¿Cuáles fueron las obras más importantes en su formación literaria?
Considero la formación poética como una formación global donde me han influido desde los cuentos infantiles o los mitos clásicos, pasando por los ensayos sobre teoría poética, los aforismos y las novelas, hasta la obra de muchos poetas. Entre estos creo que mi formación se ha de dividir en dos etapas (sin descartar que pueda empezar otra más, pues la obra es siempre una obra en curso): en la primera me influyeron especialmente poetas centroeuropeos como Rilke, Ives Bonnefoy, Paul Celan o Dylan Thomas y también de forma destacada la poesía de Alejandra Pizarnik entre otras, pero también grandes novelas del siglo XX; sin embargo, una segunda vena poética surgió para cuajar enteramente en mi libro Tuvimos, publicado en 2013, esto es, la influencia de las poetas en lengua inglesa, destacadamente norteamericanas y canadienses. Entre las canadienses, Anne Michaels o Margaret Atwood principalmente. Entre las norteamericanas, Elizabeth Bishop en primer lugar y a Djuna Barnes, pero también voces más jóvenes como Sharon Olds, Tess Gallagher, Maura Stanton, Adrienne Rich, Mary Jo Bang o Linda Pastan, muchas de ellas traducidas por mí en colaboración.
En general me interesa toda la poesía escrita por mujeres, puesto que he aceptado la especial afinidad que une a esta poesía. Entiéndase que hablo de poesía escrita por mujeres y no de poesía femenina como se entendía antiguamente, esto es, la poesía que sólo trataba de temas femeninos. Porque la poesía escrita por mujeres ha inaugurado una sensibilidad y miradas nuevas sobre el mundo que se traduce en una nueva percepción del mismo y de la que solo hemos leído los comienzos. Dice Sharon Olds en un poema: “Mirar, mirar, mirar (...) la tierra, / como si esta fuera mi forma personal / de tener alma”.
Luego de muchos años de labores poéticas, ¿cuáles son los ingredientes que usted cree debe tener un buen poema?
En esto estoy de acuerdo con los tres ingredientes básicos para escribir poesía que enumeraba la poeta norteamericana Elizabeth Bishop: Precisión, esto es, encontrar a cada momento la palabra adecuada que concrete lo que se quiere decir. Aparente sencillez, que solo se consigue, paradójicamente, después de un elaborado trabajo de corrección. Misterio o final abierto, esto es, dejar algo a la imaginación del lector.
Yo añadiría como algo fundamental en nuestros días el dejar que el poema, y todavía más el libro de poemas, se sedimente, pues solo con tiempo se acaba de completar un libro.
Además de poeta, usted es traductora, ¿cómo se nutren mutuamente ambos oficios?
En cuanto al tema de la traducción, aunque lo ideal sería leer a cada poeta en su lengua vernácula, lo cierto es que es un imposible. Por tanto, para conocer la obra de otros poetas con los que no compartimos idioma, la labor del traductor es fundamental y, en cierto modo, incluso fundacional. En mi poesía ha sido básica la traducción de las poetas norteamericanas de la segunda mitad del siglo pasado y de las actuales, de las que me he nutrido y a quienes he ayudado a introducir en España.
Creo además que a la tradición poética de un país deberían sumarse a los poetas nacionales aquellos poetas internacionales que han influido en los primeros. Al fin y al cabo los escritores formamos un Meridiano –como decía Paul Celan– que pasa por todos nosotros y que forma nuestra verdadera patria.
En líneas generales, ¿cuáles es la actualidad de la poesía en su país natal? ¿Qué voces rescata?
La pregunta es realmente difícil de responder en estos momentos políticos especialmente delicados, puesto que no puedo hablar de un país de origen, sino de dos países: España y Cataluña. En España una escritora catalana por lo general es poco tenida en cuenta, escriba en catalán o en castellano, aunque he de confesar que no es ese mi caso; en Cataluña por contra una poeta catalana que escriba en castellano es ignorada por las instituciones. En ambos, la poesía está muy viva, pero especialmente la poesía escrita por mujeres, prefiero centrarme en ella que es la que conozco mejor, y en la que destacaría nombres que van desde la nonagenaria Julia Uceda hasta Olvido García Valdés o Chantal Maillard, las tres premios Nacionales de Poesía, pasando por Noni Benegas, Esther Ramón, las catalanas (en lengua castellana) Esther Zarraluki, Concha García o Neus Aguado y las catalanas (en lengua catalana) Marta Pessarrodona o Susanna Rafart, y a la poeta en lengua gallega Luz Pichel. Pero tampoco olvidar la labor tanto poética como de difusión de las coordinadoras de las fundaciones Pepe Hierro y Gerardo Diego, así como de las directoras de las revistas virtuales Nayagua y Tendencias 21.
De toda su obra, ¿a cuál poema le guarda un particular cariño? ¿Cuál es la razón?
Aunque no tengo un poema concreto al que le tenga un particular cariño, sí tengo varios que tocan el tema del diálogo con nuestros seres queridos ausentes, uno de los más entrañables y que he trabajado por más de un año y medio es El soplo del diablo, y que he utilizado de título a la antología que generosamente la editora Lucía Donadío, en colaboración con Alejandra Toro, me han publicado en la editorial Sílaba y que presentamos estos días. Por otro lado siempre el poema al que una le tiene más cariño suele ser el que todavía se está escribiendo.