El Magazín Cultural
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Una “femme fatale” llamada Salomé

Mirada al personaje que se inventó Oscar Wilde y que Richard Strauss inmortalizó en una ópera que nos habla de los más oscuros deseos. Del 16 al 20 de febrero en el Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo.

Teatropedia *
14 de febrero de 2016 - 02:00 a. m.

Hay algo profundamente cercano en la figura de Salomé. Puede que nos remita a ese personaje bíblico tan cargado de violencia que se atrevió a pedir la cabeza de Juan el Bautista en una bandeja de plata por el capricho de no haberlo podido tener en vida. O que nos recuerde esa danza seductora de los siete velos antes de su macabra exigencia. Sin embargo, detrás de esa historia hay mucho más de nosotros mismos de lo que estaríamos dispuestos a aceptar.

Porque, ¿no ha visto usted un hombre que se casa con la esposa de su hermano? ¿O no conoce a algún padrastro que ha deseado en silencio a su hijastra? ¿O a una esposa que, de la pura frustración y la rabia, “pide la cabeza” de quien le causó su desdicha? ¿O quizá un joven enamorado al que no le corresponden su amor y termina, por ello, matándose? Y, para no ir más lejos, ¿no ha visto usted esa voz que se otorga el papel de conciencia moral y grita a los cuatro vientos qué está bien y qué está mal?

Estos son, a fin de cuentas, los ingredientes del argumento de Salomé, un relato tan vívido y poderoso que Oscar Wilde publicó en 1894 su propia versión en una obra de teatro que fue todo un escándalo en la puritana Inglaterra victoriana.

Basta recordar que él mismo estaba viviendo su propio infierno al haber sido encarcelado por sodomía. Castigado por su misma clase, la más elegante de la aristocracia devota de su pudorosa reina, pareciera que trasladó en su protagonista el desprecio que él mismo estaba padeciendo. Porque esta Salomé, la que hoy todos vemos con un fascinado terror, lo transgredió todo al besar con ciego desenfreno la cabeza del Bautista, ese hombre que nunca cedió a sus encantos. Y la condenó a muerte.

Imposibles

Wilde tenía grandes referentes a la hora de empezar a escribir su obra en un acto. Se había inspirado en tan potentes imágenes como la pintura de Gustave Moreau en la cual la cabeza de Jokanaan (el Bautista) casi flota en el aire rodeada de una brillante aura, así como de los libros de Flaubert o Huysmans, que ya se habían encargado de traer a su tiempo a esta desalmada mujer. Pero ninguno había dado tanto en el blanco como él a lo que verdaderamente había detrás del relato: la naturaleza del deseo.

Intentemos ponernos en esa época. El recato de las mujeres era una exigencia de dominación cultural y cualquier manifestación fuera de los “estándares de la decencia” era mal vista. Como fue mal visto que diversos grupos de mujeres empezaran a organizarse en un incipiente brote de feminismo que buscaba igualarlas en materia de derechos.

¿Cómo no intentarlo si corrían los tiempos de la Revolución industrial y el darwinismo intentaba convencer de que el origen del hombre no era un milagro divino? Pero su impulso tenía grandes detractores. Por un lado, un moralismo llevado al punto de que el papa Pío IX, el 8 de diciembre de 1854 (hoy el conocido Día de las Velitas) proclamó a través de una bula la concepción inmaculada de la Virgen María, mandando un mensaje determinante al pueblo católico y sobre todo a sus mujeres. Y, por el otro, un asesino suelto que la historia bautizó como Jack el Destripador y que corría en busca de mujeres “impuras”. Además, en Viena, un actor más irrumpiría en este escenario: Sigmund Freud. Sobre su diván empezaban a aparecer mujeres cuyas patologías estaban asociadas al deseo y la sexualidad que en su momento fueron definidas desde la histeria y que lo llevaron a preguntarse qué quiere la mujer.

¿Qué hizo Wilde que resultó tan brillante? Puso en escena, en un tiempo imposible, a una mujer perfectamente sensual que encarnaba el deseo llevado a la locura. Basta ver las ilustraciones que Aubrey Beardsley hizo para su obra, a la manera del más sofisticado art nouveau, para encontrarse con una Salomé de profundos ojos negros y a la que le cabían los más oscuros pensamientos. Revela las honduras de la pasión y las lleva al extremo del delirio cuando no obtiene lo que quiere. Presenta a una mujer símil de aquellos a los que se rechaza, pero a quienes les resulta intolerable tal rechazo, al punto que “piden cabezas”. Tales sentimientos, expresados desde la voz de un personaje dominado como las mujeres de ese entonces, era una extravagancia digna de alguien que necesitaba gritar unas cuantas verdades sobre el estado de las cosas.

