El Magazín Cultural
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Una noche de satisfacción

—¿Belgrano o San Martín? —No sé… ¿Bolívar o Santander?

Jaime Andrés Monsalve B. *
10 de marzo de 2016 - 04:10 a. m.
Archivo El Espectador. / Archivo El Espectador.
Archivo El Espectador. / Archivo El Espectador.

Al momento de la pregunta mi único interés era que me confirmaran por fin la compra de las entradas, luego de 40 minutos de llamada a larga distancia a un operador de conciertos en Buenos Aires. Como era de suponerse, la red colapsó tan pronto se inició la venta, y la única posibilidad, después de una noche horrible de sueños en que las boletas se esfumaban, consistía en despertar a las 6:00 a.m., en horario argentino, para intentar la compra telefónica tan pronto habilitaran el servicio.

Aquella remisión a los próceres australes resultó no ser un detalle menor. “Hombre, no sé… San Martín”, elegí en su momento. No sabía yo que las localidades no numeradas en las graderías que daban a avenida San Martín recibían de frente, hasta muy entradas las 8:00 p.m., el fatídico sol de un inclemente verano porteño que superaba los 35 grados el martes 21 de febrero de 2006. Mientras, quienes ocupaban la localidad sobre la calle Belgrano, justo al frente, estaban amparados por una sombra benévola.

Dos horas después de haber llegado estábamos listos para aprovechar la oportunidad final de ver en vivo a las bestias antediluvianas del rock. Es que se puede ser toda una Satánica Majestad, pero llega un momento en que los años tiran y, seguramente, cuando la curva va en declive querrás aprovechar para pasarla en familia, o disfrutar de la fortuna que has amasado en 45 años de carrera. Había que dar las gracias por este chance que no se repetiría.

Si entonces era un regalo que le hacían al público, verlos ahora, diez años después de aquello, es inaudito. ¿No sienten ustedes, como yo, que esta visita que harán es como una especie de regalo exagerado de la Providencia? Oyes que los Rolling Stones vienen a Colombia: ¿no sientes que nos engañaban cuando cantaban aquello de que “you can’t always get what you want”?

En aquel momento, en todo caso, era la última opción. La llegada temprana al Monumental de River nos permitió vivir de primera mano la experiencia de alternar con el autodenominado mejor público Stone del mundo. También pudimos estar presentes para ver en escena agrupaciones locales: La 25, Las Pelotas y Los Piojos. Cada una dejó clara la honda influencia de los londinenses en su estética y repertorio. Desde ese momento ya la masa rolinga empezaba a corear, y la enorme lengua que coronaba el escenario del A Bigger Bang Tour, diseño de Mark Fisher, se volvía un elemento más al ser comparada con el público, que al son de “ohhh, vamos, los Stones… Los Stones, los Stones, vamos, los Stones”, y otros cantos de barra, venía a ser algo así como un quinto Stone de 60.000 cabezas.

El sol por fin empezó a caer pasadas las 9:00. Y muy a las 10 se iniciaba la magia.

Como si el tiempo no hubiera pasado nunca, un Mick Jagger de caderas bamboleantes hacía su entrada a escena con la poderosa Jumpin’ Jack Flash. Algunas palabras afectuosas en un español afectado (“pasaron ocho años… Los extrañamos”, Jagger dixit) le dieron paso luego a otro clásico, It’s Only Rock’n’Roll. Poco antes, el bueno de Jagger había echado un ojo a los asistentes en gramilla para decirles, asombrado: “¡Están igual!”. A su vera, un siempre alegre Ron Wood en guitarra, un inconmovible Charlie Watts, recuperado de un cáncer, tras la batería, y un Keith Richards que con las seis cuerdas pasó de la risa de soslayo al asombro y a la caída de rodillas luego de cinco minutos de ovación. “¿Y ahora qué hago?”, fue lo único que apuntó a decir.

Por razones estacionarias y de energía, el calor fue la constante en la primera de dos presentaciones de la banda en la capital argentina. Tanto que Jagger soltó una promesa que varias y varios se querían tomar en serio: “Vamos a ducharnos todos juntos más tarde”. El repertorio Stone prosiguió con temas del álbum de estreno de ese momento, A Bigger Bang, y los ineludibles Miss You, Brown Sugar y Sympathy for the Devil. Hubo espacio para recordar a un recién fallecido Ray Charles con su Night Time (Is the Right Time) y, no podía ser de otra manera, para el cierre fuegos artificiales y, de fondo, Satisfaction.

Hoy son los Rolling Stones una diáspora al revés que aún se antoja increíble. Y esta vez, a diferencia de hace diez años, tengo fe en que el milagro se repetirá, eternos como son.

* Director Musical Radio Nacional.

Por Jaime Andrés Monsalve B. *

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