El Magazín Cultural
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Una plataforma de arte y conflicto

Oropéndola, que hoy está de relanzamiento, es un archivo digital que recopila obras sobre el conflicto. Espera convertirse en un componente web del futuro Museo Nacional de Memoria Histórica.

Sara Malagón Llano
17 de julio de 2015 - 03:15 a. m.

A finales de 2013 la artista Manuela Ochoa, editora e investigadora de Oropéndola, le planteó a Verdad Abierta el proyecto de un archivo virtual que reuniera iniciativas artísticas de víctimas del conflicto armado y trabajos de artistas profesionales que han reflexionado sobre la violencia en Colombia desde los años 90 hasta el presente; una plataforma web que documentara, contextualizara y revelara los procesos simbólicos que han surgido en medio de la tragedia en todo el territorio nacional en las últimas décadas. Ochoa invitó a otro artista, Camilo Leyva, para que trabajara como coinvestigador. Juntos le presentaron el proyecto al Centro Nacional de Memoria Histórica. Gracias a las gestiones de una de las primeras interesadas, María Teresa Ronderos, Oropéndola recibió el año pasado un dinero para desarrollar la página, con el fin de que funcione como un complemento de la información que está recopilando el Centro Nacional de Memoria, con énfasis en el trabajo que se hará para crear el Museo Nacional de Memoria Histórica. El ente administrador es la Fundación Ideas para la Paz.

Oropéndola es una plataforma horizontal en la cual no se hacen distinciones entre las obras de los artistas profesionales y las de las víctimas. La idea es ambiciosa porque no sólo reúne obras de artes plásticas, sino también danza, teatro, música y audiovisual. El año pasado recopiló 100 iniciativas, de las cuales hay 42 publicadas, y espera recibir la base de datos de todas las convocatorias que ha hecho el Museo de la Memoria, que ha premiado y acompañado procesos de comunidades.

Hoy Oropéndola está en una especie de relanzamiento. Desde hoy hará una publicación semanal, como venía procurando hacer desde octubre 14, fecha en la que la página se lanzó oficialmente con un conversatorio durante la Semana de la Memoria. Hablamos con Camilo Leyva, quien espera que con este segundo lanzamiento se puedan hacer alianzas con otras entidades. El otro objetivo de este segundo convenio es consolidar un público que, en principio, se espera que sea de jóvenes interesados en la cultura y el arte, para luego (conforme vaya creciendo la plataforma) tratar de llegar a otras esferas. El último fin es que el sitio llegue a ser parte del componente virtual de lo que será el Museo Nacional de Memoria Histórica, se convierta en un producto virtual del museo, que se ubicará en un predio de la calle 26, en el que será el Eje de la Memoria. Como el museo aún no existe, este proyecto es ventajoso en tanto que intentará rastrear la forma como el público interactúa con las obras. “Estamos planeando incluir una especie de entrevistas básicas en la página para ver cómo responde la gente a tal entrada o tal otra. El Centro de Memoria ve en la página una especie de piloto virtual de lo que podría llegar a pasar en un espacio físico dedicado a la memoria”.

¿Por qué trabajar en un proyecto como este?

Me interesa entender otro tipo de procesos del arte profesional y de las manifestaciones artísticas de comunidades víctimas de la violencia, que se expresan a través de lo simbólico.

¿Por qué Verdad Abierta?

Porque Manuela Ochoa había trabajado con ellos y porque Verdad Abierta estaba desarrollando con el Centro proyectos como Rutas del conflicto, que es una aplicación que sigue el rastro del conflicto armado a través de 700 masacres desde el año 82.

¿Por qué el nombre?

Queríamos un nombre sonoro y simbólico. La oropéndola es un pájaro que está en casi todo el territorio nacional, conocido como mochilero por el nido que construye. Está en el río Cauca, por ejemplo, que ha sido eje de la violencia. De hecho, en la obra Treno, de Clemencia Echeverri, se oye el canto de la oropéndola, que es muy particular. Este pájaro de pecho amarillo se confunde con el sol cuando coge vuelo, como una víctima que puede trascender.

Las obras se organizan por categorías. Algunas son muy claras, otras no tanto. ¿Por qué algunas piezas, por ejemplo, están en la de “resistencia”, si al fin y al cabo todas las obras son un acto de resistencia?

