El Magazín Cultural

“En las universidades producimos montones de basura”: Pablo Rolando Arango

Los textos de "Grandes borrachos colombianos" (Libros Malpensante, 2016), del docente universitario Pablo R. Arango, combinan con destreza el humor, la irreverencia y la ternura. Arango, al escribir sobre sí mismo y sobre aquellos que lo han acompañado en sus visitas al fondo de la copa de aguardiente, traza un interesante perfil de la idiosincrasia del Eje cafetero.

Ángel Castaño Guzmán
04 de mayo de 2016 - 03:52 p. m.
Pablo R. Arango es profesor de filosofía en la Universidad de Caldas.
Pablo R. Arango es profesor de filosofía en la Universidad de Caldas.

No deja de llamar la atención que el primer texto de Grandes borrachos colombianos se ocupe de sus lides con el alcohol. ¿Qué tanto le debe su visión del mundo a las bebidas espirituosas? Pareciera que ellas y la filosofía son las grandes maestras de su vida.

Ese primer capítulo es una versión ampliada de un artículo que me pidió el director de El malpensante, Ángel Unfried. Se suponía que debía ser autobiográfico pero como no soy un borracho interesante, lo usé como excusa para contar la vida de dos pueblos de Caldas que quiero mucho: Manzanares y Pensilvania. Me imagino que hay muchos pueblos parecidos en Colombia, pero estos dos son particularmente desternillantes y tristes, y eso tiene que ver con el alcoholismo. Son municipios donde desde muy temprano en la vida la gente aprende a beber de forma desmesurada. Hay mucha negación en esa práctica, un intento por aplacar el tumulto interno: cierta vergüenza por ser lo que somos, con el deseo correspondiente de ser otra cosa; cierto aburrimiento por la rutina de unas poblaciones donde se puede oír crecer el pasto y cualquier suceso, por trivial que sea, convoca la atención del todo el pueblo; una desesperación larvada por ser observado todo el tiempo por el prójimo, por no poder ser anónimo nunca. Supongo que sí, que el alcoholismo, como en el caso de mis coterráneos, ha marcado mi forma de ver la vida, y también la filosofía. En ambas cosas entré más o menos a la misma edad y me han acompañado desde entonces. No sé si son grandes maestras, porque lo del alcoholismo ha sido más una fuente permanente de problemas. Pero quizá en el libro sí hay cierta melancolía típica de la resaca.

El alcohol, me parece, es una excusa que le permite reflexionar sobre otros asuntos. Por ejemplo, en el texto sobre su colega Jorge Iván Cruz hay una fuerte crítica al modo en que la academia concibe la sabiduría. ¿Le resulta aburridoramente sobria la academia? ¿Cómo se concilió en su caso ser un docente universitario y un amigo de Baco?

