El Magazín Cultural
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Vida y obra del 9

A modo de homenaje, varias personas cercanas al reportero gráfico hablan de su trabajo.

Santiago La Rotta
27 de febrero de 2015 - 02:20 a. m.
Autorretrato del 9. /Fotos: Albeiro Lopera - El 9
Autorretrato del 9. /Fotos: Albeiro Lopera - El 9

Albeiro Lopera, ampliamente conocido como el 9, falleció la semana pasada luego de batallar durante toda su vida contra dolencias del hígado.

El 9 fue durante años corresponsal de la agencia Reuters en Antioquia, años en los que la región se la peleaban los paramilitares, las distintas guerrillas y los narcotraficantes: los años de la violencia en un país con todo el tiempo del mundo pasado por los machetes, los fusiles y las balas.

Como reportero gráfico se granjeó un nombre, se hizo a una obra. Como persona se echó al hombro el cariño de colegas y amigos. Punkero. Rebelde, lo llamaron algunos. El 9 practicó un ejercicio de resistencia a través de la fotografía.

Antes de morir, el 9 se encontraba trabajando en un libro para reunir parte de su obra. La obra, que será publicada por Tragaluz Editores, es uno de los mayores homenajes a un testigo del conflicto y de la vida, de la vida en conflicto que vivimos en Colombia.

En esta nota hablan personas que lo conocieron y compartieron con él sus años en el terreno. Patricia Monsalve, su pareja. Alfonso Buitrago, amigo y quien se encargó de escribir los textos que acompañarán las imágenes en el libro, y Stephen Ferry, fotógrafo y quien estuvo a cargo de la edición de las fotografías del 9 para la publicación de Tragaluz.

Alfonso Buitrago

El Albeiro que conocí nunca fue corto de palabras. Durante años me mantuvo enganchado a su vida, al tanto de lo que hacía, de sus sueños, de lo que sentía. Casi siempre me hacía reír y no dejaba de asombrarme. Muchas veces publicamos juntos las historias que traía de los lugares en conflicto que debía cubrir por su oficio de reportero gráfico de una agencia internacional de noticias. Historias que sobrepasaban la anécdota y el entretenimiento de una noche de cervezas en un parque, y que un día creímos, ambiciosamente, que se podían convertir en una especie de género periodístico, que llamamos fotocrónicas, y que también podían hacer parte de un libro.

No sólo yo era víctima de su fuerza de atracción. El periódico para el que colaborábamos había publicado varias historias con sus vivencias, como la vez que lo usaron para cubrir una falsa desmovilización guerrillera, escrita por Pascual Gaviria (Universo Centro, abril de 2011), o cuando en La Caucana le apuntaron con un fusil en la cabeza y se orinó en los pantalones, escrita por Sergio Valencia (Universo Centro, mayo de 2011). Esa capacidad suya de narrar, y de cautivar con sus historias y su figura, también lo había llevado a actuar en películas, a ser protagonista de documentales y a que Forrest Hylton, un investigador social estadounidense a quien Albeiro le sirvió de guía en Medellín, lo convirtiera en uno de los personajes de su primera novela: Vanishing Acts. A Tragedy (publicada en 2010).

Además, estaba su vida de barriada popular, punkera y enrevesada, y la desgracia de su enfermedad. Estar con Albeiro era encontrarse cada vez con un náufrago recién rescatado, que caminaba sobre arenas movedizas, sin dejar de sonreír, ni de maldecir, ni de disfrutar la vida paso a paso.

 
—La vida es muy dura porque es una guerra, pero es muy bonita porque uno está peleándola —me decía.

 
La sencillez y la crudeza de sus relatos, los detalles absurdos de una guerra entre conocidos que me contaba, su descreimiento de las explicaciones políticas venidas de cualquier bando, su desprecio por los guerreros que dejaban víctimas inocentes, su resistencia a tomar un partido diferente al de dejar constancia de la tragedia armada que vivimos, viniera de donde viniera, eran el entramado de una vida cuyas cicatrices eran palpables en su cuerpo cansado, enfermo, agonizante. En Albeiro, como en muchos reporteros gráficos apasionados, había un cínico frío y un altruista convencido; un voyeur morboso y un testigo legítimo.

Patricia Monsalve

 
De tanto en tanto la vida nos regala un sueño. Albeiro fue un incansable soñador, un poeta de la muerte, un artista rebelde, un punkero con corazón de niño. Como mi compañero y amigo compartí durante 15 años sus sonrisas, sus dolores, sus miedos y sus sueños. Hoy, al final de su camino, veo cumplidas todas sus metas, desde la más alta, como estar en el cielo, hasta la más profunda, como la sanación de su cuerpo. Pero la más esperada siempre fue ver su obra, su trabajo y su legado abierto al mundo, en las manos de quienes más lo querían.

La muerte lo acechó por mucho tiempo, pero hasta el final de sus días nos regaló vida. Y precisamente esa fue su enseñanza para mí: su fortaleza, su alegría de vivir y nunca tener miedo de soñar, así todo esté en contra. De mi amor y compañero de viaje me quedan las alas para volar muy alto.

 
“Después de todo la muerte es sólo un síntoma de que hubo vida”, dijo Mario Benedetti.

Amándote por siempre y para siempre.

 

Stephen Ferry

 
Siempre admiré el trabajo de Albeiro Lopera, el 9, por su forma de moverse como periodista en diferentes escenarios, su manejo de la calle. Pero no entendí la dimensión de su obra hasta que empecé a trabajar en la edición del libro con Tragaluz Editores. Con el 9 trabajamos con su archivo, y juntos armamos secuencias de imágenes que no sólo sirven para la memoria histórica del país, sino que expresan su voz como autor, su propia visión del mundo.

Las fotografías de Albeiro reflejan su personalidad y su cultura, sus raíces y la violencia que le tocó desde la niñez. Son imágenes que combinan el rigor de observación del reportero gráfico profesional con la empatía que tenía con la gente y una dosis de humor negro. Creo que se sentía tan identificado con sus personajes que todas sus fotos son de alguna forma autorretratos.

Ahí está el gran placer de editar su obra. Este proceso ha consistido en descubrir una visión del mundo marcada por la violencia, pero que no es agresiva, más bien sutil, graciosa, atenta a la comedia de la calle. El 9 fue un artista que supo convertir las tristezas y el rencor de la guerra en una obra visual con sello propio.

 
slarotta@elespectador.com

 

Por Santiago La Rotta

 

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