Estamos justamente en un proceso de replanteamiento de las nueve categorías que existen ahora. Habría que simplificarlas o explicar qué queremos decir cuando hablamos de “transformación” y porqué las obras de esa categoría están relacionadas con ese concepto. Queremos ser más concretos, más claros, porque queremos llegarles a todos.

¿Cómo llegan a las obras de las víctimas?

A través de las investigaciones del Centro de Memoria, añadiendo un par de cosas con las que nos hemos cruzado nosotros.

¿Cómo es el trabajo con las víctimas?

Manuela Ochoa y yo viajamos el año pasado para ir a ver el Teatro por la Paz de Tumaco, una de las iniciativas más poderosas. Fuimos a grabar una de las obras.

¿Este grupo específico, por ejemplo, cómo se organizó?

 

A través de la diócesis de Tumaco, con cooperación internacional, el apoyo de una agencia católica alemana. En este caso fue un agente externo el que empezó a organizarlos, pero con mucha sinergia de la comunidad, el trabajo de la diócesis de Tumaco y el espacio de la memoria que ya existe allí. Hay muchos esfuerzos de las diócesis en general. Es impresionante cómo trabaja la Iglesia con las comunidades, cómo organiza a la gente. Otra iniciativa interesante es la de Magdalenas por el Cauca, un proyecto de Yorlady Ruiz y Gabriel Posada, un artista autodidacta que trabajaba pintando los viejos afiches de cine, de la promoción de las películas. Luego empezó a trabajar con las víctimas de Trujillo. Las madres de las víctimas pintan unas pancartas gigantescas que retratan a sus desaparecidos y las mandan en unas balsas por el río Cauca, en un acto conmemorativo. Ese proyecto, por ejemplo, vino del artista mismo.

¿Esta página se concibe más como un archivo o un museo en línea?

En este momento lo llamamos archivo digital, porque no es la voz del Estado. Se financia con dinero público, pero es un proyecto que está curado por Manuela Ochoa y yo y tiene un enfoque que por ahora no coincide necesariamente con la política del Estado.

Pero ¿cuál será entonces la relación entre esta plataforma y el futuro Museo Nacional de Memoria Histórica?

Eso es lo que estamos tratando de entrever. Se está estructurando y se está dando forma, de una manera incipiente, a la pregunta de qué se quiere hacer finalmente en ese museo. Yo creo que será una herramienta de consulta y difusión de las iniciativas y de lo que haga el museo, conservando el archivo que estamos construyendo y por el hecho de incluir la obra de los artistas nacionales alrededor del conflicto, cosa que aún no había hecho el museo distrital; meter a Miguel Ángel Rojas, a Doris Salcedo, para llamar sobre el hecho de que los artistas están pensando en el conflicto desde su posición, desde su quehacer, desde el arte. Esta plataforma les da visibilidad a artistas que han trabajado el tema desde los 90 y que de alguna manera han llevado la reflexión, desde el arte, al ámbito internacional.

¿La representación artística efectivamente reconstruye el tejido social? ¿Logra reparar?

Creo que el arte hace evidentes otros tipos de procesos que no siempre son visibles y que no se pueden lograr de otra manera. Lo vemos en el teatro de Tumaco, en todos los colectivos de arte del país, en las canciones que componen los campesinos… Así también se ve el país. En la Costa componen vallenatos; en los Montes de María, bullerengues… hacen lo propio. Lo que sale del alma. Este proyecto me ha hecho verificar que el arte aquí también funciona. Puede que no sea una solución formal sofisticada, pero en estas condiciones límite permite unos proceso increíbles de reparación, de sanación, de construcción de relatos colectivos. Las tejedoras, por ejemplo, se cuentan las historias de sus experiencias terribles sólo cuando están en el círculo de tejedoras, como en una especie de ritual o terapia, porque ellas afuera no pueden hablar. Igual el teatro de Tumaco. Basándose en los informes de la diócesis de Tumaco, en medio de la obra van creando símbolos y van denunciando, diciendo en voz alta lo que reportan esos informes, y eso no se atreven a hacerlo cuando no están en el personaje. Con nosotros, por ejemplo, no se atrevían a hacerlo. Ellas mismas lo dicen: el teatro nos da el poder de hablar en público, en la iglesia, al frente de todo el pueblo.

(Visite la página de Oropéndola: arte y conflicto en este enlace)

Por Sara Malagón Llano

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