El Magazín Cultural

Unas ostras con limón, tabasco, un poquito de sal y una copa de vino

Eduardo Peláez Vallejo (1949) es uno de esos escritores, además es un lector inagotable y un “proustofilo” de pura cepa.

Santiago Díaz Benavides
17 de agosto de 2017 - 08:22 p. m.
Imagen del escritor Eduardo Peláez Vallejo. / Paula Díaz
Imagen del escritor Eduardo Peláez Vallejo. / Paula Díaz

Los escritores de vieja guardia están casi extintos. Algunos pasan sus días, alejados de todo, leyendo periódicos y escribiendo sus memorias; otros, redactan notas de prensa y conceden entrevistas en una que otra ocasión. Sin embargo, aún quedan quienes disfrutan de las conversaciones agradables sobre literatura, que se deleitan con un fino vaso de ron sin hielo y recitan poemas, coplas y versos desde lo más hondo de un delicado banco de recuerdos. Eduardo Peláez Vallejo (1949) es uno de esos escritores, además es un lector inagotable y un “proustofilo” de pura cepa.

Ha publicado cuatro libros: Retratos (2001), Desarraigo (2010), Este caballero a caballo (2013), y Aves de paso (2017); éste último editado por Alfaguara, es la historia de sus hermanos Ricardo y Marta Luz. Un libro construido a partir de las memorias de su autor, quien se dedicara durante varios años a la crianza de caballos de paso fino colombiano, acerca de la posibilidad de vivir en un mundo en el que el tiempo se va rápido y el aire no alcanza para que todos respiren al mismo ritmo. Con motivo de la promoción de este título en Bogotá, tuve la fortuna de entrevistar al autor antioqueño y confirmar así que es uno de los representantes del género del testimonio en la literatura colombiana contemporánea.

¿Qué libro o libros ha leído recientemente?

“Hace poco estuve leyendo los cuentos de Manuel Mejía Vallejo, de Gabriel García Márquez y de Juan Rulfo; en las últimas semanas estuve leyendo algunas cosas de Proust. Lo estuve releyendo, porque lo he leído desde 1983. Para mí, Proust es del rango de Shakespeare y Cervantes. En busca del tiempo perdido (1913, 1927), El Quijote (1605, 1615), y las comedias y tragedias de Shakespeare están al mismo nivel literario. A mí, la literatura me interesa, no desde el punto de vista regional (por llamarlo de alguna forma), sino desde las sensaciones. Me parece que Proust encarna el espíritu de escribir desde la sensación y el lector logra captarlo así. Es tal la potencia de su narrativa que uno se emboba un poco con el autor y acaba en la idolatría. Antes de eso, de volver a Proust, he estado leyendo a un escritor, muy importante, catalán él, de 1943, se llama Mauricio Wiesenthal. Escribe un libro maravilloso Libro de Réquiems (2004), son retratos de varios personajes de la literatura como Wilde o Rilke. Tiene una prosa finísima. Es de esos escritores muy elegantes. Ese me tiene emocionado. A raíz de la publicación de Aves de paso he tenido que suspender la lectura, porque debo sacar tiempo para todo lo que acarrea la promoción de la novela. Yo para leer necesito estar concentrado como cuando escribo. Entonces, tengo una lista de libros, los llevo apilados en la biblioteca y juntos suman alrededor de 10.000 páginas.

Entre ellos, tengo uno de Knausgård, el último de los libros suyos que ha llegado a Colombia. Y sobre el autor han dicho que es el Proust contemporáneo. Yo no lo veo así, por ningún lado. Él se dice lector de Proust y tiene una buena prosa, pero no se le ve ninguna relación”.

Si pudiera resucitar a dos escritores, ¿quiénes serían?

“Para verlos, a ninguno. El muerto está bien estando muerto. Pero si fuera para que se levantaran a escribir más, de todos los que he leído, serían Giuseppe Tomasi di Lampedusa (1856–1957) y Carlo Levi (1902–1975)”.

Es bien conocida su amistad con Manuel Mejía Vallejo. Normalmente hablaban de literatura. ¿Qué libro o libros recomendados por él atesora con más aprecio?

El Quijote. La primera vez que lo leí fue cuando tenía 21 años, estaba recién casado. En las primeras vacaciones, vivíamos mi señora y yo en la finca del papá de ella, en un pueblito cercano a Medellín, en el Valle de aburrá, que se llama La Estrella. Entonces, en el diciembre de ese año, mis suegros nos prestaron la casa de ellos en Medellín para pasar las vacaciones allí. Y mi suegro tenía una biblioteca hermosa. Él era un abogado, pero más que eso, era un lector inoxidable de literatura, y hermano de un poeta, Alberto Gil Sánchez, que escribe un libro Universo (1945), muy bonito. Yo me puse, pues, a ver la biblioteca del suegro y el primer libro que vi fue una edición del Quijote, de tres tomos, en el castellano original, ilustrada por Dalí. La edición más hermosa que se ha hecho. Entonces, yo me deslumbré y me puse a leer el libro. Al principio, no entendía nada, pero a base de persistencia, de testarudez, de deseo de leer, pues fui haciéndolo y al final leía como si lo hiciera en el castellano actual. Un libro bello”.

¿Qué canción escogería para ambientar su último libro Aves de paso?

Ne me quitte pas, de Jacques Brel”.

¿Caballos de paso fino, o libros de pasta dura?

“Yo junto las dos en Este caballero a caballo. No es de pasta dura, pero los caballos de paso fino colombiano son como los libros de pasta dura, elegantes, forrados en cuero, ediciones de lujo”.

Si hubiese nacido 100 años antes, ¿a quién le habría gustado conocer? “A Marcel Proust”.

Suponiendo que se acercara su último día, ¿qué le gustaría comer? “Unas ostras con limón, tabasco, un poquito de sal y una copa de vino”.

De los libros que ha escrito, ¿cuál obsequiaría en un cumpleaños? “Depende del cumpleañero, pero si tuviera que entregar uno ya, entonces sería Desarraigo”.

¿Qué prefiere, un viejo feliz o un viejo sabio? “Un viejo feliz. Aunque es muy difícil que un sabio no sea feliz. No es muy fácil que haya sabios, y tampoco lo es que haya felices, pero yo creo que si un hombre es sabio, entonces es feliz”.

¿Qué autores colombianos le generan admiración?

“Evidentemente, Manuel Mejía Vallejo, pero también están José Manuel Arango, Darío Jaramillo Agudelo, León de Greiff, que puede ser el mejor escritor colombiano de todos los tiempos; Epifanio Mejía, Porfirio Barba Jacob…”

“La vida no es lo que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla”, dice García Márquez en Vivir para contarla (2002). ¿Puede ser esta una filosofía de vida para los escritores?

“Es una realidad bastante universal, una genialidad de García Márquez. Es una verdad, y se le podrían agregar cosillas. En mi caso, la memoria, los sueños, el olvido, los deseos”.

Si llegará a vivir 100 años, ¿cómo quisiera pasar esos días?

“Como estoy viviendo ahora. Con los amigos y los amores, leyendo, hablando, contando. Quiero seguir viviendo por mucho tiempo”.

Por Santiago Díaz Benavides

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar