El Magazín Cultural
Publicidad

Usme, más cerca de las estrellas

Había detrás de su sonrisa una conspiración. Una rebeldía incipiente que solo se da en la niñez. Conversación con Isabel Gómez en la inauguración del Clan Rural Usme.

Camila Builes
18 de diciembre de 2015 - 03:45 a. m.

La vi sentada sobre una piedra rectangular que parecía un trono: encima de una montaña de hierba recién arrancada. Tenía botas amarillas de plástico, cada una con un Pato Donald afro. Una chaquetica azul y un gorro de lana. Una sudadera verde con parches cafés en las rodillas. Hacía cuentas con los dedos: “serían como 18”, le escuché decir.

–¿18 qué? Le pregunté.

–18 minutos los que me demoro caminando para venir hasta acá.

–¿Sola?

–No. Me miró con extrañeza.

Isabel Gómez vive en Usme, una localidad en el suroriente de Bogotá. Está en tercero de primaria. Su color favorito es el azul.

–Me gustan las estrellas. Me gusta estar sentada de noche frente a la ventana y ver como el cielo parece lleno de huequitos. ¿A ti también te gusta? –Le digo que sí con la cabeza para no interrumpirla–. Cuando me dijeron que Usme iba a tener un planetario chiquito, me puse superfeliz. Me gustó la idea de que mi lugar estaría más cerca del cielo.

Debajo de nosotras se extiende un velo de polvo amarillento. Hace frío. Las mejillas de Isabel parecen piscinas. Dos trenzas rojizas emergen de su gorro motudo. Se queda un rato en silencio mientras mira el recién inaugurado, domo que hace parte del Clan Rural Usme.

–Todo está lejos siempre. Si queremos ir a cualquier cosa divertida, está lejos: el centro, el norte, el Planetario, el estadio. Lejos.

Qué cosa rara: Isabel ve el mundo lejos de ella. Lo que quisiera saber está lejos, los lugares que quisiera visitar están lejos. Odia el Transmilenio, siempre se duerme cuando va en bus hasta el colegio. Prefiere caminar a todas partes porque, según ella, le da espacio para pensar en lo que realmente le importa: las estrellas. Lo que realmente siente cerca.

–Hice un cuento. ¿Lo quieres ver?

Va por el cuento que tiene en la casa de una amiga a media cuadra del Clan. La veo correr entre las docenas de niños que se trepan en los pasamanos. El viento sacude los banderines que cuelgan en algunos pasillos. Los salones del Clan son contenedores de colores: doce. Se dividen en literatura, arte, música y teatro. Parecen un rompecabezas perfectamente armado: uno encima de otro con espacios mínimos entre sí. Una gran maqueta con miles de muñecos corriendo alrededor del domo.

–Casi que no. Lo voy a leer y me tienes que decir con sinceridad que te parece.

–Claro.

–Claro no. No importa que esté chiquita, quiero que me digas qué tal está el cuento.

Isabel lee pausado. Se traga el chicle que llevaba comiendo hacía dos horas. Antes de comenzar lo lee para ella sola, susurrado, como para grabarse las letras y no parecer una novata. No lo es.

–Me gusta la noche. Me paro frente a la cama por la mañana antes de ir al colegio y quiero que sea de noche. Soy como un murciélago, me dijo mi mamá. A mí no me importa. Quiero jugar de noche y bailar. Mi mamá me enseñó a bailar. ¿Qué tal? ¿Cómo voy? Interrumpe la lectura acelerada.

–Bien. A mí también me gusta bailar.

El cuento narra la historia de una niña a la que le gustan las estrellas porque iluminan poquito. Una niña a la que le gusta la noche. Una niña que es ella.

–Mi hermana estudia en la Universidad Nacional. Una vez me dijo que tenía que leer mucho, que leer hacía la diferencia y yo no le entendí nada. Luego leí una cartilla de ciencias naturales y cuando la profe preguntaba algo en el salón, yo respondía porque había leído. Se quedó mirándome la profesora y con esa mirada yo entendí lo que me decía mi hermana: eso de la lectura, que lo hace a uno diferente. Diferente es bien, ¿no?

El lugar se llena cada vez más. Es la inauguración del clan número 21 de Bogotá. Hay zanqueros, payasos y comparsas. Mamás con hijos en brazos y abuelos con bastones. Del domo sale música y un espiral de personas lo envuelve a la espera de la apertura.

Isabel me regala una copia del cuento. Yo le regalo un bombón que tenía en el bolsillo. Cuando se lo mete a la boca cierra los ojos y puedo sentir el sabor del dulce.

–¿Sabes cómo conocí a las estrellas? En una enciclopedia que hay en mi casa: Laroooooous (sí, así). Ahí vi las constelaciones: Andrómeda, Orión: las que parecen los tres reyes magos y otras.

–¿Cuando seas grande quieres ser astrónoma?

–¡No! Quiero guardar eso, lo de la noche, para que siempre me guste y no sea solo un trabajo.

Recoge su maleta apurada: abrieron el domo. Me dice que se va ya para alcanzar puesto, que la acompañe. Le digo que no puedo y se devuelve con un abrazo entre los ojos, yo se lo respondo. Se pierde entre los otros niños.

Es mucho más grave, muchísimo más grave lo que hizo Isabel. Porque con esas o con otras palabras quiso decir que no era tan solo una niña contando un cuento. Que era una voz más grande. Un sentimiento: esperanza.

 

Por Camila Builes

Temas recomendados:

 

Sin comentarios aún. Suscribete e inicia la conversación
Este portal es propiedad de Comunican S.A. y utiliza cookies. Si continúas navegando, consideramos que aceptas su uso, de acuerdo con esta política.
Aceptar