es una casa bien iluminada, de paredes blancas y algunas amarillas, con dos patios, una hamaca y cuadros de su suegra, que es artista, como lo describe con un gesto de nostalgia y felicidad a la vez.
 
Afirma que allí es feliz con sus papás. La casa fue un regalo que pudo hacer a sus padres gracias a su trabajo y por esto es un lugar lleno de amor, tranquilidad y felicidad. Es su rincón favorito, con el clima perfecto, la luz del sol entrando por la ventana y entibiando el ambiente. 
 
En Medellín su rutina es encerrarse en la casa, comer, dormir, ver televisión con sus papás. Hace lo que no puede en Bogotá. Descansa, que es lo más preciado para ella. 
 
Su comida favorita es la bandeja paisa que prepara su mamá, junto con el postre casero de limón con galletas Macarena en la base. En los ratos libres va a cine, duerme, le gustan las series de televisión. En un solo día ve una temporada entera. Le gusta salir a comer con sus amigos, ir a teatro, disfruta los planes tranquilos que le alimentan el alma.
 
Escucha música en el carro: Calle 13, Adele, Bomba Estéreo, Jorge Drexler. Aunque no se casa con ningún ritmo, la música se ha vuelto una parte importante de su vida.
 
Siente que la actuación no la ha cambiado. Tiene las mismas prioridades. Ser feliz, su familia, hacer lo que le gusta y no molestar a nadie.
 
Fue scout. Siempre ha estado muy ocupada trabajando y estudiando. Es muy casera, y aunque ha cambiado su rutina con eventos, estrenos y entrevistas, sigue siendo la misma y no espera cambiar ni dejar de ser lo que es.
 
El oficio de la actuación, aunque es especial, no cree que la haga diferente. Sigue con los pies sobre la tierra.
 
Al preguntarle qué es lo más bonito que le ha dejado la actuación hace una pausa y dice que se llena de emoción, pues actuar le ha permitido conocerse a sí misma y descubrir que es una mujer arriesgada, que no tiene miedo de tomar decisiones que le cambien la vida. Es más sensible y ha conocido gente que ha llegado a su vida para quedarse y le ha dado grandes lecciones para vivir.
 
Su mayor cualidad es la persistencia. Es dedicada, juiciosa, disciplinada. Su mayor defecto es la impaciencia; es ansiosa y no lo puede controlar.
El recuerdo más bonito de su infancia es el amor, vivir rodeada de él.
 
Recuerda que se sintió inmensamente feliz cuando se ganó el premio de cinematografía nacional por su trabajo en la película Al final del espectro. Dice que ese momento es imborrable, pues era la recompensa no sólo de su trabajo sino del arduo esfuerzo de sus padres.
 
La entristecen las despedidas. Decirles adiós a sus padres cada vez que parte de Medellín es lo más duro, porque no sabe cuándo puede regresar de nuevo a su hogar.
 
Es muy llorona. Llora por lo bueno, por lo malo y vive feliz y agradecida. Colecciona agendas y postales. Julieth Restrepo es sensible, o eso dice. Sonríe a menudo, le brillan los ojos cuando habla de lo que le gusta y se le inundan cuando habla de lo que la entristece. Es entusiasta y auténtica, enamorada de su familia, perseverante y consciente de la importancia de su trabajo.

Por Jessica Leguizamón

 

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