El Magazín Cultural

Víctimas como culpables

“Pedir perdón exige más valentía que disparar un arma, que accionar una bomba”: “Patria” , de Fernando Aramburu, quien participará en el Hay Festival de Cartagena 2017.

Isabel-Cristina Arenas
16 de enero de 2017 - 11:23 p. m.
Fernando Aramburu es un poeta, narrador y ensayista español.  / © Rafael Durán - Tusquets Editores
Fernando Aramburu es un poeta, narrador y ensayista español. / © Rafael Durán - Tusquets Editores

País Vasco (Euskadi)

Bittori había perdido la fe una vez vio a su esposo dentro del ataúd, hacía no mucho también había dejado de creer en la amistad. Al Txato no lo enterraron en el pueblo porque le habrían marcado la lápida con insultos, tampoco pudieron identificarlo como víctima de Eta para evitar más represalias contra la familia. Debían irse del lugar en donde habían vivido toda la vida. Ser víctima era ser culpable. ¿De qué? Haberse retrasado en el pago del impuesto revolucionario, ser dueño de una empresa, haber progresado, todo esto era un motivo. Todo junto era el Txato. “Más que enterrarlo, lo estamos escondiendo”, le dijo Bittori a su hijo, Xabier, el día del funeral.

Patria, del español Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959), es una novela larga —casi 650 páginas— pero muy fácil de leer. De capítulos cortos, que van y vienen en el tiempo, cada uno con nombre, como si fuera un cuento, una escena. Todos se van juntando hasta contar la historia de dos familias muy amigas; en una de ellas está la víctima, el Txato, y en la otra el victimario: Joxe Mari. El joven pertenece a Eta (Euskadi Ta Askatasuna/País Vasco y Libertad), el grupo terrorista nacionalista vasco que nació en 1959 y que en sus más de cuarenta años de actividad dejó cerca de 900 víctimas en España.

Al principio de sus años de acción existía una empatía hacia Eta. El grupo se oponía al franquismo, a la represión que significaba la dictadura. Pero años después, al llegar la democracia, el grupo recrudeció la violencia: asesinatos, extorsiones, bombas y secuestros. Terrorismo. Muchos jóvenes dejaron de seguirlos, otros afianzaron sus “ideales”, como Joxe Mari en Patria. La sociedad comenzó a rechazar sus acciones, aunque el miedo y el silencio ya eran parte de la vida diaria. Para 2003, Eta estaba debilitado y entre acuerdos y desacuerdos con los gobiernos de España y Francia, el grupo cesó su actividad armada en 2011.

“Mi propósito fundamental fue hacer literatura”, dijo el escritor en la presentación del libro en Barcelona en septiembre de 2016. También comentó que buscaba crear un espacio en la memoria, dejar el testimonio de quienes vivieron esos años de guerra. “Eta sigue existiendo, su arsenal sigue existiendo”. Aramburu, que escribe con regularidad para medios españoles, vive en Alemania desde 1985 y ha recibido entre otros el Premio Mario Vargas Llosa y el Premio Real Academia Española. Estará el próximo viernes 27 de enero en el Hay Festival de Cartagena hablando de su novela.

En una familia: Nerea, la hija menor del Txato, se sentía culpable de haber sido feliz después del asesinato de su padre, aunque quería mirarse alguna vez en el espejo sin ver a una víctima; Bittori, la viuda, “era una herida, ella toda entera”, que si acaso cerraba se convertiría en una cicatriz al completo; Xabier, el mayor, decidió que no merecía nada similar a la felicidad, ni siquiera saborear una bolsa completa de castañas, menos una vida propia. Poco antes de su muerte el Txato, quien nunca tuvo miedo, se decía a sí mismo: “Soy de aquí, hablo euskera, no me meto en política, doy trabajo”, mientras tanto aumentaban los letreros y amenazas: “Txato Txibato”, “Txato opresor”, “Txato PIM PUM PAM”. “Herriak ez du barkatuko” (el pueblo no perdonará).

En la otra familia: Joxe Mari, quien alguna vez quiso pertenecer al equipo de balonmano del FC Barcelona y ahora quería creer que su vida en Eta había valido la pena; el hermano menor, Gorka, a quien solo le interesaba leer, esconderse, huir, ser escritor; Arantxa, la mayor, que cargaba en su cuerpo una condena más fuerte que la de Joxe Mari; Joxian, el padre gris, opaco, a quien le hubiera gustado seguir siendo amigo del Txato; y Miren, la madre, la examiga de Bittori, que creía en San Ignacio de Loyola, pero creía más en su hijo Joxe Mari, en lo que él dijera, en lo que él creyera —así fuera en el asesinato como parte de la lucha política— y a quien quería por sobre todas las cosas.

En las primeras páginas Bittori va al cementerio a visitar a su esposo, el Txato, a charlar con él, con ella misma. “He puesto un geranio en el balcón, uno bien grande para que sepan que he vuelto”. Le cuenta detalles de la vida diaria, de Nerea, de Xabier. Le cuenta que don Serapio, el cura del pueblo, le dijo que para qué había regresado, que su presencia entorpecía el proceso de paz. Bittori se había marchado del lugar después del asesinato del Txato y más que víctima parecía culpable. Si antes, durante las amenazas nadie los saludaba, después de la muerte habrían sido fantasmas. Casi al final del libro Bittori, sentada en la lápida, le cuenta a su esposo que ha conseguido lo que tanto estuvo buscando, que ya lo tiene, ahí en sus manos. Todo había comenzado a mediados de los ochenta cuando las dos familias eran amigas.

Cada hoja de Aramburu es una escena inolvidable que aporta lo necesario para llegar al desenlace. Patria explica con sencillez, qué pasó en la sociedad durante esos años de Eta, qué pensaba la gente común, los terroristas, los niños, los viejos, las víctimas y los victimarios. Cerca del final, Xabier asiste a una conferencia en donde un escritor le comenta al público: “escribí en contra del crimen perpetrado con excusa política, en nombre de una patria donde un puñado de gente armada, con el vergonzoso apoyo de un sector de la sociedad, decide quién pertenece a dicha patria y quién debe abandonarla o desaparecer”. En Patria, el perdón es valentía y es necesidad.

Por Isabel-Cristina Arenas

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