El Magazín Cultural
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La venganza de un barbero

Del 13 al 21 de octubre, la compañía Rec Producciones presenta una nueva opción de musicales en Colombia.

Andrés Páramo Izquierdo
10 de octubre de 2012 - 09:19 p. m.
Andrés Aramburo y Diana Ángel, encarnando a sus personajes, los principales de la obra.  / Alejandro Velásquez
Andrés Aramburo y Diana Ángel, encarnando a sus personajes, los principales de la obra. / Alejandro Velásquez

El coro es un golpe directo al pecho. Un golpe elaborado, poderoso, repleto de una sensibilidad que deja al espectador al borde de algún sentimiento indefinido. A una sola voz, y pocos segundos después de un preludio melancólico, 41 almas prometen contarle a su público acerca de Sweeney Todd, el cruel barbero de Fleet Street.

La historia de un hombre cualquiera que quiere enfrentarse, y convertirse de paso, a lo más bajo de la podredumbre humana.

Que canta no solamente al recuerdo de una vida perfecta, agotada en el pasado, sino a un presente amargo, lleno de muerte y sangre: “Tenía una tienda en la ciudad, de gran renombre y fineza ideal. Y tantas almas sin salvar, salían afeitadas al Juicio Final”. Justamente de eso, con sus matices de humor y sus giros temáticos, es que habla la compañía Rec Producciones.

Me reúno con Iván Carvajal, director general de la obra, en su casa, media hora después de que ha ensayado por un día entero los pormenores de este espectáculo que es, sin duda, una apuesta inigualable en la escena del teatro musical colombiano. Visiblemente agotado me confiesa, como si se tratara de algún secreto, que nunca en su vida había hecho algo tan complejo. No es para menos: hay en escena 41 actores pegados matemáticamente, cual reloj, a una orquesta de 25 músicos dirigidos por la batuta de Camilo Rojas Vallejo y afinados hasta el cansancio por Juliana Reina Téllez, directora vocal.

Dos años antes de tener las navajas con el nombre “Sweeney Todd” grabado en letras negras o de conformar un reparto heterogéneo o de aplicar las instrucciones necesarias para que la actuación no se perdiera con el pasar de los compases, dos años antes, los tres se reunieron a tomarse un café en las instalaciones de la Universidad de los Andes de Bogotá. Juliana Reina y Camilo Rojas creyeron en el trabajo de Carvajal como director y le contaron sobre el proyecto —por ese entonces apenas un sueño— de montar musicales.

El ahora director, a pesar de respirar por el teatro (gracias a él, a pesar de él), nunca había tenido relación con uno que no fuera el estrictamente hablado. Aceptó, muy probablemente porque siempre le ha gustado tomar riesgos. El salto al vacío ha sido el mandamás en el ancho de su vida profesional, tanto de las obras que dirige como de los personajes que interpreta. Me confiesa que lo primero que se le vino a la mente, con la propuesta en la mano, fue la poca legitimidad del teatro musical al interior del gremio actoral: es despreciado en algunas ocasiones porque los actores se concentran más en cantar que en actuar. “Yo acepté, pero poniendo como requisito que había que valorar la calidad de la actuación tanto como la calidad de la orquesta y de la música. Si tenemos una buena orquesta necesitamos a un gran grupo de actores”. En resumen, había que tener lo mejor de los dos mundos.

La principal preocupación de Carvajal se convirtió en un objetivo exigible en todo momento: los actores no debían pensar en cantar sino en decir el texto. “Porque los personajes no son músicos ni cantantes; Sweeney es un barbero, Mrs. Lovett hace unos pasteles inmundos, otro es un juez o un policía. Ellos no piensan en música, la música simplemente les sale. Darle matices a lo cantado cuesta mucho, pero vale la pena porque le sirve al personaje, ya que lo hace más creíble y completo”, confiesa.

Este primer impulso fue perfeccionándose y materializándose poco a poco a través de instrucciones concretas: que cada actor pensara en un pecado capital y lo tuviera en cuenta durante toda la obra, que imaginaran y llevaran a cabo la interpretación de un rol dentro de un pueblo, que fueran a la velocidad de la música sin perder de vista la velocidad que merece el libreto y los sentimientos que éste entraña, que cada escena tuviera una palabra por norte, como “grotesco” o “chistoso” o “atrevido”. En fin, que se movieran con flexibilidad dentro de las exigencias del director y de los músicos.

El producto final es un conjunto armonioso de todos estos esfuerzos. De hecho, la confianza de que esta será una obra sin precedentes se respira al interior de la compañía. Andrés Aramburo, el cruel y atormentado Sweeney Todd, dice sin ambages que “es el musical más elaborado, completo y extraordinario que se ha presentado en Colombia”. Diana Ángel, la repugnante Mrs. Lovett, confiesa por su parte que “es un musical inédito en Colombia, por ser de suspenso, pero aparte tiene muchos ingredientes, muchas exigencias espaciales, un equipo heterogéneo que lo hace bastante interesante”.

Todo el reparto parece haber condensado la pasión inigualable de sus directores vocal, orquestal y actoral. Todos entienden la cruel y terrible historia del barbero. Cuando cantan al tiempo parecen uno solo, sabiéndose, sin embargo, tan distintos.

Todos, en fin, están esperando abrirle paso a Sweeney Todd. Para que levante su navaja a lo alto del cielo, declarando que su justicia ha llegado a Londres, a la calle Fleet, al corazón de los hombres.

Teatro Colsubsidio Roberto Arias Pérez, calle 26 Nº 25-40. Informes y boletería: 593 6300 y www.tuboleta.com.

Por Andrés Páramo Izquierdo

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