Y como para un escándalo otro igual, sólo faltaba que Richard Strauss se enamorara del guión para inmortalizarlo en la ópera que aún hoy nos convoca. El compositor alemán, quien dirigió su obra, se presentó en París en 1905 y la puesta en escena lo rompió todo, tanto en sonido como en forma. Lo abuchearon pero, igualmente seducidos, nunca antes había habido tanto interés del público por ver la obra prohibida. La Met de Nueva York la vetó, a Viena no la dejaron llegar y cada rechazo le daba un mayor halo de misterio a quien sería la encarnación de la femme fatale.

—¡Ah! He besado tu boca, Jokanaan. ¡Ah! He besado tu boca; había en tus labios un sabor amargo. ¿Sería sabor a sangre? No. Acaso supiese a amor… Dicen que el amor tiene un sabor amargo… Pero ¿qué más da?, ¿qué más da? He besado tu boca, Jokanaan. He besado tu boca —cantaba Salomé minutos antes de morir. Perdida en la cabeza de su amado, sangrante. Perdida de ella misma.

Insaciable

Más de un siglo después y con las batallas del feminismo aún en pleno desarrollo, cabe preguntarse qué aprendimos de esos años en que una obra encarnó la terrible amenaza que significaba ser mujer —que para el propósito de su creador significaba también ser homosexual—. Tanto, pero tan poco también. Wilde pintó un estereotipo quizá con el ánimo de derribarlo o al menos de exponerlo y, aunque claro que esa idea de ser mujer se ha complejizado, aún persisten ciertas formas. Sharon Stone, Kim Bassinger, Katleen Turner o Angelina Jolie, por nombrar unas pocas, han encarnado a las femmes fatales, a las preciosas malas del cine hollywoodense, y podrían representar lo que de Salomé nos queda para el presente: la insaciabilidad. No soportan no tener lo que desean y hacen lo que sea necesario para cumplirse a ellas mismas, como su reto personal. Porque de lo que se trata el juego es de hacer caer en tentación… y nunca librarnos del mal. Hasta que aparece la barrera moral de quien se cree con el derecho de imponer un límite. Pese a que el límite sea cada día más ambiguo...

No obstante, no son sólo mujeres con sus cantos de sirena las que atraen a los hombres para que luego sean “descabezados”. Salomé presenta, en un plano más hondo, uno de los grandes problemas de la actualidad: el consumismo. El hombre parece nunca estar satisfecho y necesitar el último de los gadgets, por no decir la compra imparable del afecto, so pena de sentirse excluido o aún más solo. Con éste vienen el derroche y el desperdicio de comida y la “grieta” a lo Doris Salcedo, que cada vez es más grande entre ricos y pobres.

Pese a todo lo que hemos visto en materia de naturaleza humana desde que se estrenó la ópera a comienzos del siglo XX, los ricos siguen queriendo más, por lo menos algunos, y los pobres también, aunque se mueran en el intento. Lo que finalmente es un destino fatal, porque la obesidad, por ejemplo, termina siendo una enfermedad que trae muchos problemas. Y a veces la gente come y come, sin fin, o compra y compra, también sin fin —porque, además, ahora las tarjetas de crédito prestan sin fin— como si realmente necesitáramos todo eso que dicen que necesitamos. Es simplemente una manifestación de eso que representa tan claramente Salomé: la incapacidad de tolerar la frustración.

Pero no sólo es muerte o desgracia, es también deseo profundo, es erotismo y es excitación. Es objeto sexual y es un reinado de belleza. Es goce y placer en su mejor expresión, es la expresión total de la mujer sensual, rompedora de todos los moldes. La mujer que muchas mujeres quieren ser: bonita, atractiva y poderosa, con decisión. Dejando a los hombres en un lejano segundo plano, envidiosos de tanta hormona empoderada. Miedosos de que una melena los “descabece”. Pero esa es otra historia.

* Teatropedia es un proyecto educativo del Teatro Mayor Julio Mario Santo Domingo en pro de la formación de públicos en temas culturales. Más información en www.teatromayor.org.

Por Teatropedia *

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