El problema de la academia, a mi juicio, no es la sobriedad. Es más bien la casi absoluta ausencia de crítica, la complacencia mutua, la pomposidad vacía. En las universidades producimos montones de basura y la presentamos con la más grave seriedad como si se tratara de genuinos hallazgos de pensamiento, y nadie dice nada ni se ríe. No hay reseñas críticas, casi no hay discusiones, no hay conversación. En el caso de la filosofía es mucho más dramático el contraste porque los grandes filósofos han sido en su mayoría muy antiacadémicos. El fundador de la academia, Platón, no escribía tratados ni artículos sino dramas. Su obra está llena de humor, pensamiento profundo, confusión, perplejidades, callejones sin salida. Los artículos filosóficos en Colombia, y en el mundo, actualmente, son todos tan parecidos, tan predecibles, ocupados de problemas insulsos, casi siempre sobre lo que dijo alguien acerca de lo que dijo otro. Incluso en un área como la filosofía política, que se supone está conectada con los problemas más urgentes, la situación es desoladora. Por ejemplo, en Colombia se le presta una atención excesiva a la obra de John Rawls, únicamente porque muchos de los filósofos colombianos hicieron sus doctorados en los Estados Unidos. Lo que Rawls hizo, si se me permite la caricatura, fue defender una idea que es lo único que divide ideológicamente a los demócratas de los republicanos en Estados Unidos, a saber: la idea de que la redistribución de la riqueza es compatible con el respeto por las libertades civiles y, además, es un requisito de cualquier sociedad justa. ¿Puede creerlo? Algo que aquí hasta los conservadores aceptan, que el partido laborista inglés ha defendido desde el siglo pasado, etc. Pero claro, como esta gente fue a los Estados Unidos a estudiar, allá los obligaron a leer a Rawls, y luego vinieron y eso era lo único que sabían, así fuera completamente irrelevante para Colombia. Debo decir, de todos modos, que hay algunas personas haciendo trabajos interesantes. Pero son la minoría. En mi opinión, es sintomático del poco interés que suscitamos los filósofos, por ejemplo, que en filosofía haya hoy en Colombia miles de investigadores profesionales, y ni un solo divulgador importante. Con respecto a lo del trago y la profesión: en Pensilvania y Manzanares aprendimos, desde niños, que uno bebe por las noches y trabaja de día, aunque esté en medio de una resaca tremenda. Pero no creo que haya una relación entre la filosofía y el trago o las drogas, en el sentido de que lo vuelvan a uno mejor pensador. Puede ser al contrario, más bien. En todo caso, para terminar, la situación actual de las academias en filosofía y ciencias humanas (que son las áreas que conozco) me hace recordar algo que decía William Saroyan: "Los grandes libros jamás se escriben. La gente que podría escribirlos no sabe escribir". Y agrego: y los que escriben no tienen nada para decir.

Los perfiles que están en el libro destilan afecto por los personajes pero tampoco temen en dejarlos en ridículo. ¿Se bambolean entre esos extremos los borrachos grecocaldenses? A propósito, ¿cuál es su mirada sobre la tradición grecocaldense?

Me gusta que se vea el amor. A El Caballero Gaucho no sé si lo amo, porque apenas lo conocí unas pocas veces. Pero su voz hace parte de las vidas de los borrachos en buena parte de Colombia. A Jorge Iván y a Óscar los conocí, fueron mis amigos y los amé. Lo del ridículo es algo que pone el lector, me imagino. De todos modos, ¿quién no hace el ridículo en algunos momentos? Ford Madox Ford decía que todos estamos muy solos, todos tenemos mucho miedo, todos necesitamos una confirmación externa de que merecemos existir. Esa, creo, es la fuente al mismo tiempo del humor y la tristeza. En el caso de los capítulos sobre Jorge Iván y Óscar, algunos amigos a quienes quiero se molestaron porque consideraban que yo los estaba traicionando. Escribí esas necrológicas mientras recordaba todo lo que hicimos y lo que hicieron, y yo los amaba, es cierto, y cuando uno ama a alguien lo acepta, aún más, lo celebra tal como es. A ambos les celebré las borracheras en vida, y no veo por qué no debería hacerlo una vez muertos. Con respecto a lo grecocaldense, es algo al mismo tiempo risible y serio y triste y cómico. El adjetivo mismo es sintomático: fue usado por los detractores de los políticos caldenses de los años '30, '40, '50 del siglo pasado. Pero a ellos les encantaba. La literatura grecocaldense es, en la mayoría de los casos, una retórica inflada, llena de nada. Pero en algunos momentos hay piezas magistrales, como en el caso de algunas páginas de Bernardo Arias, de algún obituario escrito por Alzate Avendaño, de algún panfleto de Silvio Villegas. Ese mismo afán por mostrarnos en contacto con la antigüedad grecorromana, nos delata: es una expresión involuntaria del deseo de ser otra cosa, de la vergüenza por ser lo que somos.

Por Ángel Castaño Guzmán

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